Francisco Bustamante: “Me daba mucha tranquilidad saber que la vocación no era algo mío y que estaba discernido y avalado por mi comunidad”
En la vida del padre Francisco de Asís Bustamante, la vocación sacerdotal fue posterior a la vida religiosa. “Nunca pensé que el Señor me llamaría al sacerdocio”, expresa.
Acabados sus estudios escolares, entró en la Compañía de María (Marianistas), religiosos que dirigían el colegio san Felipe Neri. Hizo los votos en 1986 a punto de cumplir los 21 años. “De tres a seis años después de la profesión temporal, era el momento de pedir ser ordenado sacerdote en caso de que uno tuviese la vocación. La mayoría de los miembros no lo pedían. Nos formaban para descubrir que la plenitud de nuestra vocación estaba en el hecho de ser consagrados, independientemente de que fuésemos laicos o sacerdotes”, explica.
Narra que otros compañeros sentían esa llamada a la vida sacerdotal, y expresaban que llegado el momento lo pedirían, sin embargo, Francisco no se identificaba con ellos. “Lo veía como algo ajeno a mí”.
Aunque valoraba la vocación al sacerdocio, “era algo que no se me pasaba por la cabeza”. No obstante, cuando ya llevaba seis años y le tocaba el turno de solicitarlo, “sentí en los retiros anuales una fuerte llamada del Señor a ser prolongación de su persona a la hora de impartir sus sacramentos”, recuerda.
“Todavía no me daba cuenta de la grandeza de esa elección. Eso solo lo he ido descubriendo con el tiempo. Lo viví como algo que me sorprendía y me descolocaba, porque estaba muy bien como religioso laico. Veía fundamentalmente la ordenación como complicarse la vida a nivel pastoral, y eso me daba mucho respeto porque, por mi forma de ser, nunca he sido líder en procesos comunitarios”, confiesa.
“Como fue repentino y puntual, en una trayectoria en la que nunca había expresado que Dios me llamase al sacerdocio, pedí la prolongación de mi discernimiento algún año más. También era algo que para ser aprobado por los superiores tenía que ser confirmado por el acompañante espiritual y por los hermanos de comunidad”, detalla.
Francisco hizo la profesión definitiva en 1992. Un año después, con el aval de sus superiores, solicitó el sacerdocio y, en 1995 entró en el Seminario “Guillermo José Chaminade”, que la Congregación Marianista tiene en Roma.
“Me daba mucha tranquilidad saber que la vocación no era algo mío y que estaba discernida y avalada por mi comunidad”, agradece. Para él, “el seminario fue un tiempo de inmensa gracia. Mucho más que lo que estudié, fue lo que viví. Estoy muy agradecido. No me lo esperaba. Pero todavía no valoraba la grandeza del sacerdocio. Eso solo ha llegado con el dolor, la lucha y los frutos de los años”.
Festividad de San Pedro y San Pablo
Tras 22 años de ordenado sacerdote, Francisco reconoce la vocación “como algo muy desproporcional» con su persona. «No es algo mío». Sin embargo, «ya intuía la grandeza del don que recibía y pedí ser ordenado un martes 29 de junio de 1999, festividad de San Pedro y San Pablo, porque siempre vi el ministerio sacerdotal que el Señor concedió a través de mi vocación, como un don para su Iglesia”, manifiesta.
Recuerda con mucha gratitud que “hice esa faena, a los familiares y amigos que vivían lejos y les resultaba casi imposible desplazarse entre semana hasta Jerez de la Frontera. Me daba igual. Sus oraciones en la distancia eran suficientes, con tal de poder escoger un día del calendario que mostrase lo que en realidad estaba sucediendo: ser entroncado definitivamente en la jerarquía viva de su hermosa esposa; de su Santa Iglesia”.
Su fe en el día a día se basa en el “amor paciente que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, manifestaron en Jesús, que disculpa siempre, se fía siempre, espera siempre y llegado el momento, soporta siempre”. También en la certeza de que “el enemigo triunfa continuamente de mí, pero nunca del Señor, que me ama”.
Este sacerdote diocesano, actual párroco del Buen Pastor de Los Palacios y Villafranca, experimenta la fe como “el encuentro de mi ofrecimiento, con mis alegrías y tristeza, por un lado, y el amor del Viviente, que nunca nos abandona e intercede por nosotros constantemente delante del Padre, por el otro. Eso es un estado más o menos sentido y consciente, que está como sustrato y soporte de cada instante de mi vida, en cualquier lugar en el que me encuentre”.
Ser Cristo para los otros
“Ser sacerdote en la actualidad y creo que siempre, más allá de mis limitaciones y los propios fallos, apoyado en la grandeza de Su elección que se manifiesta en mi fragilidad, supone ser Cristo para los otros”, asevera.
Labor en favor de la evangelización en Brasil
Desde 1999 a 2006, Francisco estuvo en una parroquia del centro del Estado de San Pablo (Brasil), ejerciendo su ministerio sacerdotal. “La primera mitad de ese tiempo, estuve liberado para una comunidad en una favela, en la que no había ningún trabajo de evangelización previo.
«Allí tuve la gracia de experimentar la fuerza y el dinamismo del kerigma como detonante e impulsador de un proceso de promoción humana, integral, que, partiendo de la experiencia de encuentro con Cristo, trascendía lo religioso y promovía la persona y su entorno social».
Otros cuatro años ejerció como párroco de la Parroquia a la que estaba adscrita esa favela, explica.
Desde 2007 a 2015 ejerció en una comunidad dedicada a promover un modelo de parroquia, muy extendido en Latinoamérica a través del Sistema Integral de Nueva Evangelización (SINE), “que permite reestructurar los elementos de la acción pastoral de las parroquias, para que sean permanentemente misioneras en su territorio y pasen, de ser receptoras pasivas de los fieles que se desplazan hasta ellas, a encontrar personas y mecanismos para poder derramarse en sus territorios en busca de las ovejas perdidas. Se trataba de la Nueva Evangelización llevada a las estructuras básicas de la Iglesia que son las Parroquia y las Diócesis”.
Manifiesta que “ese segundo periodo me marcó muchísimo. Supuso descubrir cómo llevar a la práctica, de una forma ordenada y eficiente, la misión de la Iglesia. Me marcó tanto que tuve que tomar la dolorosa decisión de abandonar la Congregación a la que pertenecí durante exactamente 25 años. Ni un día más ni un día menos. Dios me regaló esa coincidencia para mostrarme que se podía tratar de una llamada dentro de la llamada y no de una fuga, como tenía miedo que pudiese estar sucediendo”.
Finalmente, regresó a España en 2015. “Nunca había ejercido el ministerio sacerdotal en mi ciudad porque fui ordenando en junio de 1999, en septiembre ya estaba en Brasil, hasta la ordenación sacerdotal”. Por eso, “todo lo aprendí en Brasil y ahora me ha tocado reaprenderlo aquí. No ha sido fácil. Soy Sevillano, bautizado en el Corpus a los tres días de nacer, y no conocía siquiera al clero diocesano, pero la acogida y la gracia han sido muy grandes y ya estoy incardinado en la Diócesis en la que fui bautizado”. Desde el 2015 al 2020, fue párroco del Divino Salvador de Dos Hermanas.
Francisco rememora con gratitud, los días aquellos en los que sus superiores respaldaron su incipiente vocación sacerdotal y lo destinaron a Roma.
Para él, el Señor ha hablado a su corazón sacerdotal como lo hizo con san Francisco de Asís en su momento. «Francisco ¿no ves que mi casa se está derrumbando? Ve, entonces y restáurala».
Considera que esa petición ha enlazado desde siempre con su vocación y motivación al servicio. Por ejemplo, «cuando era adolescente ese deseo de restaurar su Iglesia fue lo que me llevó a confirmarme, cuando muchos compañeros suyos renunciaban a hacerlo y comenzaban a dejar de ir a Misa”. “En el espíritu inevitablemente crítico y mesiánico, que es característico, en esas edades, me dije: ´La Iglesia está de capa caída, pero para cambiarla no vale da nada salirse, lo que hay que hacer es meter las manos en la masa. Por eso me voy a confirmar”.
Con el tiempo, ha visto la belleza y fecundidad del trabajo misionero y pastoral que conoció en Brasil. «A través del SINE experimenté cómo el Señor ha ayudado a la conversión pastoral de parroquias que son las estructuras básicas de nuestra Santa Iglesia, y empecé a creer firmemente que el Señor me había tomado la palabra”.
Finalmente, han pasado ya casi seis años desde que volvió a España desde Brasil. «Siempre pensé que el Señor me traía aquí para compartir todo lo que aprendí allá, pero se trata de una nueva fase, en la que me gustaría no colocar ninguna condición y poder decir solamente: ¡Aquí estoy Señor, hágase en mí según tu Palabra!”.