Benedicto XVI: Dios en el corazón

Benedicto XVI: Dios en el corazón

¿Por dónde empezamos? Si hablamos de su magisterio, Benedicto XVI deja tras de sí un legado único tanto por la riqueza de temas, como por la sencillez profunda de sus exposiciones. Baste recordar la primera de sus encíclicas, Deus caritas est, o cualquiera de sus catequesis habituales en la plaza de San Pedro. Pero sus actos de gobierno pastoral no lo han sido menos por su significación y hondo calado. Repasarlos todos, un imposible. Quizás, para muchos, el más relevante sea el de su renuncia, aunque yo, personalmente, me quedaría con el primero: Aquel 24 de abril, cuando en la misa de imposición del palio y entrega del anillo del pescador, que daba inicio a su ministerio, renunció a presentar un programa de gobierno, porque «Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea Él quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia». De este Papa, siempre discípulo enamorado de Cristo, es del que me gustaría hablar.

Con un “Señor te amo” en los labios, Benedicto XVI se despedía de este mundo el pasado 31 de diciembre, aunque más bien parece el saludo a un Dios-amigo con el que se encuentra. Algo así como las primeras palabras de un encuentro en lo eterno que aun cayeron de nuestro lado y se pudieron oír. Ellas nos dejan la mejor síntesis de su pensamiento y desvelan el secreto de su persona: un corazón apasionado por Jesucristo. Sencillamente, digámoslo así,  no es posible interpretar la inmensa obra teológica de Benedicto XVI-Joseph Ratzinger, ni entender su vida, sin este primado amoroso de Dios en él, que regía su razón, sus sentimientos y sus actos. Aquel “Nada anteponer al amor de Cristo”, que recoge la Regla de San Benito, bien podría considerarse la pauta de su existencia o el lema apócrifo de este humilde trabajador del Señor.

Fascinado por Dios, como él mismo se recuerda desde la infancia, Benedicto XVI forma parte de los grandes testigos del siglo XX, pero no como lo piensa la biografía. Desde su infancia-adolescencia, atravesada por la guerra, aquel muchacho más bien débil hizo de Dios su condición irrenunciable. Por Él permaneció en pie ante las amenazas del comandante nazi y no le importaron sus humillaciones. Ya como profesor, prefirió ser postergado antes que claudicar ante las corrientes marxistas y secularistas del 68. En Dios se mantuvo, de pie, hasta el final, soportando un acoso mediático-ideológico difícilmente explicable. Así, década a década, Benedicto XVI ha caminado a lo largo del siglo XX hasta el XXI como testigo de Dios en la historia, dejando al descubierto lo caduco y frágil de ciertas posiciones “que parecían inamovibles” frente a Jesucristo, fuente de verdad y vida permanente en su cuerpo que es la Iglesia.

Como esos cuadros poderosos que proyectan luz desde su interior, el magisterio de Benedicto XVI cautiva y fascina porque trasluce la hermosa verdad del misterio divino que lo atraviesa. En su palabra, cálida y sencilla, Dios asoma permanentemente, toca los corazones y eleva el alma. El secreto está en su vida verdadera, hecha en Dios y vivida de su mano. Al punto que, cuando Benedicto XVI habla de Dios, no presenta una idea sublime o un universal abstracto, sino que nos sitúa ante un alguien: Jesucristo, un Dios persona, concreto y cercano, con el cual podemos establecer una relación, porque nos escucha, acoge y entiende, pero sobre todo porque nos ama profundamente. De su mano, la existencia se ilumina y la vida se torna hermosa porque el hombre descubre que no es un accidente en la naturaleza, sino fruto de un acto de amor que ahora, al encontrase con su Creador, se comprende a sí mismo y reconoce la razón de su existir. La razón y la fe, como el resto de cualidades humanas, ya no entran en oposición porque se iluminan entre sí al mismo fin: el encuentro con Dios. Y los otros se descubren como hermanos al amparo de un mismo Padre Dios, rompiendo cualquier tipo de enemistad y conduciendo la humanidad a la fraternidad. A un Dios así solo se le puede responder “Señor, te amo”, como exclamó Benedicto XVI antes de salir de este mundo.

Este es el Dios-amor al que Benedicto XVI consagró su vida y que rezuma en todos sus escritos, primero como teólogo y luego como pontífice. El secreto para entender su obra y su persona, como digo, no es ningún tipo de arcano reservado a mentes selectas; reside en su corazón, un corazón enamorado de Dios. “De la abundancia del corazón, habla la boca” (Lc 6,45).

Miguel Ángel Núñez, pbro, párroco de San Nicolás y Santa Mª la Blanca


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