Matrimonio misionero en Vietnam: “La llamada a la misión es una respuesta a la gratuidad del amor de Dios”
Pablo Olivares y Sonia Olivera, junto a sus hijas, Gladys y Diana, de 15 y 12 años, respectivamente, son una familia en misión. Pertenecen a la Parroquia de la Sagrada Familia, de Sevilla, y forman parte del Camino Neocatecumenal. Actualmente se encuentran de misiones en Vietnam.
Él es pintor e imparte clases de Arte en escuelas y academias para los niños; Sonia es artesana, elabora adornos de Navidad y los vende fundamentalmente en España, Italia y algunos países de Europa.
Para Pablo la llamada a la misión ha sido una respuesta a la acción de Dios en su vida. “Es la necesidad que el Señor crea en mí de hablar a los hombres de cómo me ha amado y cuidado siempre, y acompañarlos a descubrir este amor de Dios en sus vidas”, afirma. Sonia considera que “la llamada a la misión no parte de un razonamiento lógico ni de un proyecto humano de vida, es una respuesta a la gratuidad del amor que Dios ha tenido conmigo”.
Este matrimonio es consciente de que “es imposible seguir a Cristo sin la oración diaria que la Iglesia enseña en la liturgia de las horas, la lectura de la Palabra y la celebración semanal de la Palabra en la comunidad, la vivencia de los sacramentos y la experiencia de los hermanos que reavivan la fe y la alimentan cada día”.
Misión en Vietnam
Esta familia sevillana fue enviada en el año 2014 por el papa Francisco como Missio ad Gentes a Hanoi, Vietnam. Esta misión inicialmente está compuesta por varias familias, por célibes y un sacerdote, quienes forman una pequeña iglesia doméstica y son enviados a lugares donde no existe o se ha perdido la presencia de Cristo. “La misión parte de la vivencia de la fe en la comunidad, concretizada en el anuncio del Evangelio allí donde el Señor te llama”, explican.
Hanoi es una ciudad de nueve millones de habitantes, “en su inmensa mayoría escépticos que no han oído hablar de Cristo, con una pequeña realidad de la Iglesia Católica que sobrevive en medio de un mundo completamente contrario a ella. Este pueblo te llama no solamente a amarlos en Cristo, sino a una conversión diaria, a una necesidad de clamar al Padre por ellos, a mirar el sufrimiento sin esperanza que cada uno padecemos cuando el demonio se encarga de cerrarnos el Cielo y hacernos perder la visión del don de la vida eterna, que es para lo que cada uno hemos sido creado”.
Pero la misión –afirman– “sobre todo es vivir entre ellos, salir a trabajar, mandar a los hijos a la escuela con los niños vietnamitas, salir al mercado, hablar con ellos, ser agradecidos, amables, dispuestos. Abrir las puertas de casa a todos, dejar que el Espíritu Santo te guíe y te sorprenda. Es sentirte frágil y humillarte ante la incapacidad de no saber cómo hacer las cosas, saber pedir ayuda a tus catequistas que son nuestra guía fundamental aquí. Sentirte protegido y cuidado por tus hermanos de comunidad a través de la oración, de la necesidad económica y sobre todo en el combate de la distancia y los afectos de los tuyos”.
Sobre las sombras propias de la misión, Pablo añade que “son una herramienta de la que Dios se vale para su propósito, como san Pablo entendió tan bien cuando el Señor le dijo: ‘Mi Gracia te basta, mi poder se realiza en tu debilidad’; qué misterio tan precioso es este. Pues es verdad, de esto sí puedo dar testimonio”.