No te acostumbres a la misericordia

Tengo la sensación de que cuando se habla mucho del algún tema o asunto, terminamos acostumbrándonos a oírlo, incluso podemos llegar a ignorarlo.  Lo mismo ocurre con la vista, podemos acostumbrarnos a ver paisajes preciosos, porque sencillamente están delante de nosotros , eso me ocurre a mí todas las mañanas cuando me dirijo hacia el palacio arzobispal y me sorprendo ante la cantidad de turistas que admiran la catedral y la Giralda , os puedo asegurar que yo tal vez ni miro, me he acostumbrado ante inigualable belleza. Digo esto porque me temo que estos últimos meses, concretamente desde el pasado mes de noviembre, nos ha podido pasar algo así con la misericordia,  se ha hablado, predicado, orado, exhortado, cantado sobre ella , pero tal vez no ha llegado a nuestro corazón.

Estamos en vísperas de finalizar el Año de la Misericordia y me gustaría aprovechar estas líneas para plantearos a todos tres necesarias acciones, igual las habéis realizado, no estaría mal repetirlas de nuevo. La primera sería acercarnos al sacramento de la reconciliación, redescubrir la gracia del perdón de Dios, acercarnos humildemente, como el hijo pródigo del Evangelio, al encuentro del Padre y experimentar que Él nos espera con los brazos abiertos. No hay nada más hermoso que experimentar el perdón de Dios que nos dice:” yo tampoco te condeno, vete y no peques mas” Jn8,11.

En segundo os invito a poner en vuestros ojos el colirio de la misericordia para saber ver al pobre, al enfermo, al triste, al cansado, al que llora y ser misericordiosos con el. Etimológicamente la palabra misericordia significa poner el corazón donde hay miseria, dolor. Hagamos la experiencia de hacerlo y entenderemos lo que decía Santa Teresa de Calcuta: “ Recibe más el que da que el que recibe”. No nos acostumbremos al dolor de nuestros hermanos.

Y por último os  animo a que hagáis vuestra esta preciosa oración de Santa María Faustina Kowalska, ella pedía ser toda misericordia, pidámoslo  también nosotros.

“Oh Señor, deseo transformarme toda en Tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti. Que este supremo atributo de Dios, es decir su insondable misericordia, pase a través de mi corazón al prójimo.
Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarla.
Ayúdame, oh Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.
Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás hable negativamente de mis prójimos sino que tenga una palabra de consuelo y perdón para todos.
Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargue sobre mí las tareas más difíciles y más penosas.
Ayúdame, oh Señor, a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. (…)
Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo (…)
Que Tu misericordia, oh Señor mío, repose dentro de mí” (Diario, 163).

 

Creo que estas tres acciones nos ayudarán a tatuar en nuestro corazón algo que no podemos olvidar: JESUCRISTO ES EL ROSTRO DE LA MISERICORDIA, JESUCRISTO ES MISERICORDIAE VULTUS.

Un abrazo a todos,

Adrián Sanabria

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