Mons. Asenjo: «Para nuestra Iglesia diocesana es éste un tiempo de esperanza, un tiempo apasionante»

Mons. Asenjo: «Para nuestra Iglesia diocesana es éste un tiempo de esperanza, un tiempo apasionante»

Texto íntegro de la homilía pronunciada esta tarde por monseñor Juan José Asenjo, Arzobispo de Sevilla, en la misa de clausura del Año de la Misericordia, que se ha celebrado en la Catedral de Sevilla.

 

  1. Acabamos de escuchar la Palabra de Dios correspondiente al domingo XXXIII del tiempo ordinario. En las semanas finales del año litúrgico, que concluirá el próximo domingo, y en el mes de noviembre dedicado a los difuntos, la Palabra de Dios nos recuerda las realidades finales de nuestra vida: el profeta Malaquías nos ha anunciado para el futuro la gran discriminación entre los malvados y aquellos que honran el nombre del Señor. En el fragmento de la carta a los Tesalonicenses, san Pablo sale al paso de quienes, por esperar la venida del Señor como algo inminente, no trabajan sino que «andan muy ocupados en no hacer nada pero metiéndose en todo». La lectura evangélica, por fin, forma parte del discurso escatológico de Jesús, en el que el anuncio de la destrucción de Jerusalén sirve al Señor para anunciar el fin del mundo.

 

  1. Frente a las posiciones cerradas a la transcendencia y a la esperanza de la cultura actual, ante la duda, la perplejidad y la angustia sobre nuestro destino futuro, los cristianos, con el Símbolo Apostólico confesamos nuestra fe en la resurrección de la carne y en la vida eterna, convencidos de que la esperanza de unos cielos nuevos, de una tierra nueva y de una existencia dichosa junto a Dios, no puede inhibir, ni amortiguar el cumplimiento de nuestros deberes religiosos, familiares, cívicos y profesionales, ni nuestro compromiso en la construcción de un mundo más humano, justo y fraterno, de acuerdo con los planes de Dios.

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  1. Con esta Eucaristía clausuramos el Año de la Misericordia, que para nuestras comunidades ha sido una profundísima experiencia de gracia. Sólo Dios conoce con precisión los muchos dones de conversión y de vida cristiana que Él nos ha concedido a lo largo de este Jubileo, en el que le hemos pedido perdón por nuestras actitudes de prepotencia y altanería, por nuestras omisiones cainitas, por pasar de largo ante los dolores de los hermanos y por habernos olvidado de caminar por las sendas de la misericordia. Me consta que el experimentar la misericordia de Dios en nuestras vidas ha movido a no pocos a ofrecer el perdón y la misericordia, reconciliándose con familiares y amigos, rehaciendo relaciones rotas, mirándose a los ojos, dándose la mano, y restaurando la paz, la comunión y la concordia.

 

  1. La contemplación del rostro de Cristo, que rezuma piedad, misericordia y amor ha llevado a muchos cristianos a abrir el corazón y a comprometerse ante situaciones de pobreza y sufrimiento, los enfermos, los ancianos, los sin techo y, especialmente los parados, adultos y jóvenes, tan numerosos entre nosotros, para los que hemos inaugurado, con la ayuda de la comunidad diocesana y la gestión de Cáritas, un Centro de reinserción laboral verdaderamente modélico, que quedará como hito visible del Jubileo. También nuestras Cáritas han rivalizado en iniciativas de servicio a los pobres, haciendo de las parroquias, asociaciones, hermandades y movimientos oasis de misericordia. De este modo, todos hemos contribuido a hacer más auténtica la vida de la Iglesia, que tiene como primera tarea ser testigo creíble de la misericordia, viviéndola como el centro de la revelación de Jesucristo.

 

  1. Los sacerdotes nos dicen que han advertido un repunte en la estima del sacramento del perdón, pues han sido cientos los cristianos que se han confesado en la Cuaresma y en las peregrinaciones. Dios quiera que sean cada vez más los sacerdotes y fieles que están convencidos de que este sacramento, instituido por Jesucristo, es el más hermoso y fecundo después del bautismo y la eucaristía, en el que comprobamos la grandeza de la misericordia de Dios y la alegría que produce en el alma su perdón.

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  1. En esta Eucaristía damos gracias al Padre por los muchos dones que nos ha concedido en el año Jubilar. Mi gratitud y la de don Santiago a los sacerdotes, que han explicado a los fieles el sentido del Jubileo, han dedicado muchas horas al confesionario y han impulsado distintas iniciativas con el sello de la misericordia, especialmente las peregrinaciones a las basílicas y santuarios jubilares. Gracias a sus rectores y responsables, a los colegios y a tantas Hermandades como se han implicado en el año jubilar. Gracias, por fin, al Vicario para la Nueva Evangelización, que ha trabajado con mucho celo para que la convocatoria del Papa rindiera copiosos frutos.

 

  1. Los obispos os pedimos a todos que os impliquéis igualmente en la recepción y aplicación de las Orientaciones Pastorales Diocesanas, que en esta tarde os entregamos y que han de guiar el caminar de nuestra Archidiócesis en el próximo quinquenio. Muchos de vosotras habéis participado en su preparación. Como sabéis, hemos renunciado a la terminología habitual, Plan pastoral, que pudiera dar a entender que somos nosotros, con nuestras solas fuerzas, los que tenemos que escribir este pequeño tramo de la historia de nuestra Archidiócesis, siendo más cierto que la historia del próximo quinquenio deberá ser escrita ante todo por el Señor, quien a través de su Espíritu, impulsa y da crecimiento a nuestros proyectos y quehaceres pastorales.

 

  1. clausura02Hemos elegido como lema “Siempre adelante, porque el Señor espera; porque el hermano espera”. La frase es de san Junípero Serra, evangelizador de California. Nos la brindó el papa Francisco en la ceremonia de canonización de este franciscano mallorquín en Washington el 23 de septiembre de 2015, y responde muy bien al pensamiento del Papa que nos está pidiendo que seamos una Iglesia en salida, una Iglesia misionera. Para ello es necesario previamente que seamos una Iglesia convertida, que tiene a Jesucristo como su único Señor, una iglesia de discípulos misioneros, que mientras vive con pasión el discipulado, vive también con entusiasmo la misión. Y todo ello desde la comunión y la corresponsabilidad, siendo “contemplativos del pueblo”, como nos pedía el papa Francisco en Evangelii Gaudium, 154, muy atentos a la situación social y eclesial de nuestra comunidad diocesana, al grito de los pobres, de los que carecen de pan y de trabajo, y también de aquellos que sufren la mayor de las pobrezas, los que han abandonado la fe o la práctica religiosa, huérfanos de filiación.

 

  1.  Las Orientaciones pastorales nos marcan algunas líneas de trabajo prioritarias: en primer lugar, fortalecer el tejido comunitario, trenzando una red de comunidades unidas por la comunión y la fraternidad, que tratan de vivir, como las primeras comunidades cristianas, un estilo de vida alternativo al que nos brinda la cultura secularizada. Pretendemos en segundo lugar, seguir potenciando la pastoral de la iniciación cristiana, hoy imprescindible, redescubriendo el catecumenado de acuerdo con el Directorio Diocesano, que tantos frutos está ya produciendo. En tercer lugar, apreciar y reconocer la riqueza de la piedad popular, acompañando y cuidando a nuestras Hermandades y Cofradías, verdadero camino de vida cristiana para muchos fieles. En cuarto lugar, hemos de seguir fortaleciendo la dimensión social de la evangelización, sirviendo a los pobres y a los que sufren, como ha venido haciendo nuestra Iglesia desde siempre, pero especialmente a lo largo de la crisis. Por último, nos proponemos también seguir avanzando en la conversión misionera de los evangelizadores, sacerdotes, diáconos, consagrados y laicos, todos bien asentados en el Señor, la roca que da firmeza y garantías de futuro a nuestra vida apostólica.

 

  1. A pesar de las dificultades, bien descritas en el documento, para nuestra Iglesia diocesana es éste un tiempo de esperanza, un tiempo apasionante, un tiempo de sementera de sol a sol, un tiempo de poner la mano en el arado con decisión y sin titubeos, un tiempo de remar mar adentro y de echar la redes en el nombre y con la ayuda del Señor. En esta hora de la Iglesia, el Señor nos pide que trabajemos en comunión, con los mismos acentos e insistencias. Nos pide también que nos dejemos de andar por las ramas, para apuntar a lo decisivo y esencial: la conversión, la renovación espiritual personal y comunitaria y el fortalecimiento de nuestro compromiso evangelizador y misionero.

 

  1. Hemos traído al altar del Jubileo la imagen bendita de la Virgen de los Reyes, patrona de la Archidiócesis. A ella le presentamos la oración que el obispo san Manuel González, canonizado el 16 de octubre, gloria de nuestra Archidiócesis y de nuestro presbiterio, modelo de pastor bueno y apóstol de la Eucaristía, dirigía a la Virgen María, aliada irrenunciable en nuestros esfuerzos por difundir a nuestro alrededor la alegre noticia del Evangelio. Uníos a la plegaria que yo le dirijo en nombre de todos pidiéndole que nos ayude a ser fieles al Señor y a perseverar en el anuncio de Jesucristo a nuestros hermanos.

 

MADRE, QUE NO NOS CANSEMOS

¡Madre Inmaculada! ¡Qué no nos cansemos! ¡Madre nuestra! ¡Una petición! ¡Que no nos cansemos!

Si, aunque el desaliento por el poco fruto o por la ingratitud nos asalte, aunque la flaqueza nos ablande, aunque el furor del enemigo nos persiga y nos calumnie, aunque nos falten el dinero y los auxilios humanos, aunque vinieran al suelo nuestras obras y tuviéramos que empezar de nuevo… ¡Madre querida!… ¡Que no nos cansemos!

Firmes, decididos, alentados, sonrientes siempre, con los ojos de la cara fijos en el prójimo y en sus necesidades, para socorrerlos, y con los ojos del alma fijos en el Corazón de Jesús que está en el Sagrario, ocupemos nuestro puesto, el que a cada uno nos ha señalado Dios.

¡Nada de volver la cara atrás!, ¡Nada de cruzarse de brazos!, ¡Nada de estériles lamentos! Mientras nos quede una gota de sangre que derramar, unas monedas que repartir, un poco de energía que gastar, una palabra que decir, un aliento de nuestro corazón, un poco de fuerza en nuestras manos o en nuestros pies, que puedan servir para dar gloria a Él y a Ti y para hacer un poco de bien a nuestros hermanos… ¡Madre mía, por última vez! ¡Morir antes que cansarnos! Amén.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 


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