Homilía de mons. José Ángel Saiz Meneses en el quinto día de la novena a la Virgen de los Reyes (10-08-2022)
Homilía de Monseñor José Ángel Saiz Meneses en la Novena a la Virgen de los Reyes. Catedral de Sevilla. Día quinto: 10-08-22.
Fiesta de san Lorenzo, diácono y mártir.
“He aquí la esclava del Señor”
Saludos. Queridos hermanos y hermanas que participáis en esta celebración: Señor Deán Presidente y miembros del Cabildo Catedral; sacerdotes, diáconos, miembros de la vida consagrada; Asociación Virgen de los Reyes y San Fernando; hermanos y hermanas presentes. Día quinto de nuestra Novena, en que celebramos la fiesta de san Lorenzo, diácono, mártir del siglo III. Era uno de los siete diáconos de Roma, encargado del servicio y atención a los más pobres. Después de que el Papa Sixto y otros colaboradores fueran apresados, Lorenzo dispuso de un tiempo con la orden de recoger los tesoros de la Iglesia y entregarlos a las autoridades. Él distribuyó el dinero disponible a los pobres y luego los presentó a las autoridades como el verdadero tesoro de la Iglesia.
Hoy reflexionamos sobre la Visitación de María a su prima Isabel y la actitud de servicio que refleja este episodio. Después de la Anunciación, María se pone en camino y va con decisión a la montaña, a visitar a Zacarías e Isabel. El ángel le había anunciado que Isabel, de edad avanzada, esperaba un hijo, y María va a su casa y permanece con ella para ofrecerle toda la ayuda que pudiera necesitar. Al anuncio del ángel había respondido María declarándose a sí misma como “la esclava del Señor” y su vida consistirá en una entrega generosa al servicio de Dios y de los demás. Una actitud de servicio que tiene como principio unificador el cumplimiento de la voluntad de Dios y que comienza ejerciendo con los cuidados materiales a su prima Isabel.
“He aquí la esclava del Señor”. En primer lugar, conviene recordar que el sentido bíblico del término «esclava» no significa la negación de la propia personalidad, ni de la iniciativa personal, sino que se refiere a la experiencia profunda de fe en la que Dios se muestra todopoderoso y el ser humano se entrega con confianza a él aceptando sus designios. La respuesta de María está en la línea de lo que Cristo afirmará también de sí mismo: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10, 45).
La vida de María se resume en una entrega total de servicio a la voluntad de Dios, y al prójimo. Pero para poder captar la grandeza y la profundidad del servicio que María presta en la Historia de la Salvación, hemos de iluminar su figura desde la vinculación con Cristo, su Hijo. La obediencia y la docilidad de María concuerdan con lo que será una constante en la vida de Jesús: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra» (Jn 4, 34).
En la última cena, según el relato del evangelista san Juan, Jesús lava los pies a los apóstoles. Con este gesto les da un ejemplo de servicio y les propone una actitud, y les revela que el servicio es un rasgo esencial de su misión: «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22, 27). Este gesto es un signo, un anticipo del gran servicio que Jesús llevará a cabo por toda la humanidad: dar su vida en la cruz para la redención de todos. Por eso, la entrega de amor de Cristo hasta el extremo es el único paradigma, la única referencia válida para sus discípulos.
Y ¿Cuál es el servicio materno de María? Consiste en vivir la actitud de sierva aceptando el plan de Dios y ofreciendo totalmente su existencia, a través de una unión progresiva y perfecta con su Hijo, Jesucristo, desarrollando su maternidad espiritual sobre los discípulos y su función mediadora. Nosotros, sus hijos, somos los discípulos de Cristo, el Siervo de Yahvé, y somos los hijos de María, la esclava del Señor. Por eso, tanto a nivel comunitario como a nivel personal no podemos vivir el seguimiento de Cristo sin hacer de la actitud y de la práctica del servicio uno de nuestros fundamentos.
El cristianismo es mucho más que un conjunto de doctrinas, de normas y de valores. La vida cristiana es ante todo un don: Dios nos ama infinitamente, nos llena de su amor y produce en nosotros una vida nueva. Desde ahí podemos entender el mandamiento nuevo de Jesús a sus discípulos: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13, 34).
La Iglesia ha de ser comunidad de amor. La caridad es tarea de la Iglesia y el servicio de la caridad es una manifestación del amor de Dios. No se trata de una mera organización de ayuda al necesitado, sino la expresión del acto más profundo de amor con el que Dios nos ha creado y suscita en nuestro corazón la inclinación a amar. El amor hacia los necesitados y las acciones consecuentes no son una acción de suplencia o sustitución debido a las carencias de los servicios públicos. Se trata de algo esencial para la Iglesia, forma parte de su naturaleza tanto como la acción evangelizadora o la administración de los sacramentos.
El papa Francisco, comentando el pasaje de san Mateo en el que Jesús envía a sus discípulos a anunciar la buena nueva, (cf. Mt 10,7-13), señalaba dos actitudes básicas en la vida del cristiano: “servicio y gratuidad”[1]. Nuestra vida es un camino, y somos enviados con un mensaje concreto: anunciar el Evangelio, llevar al mundo la salvación, el Evangelio de la salvación. Este camino se complementa con otro itinerario, el itinerario interior, el del discípulo que busca al Señor en la oración todos los días.
La primera es la actitud de servicio, porque la vida cristiana es un camino de servicio a los demás. El deber del discípulo es servir; es más, un discípulo que no sirve a los demás no es ni se puede llamar cristiano. El discípulo ha de tener como referencia principal las dos columnas de la predicación de Jesús: las Bienaventuranzas y la parábola del juicio final, en la que se expresa el contenido sobre el que seremos juzgados. Este es el marco del servicio cristiano, tal como se expresa en los evangelios. Por eso, si la vida del discípulo no se centra en el servicio, no sirve para vivir como cristiano. Jesús dijo que esto es lo que debemos hacer, porque él está en los hermanos necesitados.
La segunda actitud es la gratuidad. Es preciso hacer camino en el servicio, y en la gratuidad. Jesús envía a los Doce a proclamar que el Reino de los Cielos está cerca, les manda dar gratis lo que gratis habían recibido y que no pongan su confianza en los medios materiales. Camino, como un envío y un mensaje que se ha de anunciar. Servicio, porque la vida del cristiano no es para sí mismo, sino para los demás, como fue la vida del Maestro. Y gratuidad, poniendo siempre la esperanza en el Señor.
Hoy vamos a pedir de todo corazón a Nuestra Señora de los Reyes que nos enseñe a servir a Dios y a los demás, que nos alcance la gracia de ser personas serviciales en las pequeñas cosas de cada día, y también en las grandes; y sobre todo, que nos enseñe y nos ayude a romper la coraza egocéntrica y narcisista, consecuencia del pecado original, de nuestro pecado personal y del materialismo y consumismo ambientales, que nos lleva a vivir centrados en nosotros mismos y en nuestro interés, para que nuestra vida esté centrada en Cristo, buscando siempre la voluntad de Dios y orientada al servicio de los hermanos. Así sea.
[1] FRANCISCO, Homilía en Santa Marta, 11 de junio de 2019.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla