Seminario Metropolitano: 24 horas para la formación espiritual, humana y vocacional
Ocho horas de trabajo, ocho de ocio y otras ocho de descanso. Esta es la norma, el molde ideal de una jornada bien organizada. Y a este patrón se ajusta la rutina diaria de los 39 alumnos del Seminario Mayor de Sevilla, de los futuro sacerdotes, cinco de ellos diáconos.
El papa Francisco se ha dirigido en numerosas ocasiones a los candidatos al sacerdocio, con invitaciones a una formación que parta del corazón del que se siente llamado y se oriente al corazón mismo del pueblo de Dios. La hoja de ruta de Francisco es clara: “Queridos seminaristas, ustedes no se están preparando para realizar una profesión, para convertirse en funcionarios de una empresa o de un organismo burocrático. ¡Estén atentos a no caer en eso! Ustedes se están convirtiendo en pastores a imagen de Jesús el Buen Pastor, para ser como Él y en persona de Él en medio de su rebaño, para apacentar a sus ovejas”. Este es el camino, pero ¿Cómo se concreta ese itinerario vocacional? ¿A qué dedican los seminaristas de Sevilla las veinticuatro horas que pasan en una institución de la que saldrán para, como indica el Papa, ser pastores de una comunidad que ya les espera?
El despertador suena invariablemente a las siete de la mañana. Tras un tiempo para el aseo, todos –seminaristas y formadores- se encuentran media hora después en la capilla mayor, donde se celebra la Eucaristía con rezo de laudes. La primera cita es con Dios, y la siguiente en el comedor para dar buena cuenta del desayuno.
La Covid trastoca el ritmo lectivo
Las clases comienzan a las nueve. Cinco horas lectivas que la pandemia del coronavirus ha trastocado este curso, dando paso a un sistema mixto de clases presenciales y virtuales. La formación en el Seminario no es una excepción a lo que sucede en otros centros docentes, y el plan de estudios se ha tenido que adaptar a modalidades que quién sabe si no han llegado para quedarse. Antes del almuerzo, fijado para las dos, los jueves a mediodía se abandonan las aulas para una sesión de lo que en el programa se denomina “formación humana grupal”, charlas formativas que imparte el formador a todos los seminaristas. Estas reuniones se repiten ese mismo día a las cinco de la tarde.
Del mismo modo que se atiende la formación humana y espiritual, el Seminario es un centro con carácter docente. Así, en la Facultad de Teología San Isidoro se imparte el grado en Teología -durante cinco cursos-, un bienio en Filosofía y un trienio en Teología.
Tardes para el estudio, ocio, música, deporte… Y Dios
Las jornadas vespertinas se dedican al estudio y a actividades de diversa índole que completan el desarrollo integral de los futuros presbíteros. Solfeo, entrevistas personales de formación, deporte… Hay tiempo para casi todo, también –cómo no- para el Señor. Los jueves a las seis y media se expone el Santísimo en la capilla mayor. Un paréntesis de silencio, recogimiento y tiempo para la revisión personal.
El final de la jornada se encara en la mejor compañía: Santo Rosario a las ocho para, a su término, rezar vísperas y dedicar un espacio a la oración personal y el escrutinio íntimo de un día intenso. De la capilla al comedor y, hasta que el silencio se adueñe de la casa (en torno a las once), descanso, momentos para compartir experiencias, rezo de completas y –los martes- ensayo del coro.
Esta es la rutina que marca los días de los alumnos que se preparan para hacer realidad una vocación que determina sus vidas. Como los propios seminaristas se encargan de subrayar, es el día a día de una gran familia, un grupo humano cohesionado. El Seminario no es otra cosa que “una casa de formación y escuela de comunión para sacerdotes santos y evangelizadores”. Este es uno de los lemas que se destacan en la web de una institución renovada que cuenta en la actualidad con 39 seminaristas. El rector es Antero Pascual y Andrés Ybarra su vicerrector, y a ellos se suma un equipo de formadores y directores espirituales al servicio de la comunidad del Seminario.
Seis años de convivencia
En un itinerario formativo normal, los seminaristas harán del Seminario Mayor –o Metropolitano- su casa durante seis años, el último de ellos ejerciendo el ministerio del diaconado. Los seminaristas que cursan los dos primeros cursos regresan a sus casas todos los fines de semana, a excepción de aquellos que se organicen actividades extraordinarias. Los tres años siguientes, cada seminarista es destinado a una parroquia, “para conocer así la realidad pastoral de nuestra diócesis”. Estos años, las visitas a la familia se espacian una vez al mes. Finalmente, una vez ordenado diácono, compatibilizan la vida en el Seminario con la misión encomendada en una parroquia.
“No hay que ser superhéroes” para dar el paso de ingresar en el Seminario. Como afirman sus responsables, “hay que tener en cuenta que el Señor capacita” y que el Seminario posibilita el clima de convivencia, estudio y oración idóneos para discernir si esa primera llamada, esa íntima intuición, se concreta en una vida de fidelidad a Dios y entrega a los demás.