Manuel Sánchez de Heredia: “Trabajar con amor y por amor nunca lleva a la extenuación”
“Es importantísimo cuidarnos para poder cuidar, aquí todos somos «sanadores heridos», es decir que nadie es invulnerable; estamos heridos por la grave situación sanitaria, social y económica, pero tenemos que dar a los demás lo mejor de cada uno para ayudar a sanar heridas. Guardar todas las medidas higiénico-sanitarias es fundamental y cuando nos llegue el momento, vacunarnos. Es la única herramienta que puede resultar eficaz, en este momento, para erradicar la enfermedad”.
El 11 de febrero, la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Enfermo. El Delegado Diocesano de Pastoral de la Salud, Manuel Sánchez Heredia hace una lectura creyente de los acontecimientos actuales.
En el mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo 2021, el papa Francisco exhorta a «dar al que sufre el bálsamo de la cercanía» ¿Cómo se traduce este mensaje en la actualidad?
Podríamos preguntarnos ¿es posible la cercanía guardando la distancia sanitaria? Se puede estar muy cerca físicamente y sentirse muy alejado del otro. Lo importante es la actitud. Ahora que llevamos media cara tapada con la mascarilla nuestra mirada y la actitud corporal han de expresar mucho más. Creo que hay que vivirlo mostrando una cercanía afectiva, interesándose por el otro.
En la buena práctica de la Medicina, el médico sabe que no está frente a un órgano enfermo, sino ante una persona aquejada de una patología determinada. En Pastoral de la Salud debemos tener como principio que no nos acercamos a un enfermo, sino a una persona con una enfermedad. No se trata al otro con lástima, sino con misericordia, no es la persona la que está enferma sino algún órgano o tejidos de su cuerpo. La persona es mucho más que su cuerpo y nos relacionamos con esa persona que vive, siente, sufre, espera, reza…, en una situación vital determinada no sólo por su patología. sino también por sus relaciones.
¿Y cómo es el acompañamiento de los pacientes terminales de COVID?
Es un acompañamiento difícil. Están en aislamiento, sin acompañamiento familiar, sin poder recibir visitas, muchas veces desorientados, y cuando están terminales, en su mayoría, sedados. Entrar, incluso con la mascarilla EPI, siempre es un riesgo. Los capellanes tenemos que movernos por todo el hospital, pero cuando nos solicitan atención, acudimos sin miedo.
¿Qué nueva dimensión ha descubierto en este tiempo?
Llevo muchos años, veinte ya, como capellán de hospital y algunas veces he dado la comida a algún enfermo solo, he duchado a algunos amigos, muchas veces he guardado silencio para escuchar, he hecho payasadas con niños y mayores para arrancar risas, he vivido muchas anécdotas divertidas y trágicas, siempre y en todo he experimentado la Misericordia de Dios y su invitación a “misericordiar” como dice el papa Francisco.
Dios nos habla constantemente a través de personas y acontecimientos, sólo hay que estar bien predispuesto para escucharle. Entre tanto dolor, tristeza y desconcierto vemos muchos gestos de amor y solidaridad, muchas instituciones eclesiales están respondiendo con un gran esfuerzo ante las necesidades urgentes de muchas personas y familias.
Un ser microscópico y muy simple da al traste con todas las seguridades científico-tecnológicas y económicas que teníamos. Es momento para aprender a vivir de otra forma, acercarnos de verdad a Dios, confiar en Él y cuidar el tesoro de la vida, de la nuestra y de la del prójimo.
Ante el inicio de la Cuaresma. ¿Alguna recomendación a vivirla desde el acompañamiento, la oración y cercanía a quienes más sufren?
En primer lugar, hacer todo lo que está de nuestra parte para frenar la extensión de la pandemia sin protestar, de buena gana, vivir las restricciones en positivo (no son para fastidiarnos sino para ayudarnos). De nada sirve no comer carne los viernes protestando, acordaos del pasaje bíblico “ayunáis entre protestas y disputas”.
También evitar todo aquello que nos ponga en riesgo a nosotros o a los demás, abstinencia de actos sociales. Y evidentemente, intensificar la oración para que el Señor dé a todos prudencia y sensatez, lucidez a las autoridades para tomar decisiones oportunas y acertadas. Pedir mucho por los enfermos, para que sientan cercano a Cristo que es fuente de salud y por todo el personal sanitario para que se sienta sostenido en su labor. El Papa nos dice que “una sociedad es más humana cuanto más sabe cuidar a sus miembros frágiles y que más sufren” por lo que una intención para la Cuaresma debe ser pedir para que se instauren Unidades de Cuidados Paliativos en todas partes. Frente a la imposición de la Ley de la eutanasia, humanizar el proceso final de la vida.
Cómo Delegado Diocesano de Pastoral de la Salud y ante una tercera ola de contagios. ¿Qué lectura hace de los acontecimientos?
Ciertamente estamos viviendo una situación difícil, compleja y un tanto desconcertante. La sociedad estaba muy confiada en el desarrollo tecnológico y científico creyendo que las catástrofes que evidencian grandemente la vulnerabilidad, o bien son localizadas o se dan en otras latitudes. Conocíamos epidemias pero no una pandemia (que algunos aún no saben qué significa y adjetivan como mundial). Vivimos en la ambigüedad de estar más inter-comunicados que nunca, muy metidos en redes sociales, pero con una gran necesidad de encontrarnos con los demás. Hay grupos de población a los que cuesta entender la situación que atravesamos, muchos educados en la ausencia de instancia moral superior hacen lo que les apetece por encima de cualquier consecuencia. Hay una falta de liderazgo político y de posturas de consenso que animen a la coherencia, ya que muchos dicen “por qué voy a tener que hacer yo lo que ellos no hacen”. No hay un relato unificador ni permanente, lo que hoy no vale mañana sí y esto produce hartazgo. Incluso en la primera ola los medios nos presentaban rápidamente las imágenes dramáticas, dedicando largo tiempo y muchas imágenes a la “cara amable” de lo que ocurría: canciones y aplausos en los balcones, coches patrullas con luces encendidas felicitando cumpleaños… Creo que queriendo no alarmar se dio cierta imagen y sensación de frivolidad, o sea, de que todo estaba controlado.
¿Cómo están acompañando desde la Pastoral de la Salud las diferentes residencias?
Las que tienen capellanes están siendo atendidas por estos sacerdotes con todas las medidas de seguridad. Algunos ya han recibido la vacuna junto al resto de trabajadores de dichas instituciones. Los voluntarios que visitaban las residencias para acompañar a los mayores ya volverán cuando se pueda. En algunos casos están manteniendo videollamadas o contacto telefónico.
¿Qué desafío presenta a la Pastoral de la Salud esta situación de pandemia que parece extenderse en el tiempo? ¿Cómo están viviendo los agentes de pastoral la realidad actual?
En muchas parroquias los agentes de Pastoral de la Salud siguen reuniéndose con las medidas de seguridad oportunas, en otras mantienen contacto online o telefónico entre ellos y con los feligreses atendidos. Esta área pastoral cuenta con personas muy buenas, de un gran corazón y sensibilidad que están dedicando mucho tiempo a orar por aquellos a los que no pueden visitar. Y estoy seguro de que volverán a su tarea pastoral con más fuerza, ilusión e ímpetu misionero.
¿Quisiera compartir alguna experiencia de estos meses extenuantes de trabajo?
Trabajar con amor y por amor nunca lleva a la extenuación. Han ocurrido muchas cosas y hemos vivido muchas experiencias que dan para pensar. En un momento en una planta COVID mientras, a través del cristal de la puerta, daba la bendición papal a un señor que fallecía, por detrás pasaba un celador llevando a un paciente al que daban de alta. Me vi entre un éxitus letalis y un éxito, entre la tristeza de la muerte y el triunfo de la vida, entre una despedida y un reencuentro, llorar con uno y reír con otro, como la vida misma.
También he sido testigo de muchas experiencias de amor y de fe, como el de una enfermera, muy creyente, que tras escuchar el triste relato de un enfermo COVID en su agonía, entendió que tenía que abrazarlo con todo cariño y mantenerlo abrazado hasta que expiró. Aún con el EPI enfundado, corrió el riesgo de contagiarse para que este hombre no muriese con aquella sensación de soledad.