Homilía de mons. Saiz Meneses el Domingo de Ramos (10-04-2022)

Homilía de mons. Saiz Meneses el Domingo de Ramos (10-04-2022)

 

Homilía de mons. Saiz Meneses el Domingo de Ramos

Catedral de Sevilla, 10 de abril  de 2022

Hemos llegado a la Semana Santa del año 2022, tan esperada, tan deseada, tan preparada. Celebramos los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Somos conscientes de que no se trata de hacer memoria de unos acontecimientos históricos simplemente, sino de actualizar los misterios de la vida de Cristo con toda su fuerza redentora, capaz de transformar nuestra vida, aquí y ahora.

En cada celebración tenemos presente el Misterio Pascual en su totalidad, pero subrayamos especialmente los hechos que conmemoramos en cada oficio concreto. Lo más importante es que en cada celebración, en cada procesión, en cada estación, en cada práctica de piedad, contemplemos el amor de Dios hacia la humanidad y el amor hacia cada persona hasta dar la vida por su salvación. Esto es lo esencial. Nos encontramos en un año muy especial para nosotros, porque podemos celebrar la Semana Santa después de dos años muy difíciles en no pocos aspectos. Como estamos es la tierra de María Santísima, os propongo que vivamos estos días santos, desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección, de la mano de María.

Contemplamos hoy la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén en la que es aclamado como como Mesías, como enviado de Dios, como Aquel en quien se cumplen las expectativas, las promesas del pueblo de Israel, el que inaugura el tiempo de salvación para su pueblo y para el mundo, el que instaura el reino de Dios. Había una gran afluencia de gente en Jerusalén con motivo de la celebración de la Pascua, que había atraído hasta la ciudad, centro y símbolo de Israel, peregrinos de toda Palestina y de más lejos; por otra parte, la hostilidad de los dirigentes judíos iba en aumento, y estaban decididos a todo, incluso a acabar con la vida de Jesús.

Él, que se había alejado de la multitud cuando quería proclamarlo rey después de la multiplicación de los panes y los peces, en esta ocasión no se opone a la aclamación pública, al contrario, él mismo dispone el encuentro con la multitud que le vitorea, que le aclama, que le otorga el título de hijo de David, de enviado de Dios para cumplir el destino de ese pueblo elegido. Ramas de palmeras y olivos se agitaban para dar un aspecto festivo a aquella hora. Una manifestación externa, espontánea, pero que revelaba algo interior que hacía presagiar una realidad nueva. El mismo Jesús lo dejó entender y no frenó aquel estallido de entusiasmo popular.

Pero ahora fijemos nuestra atención en este acontecimiento: Jesús es reconocido y aclamado como Mesías, el Cristo, por su pueblo, y esto especialmente por las voces de los niños y jóvenes. El acontecimiento se actualiza hoy en la celebración litúrgica. Nosotros, hemos de perpetuar en nuestro tiempo, en nuestro ambiente, este momento de gloria del Señor Jesús, renovar el acto de fe en su persona y en su misión. Lo reconocemos como Maestro de la humanidad, lo proclamamos Profeta de los destinos del mundo, lo declaramos Rey divino en quien se centra el destino de todo hombre, y en torno a quien se compone el plan de salvación de la historia. Jesús es la Verdad de la existencia humana, más aún, es la Vida misma, el principio de nuestra salvación, presente y futura.

Os invito a aclamar a Jesús, el Cristo, el Señor de la humanidad, el Salvador del mundo. No tengamos miedo de que él sea el Señor de nuestra vida; porque no nos priva de ninguna de las cosas buenas y positivas de la vida, al contrario; porque no limita nuestra libertad, ni nos impone cargas insoportables y absurdas, ni carga sobre nuestros hombros cruces imposibles; porque no apaga en nosotros la llama del amor, ni limita en modo alguno el desarrollo de nuestras potencialidades.

Aclamamos a Cristo hoy, en pleno siglo XXI, porque es nuestro Salvador, nuestro liberador, el maestro que lleva a plenitud nuestra humanidad; nuestro maestro de la existencia más verdadera más solidaria, más plena y feliz. No caigamos en la tentación del conformismo, de la rutina, de la superficialidad. No nos dejemos llevar por la cultura dominante, por lo políticamente correcto, por las modas propias de una sociedad materialista y consumista, por la falta de sentido y trascendencia.  Poniendo a Cristo en el centro de la vida llegamos a la verdadera libertad, somos conscientes del por qué de las cosas, de por qué y por quién vivir.

Queridos hermanos que participáis en esta celebración: Dispongámonos a vivir con intensidad estos días santos; vivamos el encuentro con Cristo, el único capaz de realizar las esperanzas de la humanidad. Su entrada como rey de paz en la ciudad santa no era con la finalidad de reinar según el modo en que reinan los reyes y señores de la tierra. Llega a Jerusalén para sufrir la pasión y la muerte, para reinar desde la cruz, dando su vida por la salvación de todos. Es la culminación del proceso de humillación del Hijo de Dios, que, se hace hombre por nosotros y por nuestra salvación, y nos abre el camino que lleva a participar de la vida de Dios.

Nosotros hoy, aquí, aclamando a Cristo Salvador, hemos traído también ramas de palmeras y de olivos, hemos anunciado la paz, su paz para la humanidad de nuestro tiempo, esa paz que el mundo busca y no encuentra, que no sabe mantener; esa paz que sólo Jesucristo puede dar. Él, que es el Príncipe de la paz, conceda la paz y la estabilidad a la tierra, haga cesar la violencia en Ucrania, donde se está derramando tanta sangre, y en todos los lugares golpeados por la guerra y la violencia; que nos dé la gracia y la fuerza para construir un mundo nuevo, una tierra nueva en que reine la justicia, la verdad, la paz social y el bien común.

Comienza la Semana Santa. Que el Señor nos ayude a abrir de par en par las puertas del corazón, las puertas de la ciudad, las puertas del mundo, entero, para que él, el Dios vivo, pueda llegar por su Hijo a renovar nuestra vida y nuestro tiempo. María Santísima nos guíe en el camino. Así sea

+ José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla


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