Testimonio de una joven misionera: “Donde pueda aportar mi granito de arena, allí estaré”
Este mes de octubre la Iglesia celebra el DOMUND, una jornada que busca dar voz a los hombres y mujeres que están siendo testigos de Dios por toda la Tierra: los misioneros. Nuria Torres ha sido -aunque por poco tiempo- uno de ellos, participando en una experiencia misionera en Cabo Verde junto a la Pastoral Universitaria.
Nuria recuerda cómo cuando era pequeña su abuela María y Puri la recogían para ir al ángelus en septiembre, mes de la patrona de Tarifa, su localidad natal. “Con ellas empecé a ir a la misa de los niños. Al principio, por mero entretenimiento, como una oveja siguiendo el rebaño; no fue hasta más crecida cuando comencé a sentir cómo Dios se hace presente en mi día a día”. Asimismo, ha habido algunos hitos que han marcado su vida de fe: “Una enfermedad que le diagnosticaron a mi padre y el cambio al colegio Salesianos María Auxiliadora fueron los acontecimientos que me acercaron a Cristo. Sin embargo, creo que esta fe adulta no la he experimentado hasta mi misión en Cabo Verde, donde aprendí lo esencialmente importante y a darle a Dios el lugar que merece en mi vida”.
A la misión que se refiere es a la que la Pastoral Universitaria ha organizado este verano con un grupo de estudiantes y seminaristas. “Mentiría si dijera que lo tuve claro desde el principio”, confiesa Nuria. No en vano, tenía previsto un viaje a París con sus amigas con concierto de su grupo favorito incluido. “Pero cuando el padre Pablo –delegado de esta Pastoral- me llamó para darme la noticia, algo en mí me decía que sería una oportunidad que no podía desaprovechar”. En esta línea, asegura que la misión “me ha cambiado la forma de ver la vida, suena muy tópico, pero es así. Me ha enseñado a ver a Dios en el día a día, a valorar todos los bienes que tengo, a apreciar la familia unida y, sobre todo, a saber priorizar poniendo a Dios y a mi fe en el centro”.
Ricos en fe
Los jóvenes misioneros visitaron Santo Antao y San Vicente, dos islas en las que la fe “se vivía en la pobreza, incluso los más necesitados eran ricos en fe”, resalta la tarifeña. Cuenta sorprendida cómo muchos caboverdianos “no tenían ni zapatos; la ropa, en ocasiones, roída y sucia, y aun así nos regalaban todo lo que ellos tenían, que era un plato de comida fundamentalmente. Todos eran muy cercanos, nos intentaban enseñar su cultura, costumbres y hacernos sentir como en casa”.
Previamente a esta experiencia tanto Nuria como sus compañeros recibieron una formación para servir adecuadamente en su apostolado. “Yo elegí encargarme de las actividades infantiles: jugar, rezar, dibujar… Jamás me arrepentiré de ello, porque donde más vi a Dios fue en los niños, en los más pequeños e inocentes, que -sin ellos querer- me dieron grandes lecciones de vida”. De hecho, una de las anécdotas más conmovedoras de su experiencia misionera es protagonizada por una de estas niñas, Isabel, “que insistió a sus padres para que el último día me trajeran un bizcocho, aun viviendo en otra aldea. Fue el regalo más especial que me han hecho en mucho tiempo porque allí no tienen las facilidades que tenemos nosotros para comprar los ingredientes, ni la gasolina es un bien frecuente”, explica la universitaria.
Aunque a Nuria le encantaría repetir esta experiencia, apunta que “no solo es necesario viajar a otra parte del mundo para ayudar; aquí también podemos hacer mucho por los más necesitados”. Por ello, lleva más de un año acompañando a personas sin hogar una vez a la semana junto a la Pastoral Universitaria: “Donde pueda aportar mi granito de arena, allí estaré”.
Finalmente, esta joven estudiante agradece el acompañamiento del sacerdote Pablo Guija, “que ha sido mi apoyo y mi sustento en la fe desde que lo conozco. Él ha sabido sacar lo mejor de mí y a día de hoy sigue ayudándome a aumentar mi fe y a compartir mi testimonio”.