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La fuerza del encuentro con una Iglesia viva

¿Qué esperáis de este Congreso de Laicos? Con esta pregunta dejada en el aire comenzamos este acontecimiento de gracia de la Iglesia en España, el Congreso de Laicos.

Pero esa pregunta, de alguna manera, iba marcada implícitamente en el interior de todos los que íbamos desde Sevilla y fue desvelándose poco a poco.

Yo, a decir verdad, no esperaba nada en concreto, pero albergaba la esperanza de ver, oír y tocar algo nuevo. Quizás temía la excesiva organización, la cantidad de actos y cómo sería posible aclararse en tal maremágnum de gente.

Pero la realidad no la marcó la organización (que fue magnífica) sino las personas. La relación con las personas, el buen ambiente que se percibía ya en nuestra expedición,  hizo que casi cuarenta personas casi desconocidas llegáramos a ser una pequeña familia.

Para acabar  luego sintiéndote uno más de los dos mil participantes y , a la vez , no dejar de admirarte de cuanta imaginación puesta en práctica, de cuanta generosidad derrochada, de cuanta creatividad puesta al servicio del Reino de Dios.

Si hubiera venido al congreso alguien ajeno a la Iglesia se habría dado cuenta de la fuerza, el talante y la ilusión de un grupo de gente variopinta que tenían sobre todo una nota común a todos ellos: la alegría.

Para nosotros mismos, cristianos muchas veces desalentados, cansados de caminar con la rutina a cuestas, marcados por el complejo de “no estar ya de moda”, el congreso significó tomar aire y comprobar cómo la vida se va abriendo paso de una manera u otra.

Había que quitarse las gafas de ver la Iglesia como una suma de facciones o “sensibilidades” para ver todo con ojos nuevos y percibir una realidad más grande y más hermosa que una suma de partes.

Poco a poco fuimos abandonando esa la actitud del “¿qué me van a decir que ya no haya oído antes? O de “todo esto está muy bien pero luego ¿qué?  para llegar a “¿cómo poder llevar todo este dinamismo al mundo de hoy? ¿Cómo comunicar tanta belleza al que tengo a mi lado?

En estos apuntes a vuelapluma queda hablar de  algunos momentos significativos. Y para mi uno de ellos fue una canción durante la vigilia de adoración que tuvimos el viernes por la noche. Y no sólo por la preciosa letra de la canción

“Donde llegó el Amor que quiso quedarse siempre
Y ser comido viviendo una nueva pasión en cada romperse
Siendo pan, siendo pan, sólo pan…”

Sino por la forma de cantar, arrodillada y sobrepasada ante el misterio de Dios hecho pan.

Las ponencias tan lúcidas y provocativas fueron calando como lluvia fina, despertando la conciencia de que tenemos un tesoro, nuestra Fe, y que el riesgo en el que podemos caer no es otro que tomarla como algo íntimo, en vez de confiar en el poder transformador de esa Fe que lleva a salir, a vivir plenamente, que lleva a comunicar y no callar.
En uno de los talleres que trataba del acompañamiento de personas que volvían a la fe pude comprobar cómo el Espíritu de Dios actúa de la forma más inesperada, cómo se vale de circunstancias y acontecimientos personales para llegar al corazón de cada persona. En este caso al corazón de una joven muy alejada de la fe, con unos planteamientos de partida muy contrarios a la vida cristiana. Pude palpar en sus palabras cómo es la poderosa y sorprendente iniciativa del Amor de Dios y su propuesta a la libertad de cada persona para adherirse (o no) a su proyecto.

Esta chica me conmovió y aparte de darle las gracias por su valentía le di para su próximo bautismo un regalo muy personal, el crucifijo que siempre llevo conmigo.

Sé que eso es sólo un símbolo de lo que ha significado este Congreso que comenzó en Madrid: escuchar a Dios que actúa en las personas. Un símbolo de que el Congreso debe tener continuidad allá donde estemos para dar lo mejor de cada uno, para seguir llevando el Reino de Dios en nuestra sociedad con pasión y alegría.

Después del Congreso los proyectos previstos se truncaron…llegó la pandemia y con ella un nuevo modo de entendernos como personas y como cristianos. Pero lo que queda es la fuerza del encuentro con una Iglesia viva y la certeza de estar en manos de un Dios misericordioso y eso seguro que permanecerá siempre.

 

Fernando Parra Martín

Miembro del Consejo Diocesano de Pastoral


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