Homilía de mons. José Ángel Saiz en la VIII Ultreya Nacional

Homilía de mons. José Ángel Saiz en la VIII Ultreya Nacional

 

Homilía de Monseñor José Ángel Saiz Meneses en la VIII Ultreya Nacional del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de España. Toledo,

1 de mayo de 2022

¡De Colores! Un saludo afectuoso y cordial a todos los presentes en esta celebración, queridos hermanos y hermanas, venidos a Toledo para participar en la VIII Ultreya Nacional del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de España. Saludo a los sacerdotes concelebrantes, a los diáconos; saludo al Presidente y al Secretariado Nacional; a los presidentes y secretariados diocesanos, a todos los cursillistas y participantes en esta Ultreya, peregrinos y apóstoles que ofrecéis vuestro testimonio de Cristo en medio del mundo, que colaboráis en la misión evangelizadora de la Iglesia, que os ponéis al servicio de la pastoral diocesana en cada porción del pueblo de Dios. Saludo también a todas las personas que seguís esta celebración a través de los Medios de Comunicación Social.

En comunión con toda la Iglesia universal, extendida de oriente a occidente, celebramos el tercer domingo de Pascua, y a la vez, con esta celebración culmina nuestra VIII Ultreya Nacional. El evangelio que hemos escuchado narra la aparición del Señor resucitado en la orilla del lago de Tiberíades, y termina con la confirmación de Pedro en su ministerio de pastor y primado. Todos los elementos anteriores vienen a ser como un preludio: la pesca fracasada, y posteriormente, la pesca milagrosa, tras la cual Pedro se arroja al agua para llegar nadando hasta el Señor; los compañeros, que remolcan la red con la multitud de peces; y finalmente Pedro, que arrastra hasta la orilla la red repleta.

Jesús les distribuye el pan y el pescado, y después tiene lugar el examen de amor. Pedro tenía en su interior una pena grande, porque había negado por tres veces a su Maestro. Jesús, al terminar la comida, le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Pedro, que ya no quiere comparaciones con nadie, contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dice: “Apacienta mis corderos”. Jesús le vuelve a preguntar y Pedro vuelve a responder lo mismo. A la tercera vez, Pedro se pone triste, porque ya no se fía de sí mismo, y teme equivocarse de nuevo, y contesta confiando en el saber de Jesús: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. Jesús le dice: “Cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras”. Hay una profunda unidad entre ministerio y amor, que queda sellada con este anuncio de la muerte en cruz de Pedro, de su imitación del camino de Cristo hasta el final.

Esto sucedió en Galilea, cuando Jesús se apareció a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Recordemos que el Evangelio de la resurrección de Jesucristo comienza con las mujeres que se dirigen hacia el sepulcro, temprano, en la mañana del día después del sábado. Se dirigen a la tumba, pero la encuentran abierta y vacía. Un ángel les dice que no teman, y les manda llevar la noticia a los discípulos: que Jesús ha resucitado de entre los muertos y va por delante de ellos a Galilea. Las mujeres se marchan a toda prisa y, durante el camino, Jesús les sale al encuentro y les dice: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28, 10).

Volver a Galilea. Galilea fue para los apóstoles es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó. Jesús pasó por la orilla del lago, pasó por sus vidas, se encontró con ellos, los llamó, y ellos lo dejaron todo y lo siguieron (cf. Mt 4,18-22). Allí tuvo lugar la predicación, los milagros, el germen de la nueva comunidad. Ahora, hay que recordarlo todo, contemplarlo a partir del final, es decir, del misterio pascual, de la muerte y resurrección del Señor.

En esa VIII Ultreya Nacional es preciso que cada uno haga memoria de su Galilea particular, de su primer encuentro con el Señor. Volver a Galilea significa, en primer lugar, volver a nuestro bautismo, al momento en que fuimos constituidos hijos de Dios, miembros de Cristo, templos del Espíritu Santo; volver al momento en que comenzamos a vivir en gracia y recibimos una llamada a la santidad y al apostolado. Volver a Galilea significa también volver a nuestro primer Cursillo, a la experiencia de aquel encuentro personal con el Señor que reavivó y explicitó la llamada bautismal, que nos llamó a seguirlo y a participar en su misión. No evocamos un recuerdo nostálgico del pasado, sino la vida nueva y el impulso apostólico que produjo el encuentro con el Señor.

Volver a Galilea es volver a los orígenes y al corazón del MCC y seguir acogiendo con temor y temblor el carisma que nos ha sido entregado con una finalidad específica: hacer presente el amor de Dios a todos los hombres, facilitar que las personas se encuentren con Cristo, y vivan como hijos de Dios, y colaboren en la transformación del mundo; porque a partir del encuentro con el Señor, con uno mismo y con los demás, brota una nueva vida que tiene su raíz principalmente en Jesucristo, la gracia, la respuesta de fe y la Iglesia.

Volver a Galilea es vivir inmersos en la Santísima Trinidad, en la gracia de Cristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo; es tener conciencia clara de estar salvados por pura gracia, de la importancia de la dimensión comunitaria y eclesial, y de la llamada a la santidad. El MCC surgió en el contexto de la peregrinación de los Jóvenes de Acción Católica a Santiago de Compostela del año 1948. Aquella peregrinación tenía como lema: «¡A Santiago, santos!». Este lema fue el horizonte y la motivación principal en la vida de aquellos jóvenes, y será la inspiración de Mons. Hervás, don Sebastián Gayá y Eduardo Bonnín para desarrollar la preparación espiritual de la peregrinación y su continuidad. Bueno es recordar que los procesos de beatificación de Eduardo Bonnín y de Sebastián Gayá están incoados.

Volver a Galilea significa vivir intensa y fielmente los elementos más genuinos de nuestro carisma, método y espiritualidad: el sentido peregrinante, el ponerse en camino confiando en Dios y en los hermanos; un apostolado y una espiritualidad kerigmáticos, porque el Espíritu Santo nos impulsa a dar testimonio de Jesús, con oración, con entusiasmo, con coraje, buscando la conversión propia y de los demás; vivir la amistad desde Cristo, fuente de nuestras relaciones interpersonales, en comunidad, como dinamismo para el apostolado; vivir la alegría en el Señor, desde el amor, en el sufrimiento y en la prueba, siendo mensajeros de la alegría; vivir en comunión y sinodalidad, en unidad profunda de vida, porque de otro modo, nuestro testimonio no es creíble.

Volver a Galilea significa realizar con fidelidad, sencillez y modestia la tarea que Dios nos ha encargado en el mundo, en la Iglesia, y en el MCC. Llevar a cabo nuestra misión desde la entrega y la actitud de servicio, nunca desde la actitud de dominio. Con actitud de precursor, como Juan Bautista. En las relaciones con los demás, conscientes de que ellos tendrán que crecer y nosotros deberemos menguar; también respecto a Jesús en nosotros, para que Él crezca y desarrolle todo lo bueno que hay en cada uno. La actitud de precursor requiere una gran dosis de humildad, y tiene tres tiempos: preparar el camino, señalar y desaparecer.

Volver a Galilea significa hacer que María ocupe un lugar importante en nuestro corazón, en nuestra vida. Porque ella es Madre de Dios y madre nuestra, peregrina en la fe, mediadora de todas las gracias; la Madre y Maestra que nos enseña a vivir firmes en la fe, constantes en el amor y el servicio, la Madre de la Iglesia evangelizadora que inspira nuestra actividad apostólica. La Madre que nos enseña y nos ayuda a ser profundamente contemplativos, y a la vez entregados con generosidad a la misión evangelizadora.

Volvamos a Galilea. Allí nos espera el Señor para renovar nuestra fe, esperanza y amor; para reavivar nuestra llamada, nuestra amistad con él, y nuestro envío misionero como apóstoles, como testigos suyos en la sociedad del siglo XXI, tan necesitada de alegría y esperanza, tan sedienta de fe y amor. Volvamos sin miedo, de la mano de María, con el aliento de san Pablo, en compañía de los hermanos, con la fuerza del Espíritu Santo. Así sea. ¡De Colores!

+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla


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