Jóvenes que comparten su luz en Cáritas
El voluntariado en Cáritas es esencial para la misión, es el corazón de su acción en las parroquias y los proyectos donde la comunidad cristiana reconoce el rostro de Dios en el empobrecido, respondiendo ante el hermano que lo necesita con el ejercicio de la caridad, tarea esencial e irrenunciable de la misión evangelizadora de la Iglesia.
Ángela, Francisco y Javier, de 21, 22 y 26 años respectivamente, son algunos de los voluntarios más jóvenes estos proyectos. Ángela, desde el Proyecto Maparra, una iniciativa para niños y jóvenes de la Cáritas Parroquial de Jesús Obrero de Sevilla; Francisco, del Proyecto Samuel de la Cáritas Parroquial de la Inmaculada Concepción de Alcalá de Guadaíra, centrado también en los más pequeños; y Javier, del proyecto de atención en calle a personas sin hogar “Emaús” del Arciprestazgo de Triana–Los Remedios de Sevilla. Los tres llevan más de cuatro años comprometidos en la acción de Cáritas a través de la atención de la infancia y la exclusión.
El compromiso del voluntariado joven de Cáritas
Para Francisco, el voluntariado se ha convertido en una parte imprescindible de su vida, en sus propias palabras, “sería incapaz de entender mi vida sin él”. Ángela, implicada además en el grupo confederal de voluntarios jóvenes de Cáritas Española, ve el papel del voluntariado en nuestra sociedad “fundamental, ya que, por desgracia, hoy en día hay familias que no tienen los recursos suficientes para llevar adelante a los suyos, ya sean económicos, educativos…”.
Javier, que desarrolla un voluntariado distinto al de sus compañeros, lo ve como “clave en la vida del cristiano”, con una importancia más allá del trabajo realizado en él, sino con “dedicar parte de tu tiempo a otras personas que lo necesitan”. Javier ve ese tiempo como “la mayor muestra de amor hacia uno mismo, los demás y hacia Dios. No importa que el prójimo al que le estemos dedicando nuestro tiempo sea musulmán, ateo… Dios nos ama a todos y debemos demostrarlo de la misma manera, con el mismo gozo y la misma gratitud”. Además, trabajar con personas sin hogar hace que sea una “gran ayuda para hacer entender a las personas que todos podemos pasar por un mal momento y que, sin importar nuestra situación, somos seres humanos y debemos ser respetados por ello, aunque por desgracia, la tónica a la que estamos acostumbrados es a ignorar y pasar de largo cuando vemos a alguien en esta situación en nuestras calles”.
Una comunidad que cuida
Los vínculos que ha formado después de cuatro años en el Proyecto Samuel han hecho que Francisco vea que “aquellos que comenzaron siendo mis compañeros hoy son parte de mi familia, y es algo que me llena infinitamente”. Para Ángela, esa familiaridad se ha dado desde el principio y después de tres años, mantiene la ilusión y las ganas: “No me arrepiento de aquella decisión que tomé a la hora de empezar”. Por otro lado, a Javier, el resto de voluntarios que ha ido conociendo a lo largo de estos años le han hecho “sentir parte de esta organización, teniendo en cuenta que el que manda es Dios y que nuestra misión es transmitir ese Amor que Él nos brinda cada día”.
En esa línea, Francisco recordaba las palabras del Papa: “Sueñen que el mundo puede cambiar” y afirmaba su convicción en “que el voluntariado es una forma humilde de hacerlo”.