Virgen de las Nieves (Colegial de Santa María de las Nieves, Olivares)
El pasado 15 de enero se inició el Año Santo Jubilar con motivo del cuatrociento aniversario de la erección pontificia de la Colegial de Santa María de las Nieves de Olivares. Por ello, traemos hoy a nuestra sección la imagen titular de este templo, magnífica escultura obra conjunta de María Roldán y Matías de Bruneque.
Fue Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde-duque de Olivares, el que logra que se eleve a rango de Colegiata la iglesia que su padre, Enrique de Guzmán y Ribera, segundo conde de Olivares y embajador de España ante la Santa Sede, había fundado en 1590. Así, mediante bula del papa Urbano VIII fechada el 1 de marzo de 1623 ,se erige la Colegiata, quedando agregada a la Basílica de Santa María la Mayor de Roma.
Ya en los primeros estatutos que fueron redactados en 1626 por el propio conde-duque y aprobados por la Santa Sede, se señalaba que el altar mayor de la iglesia debía de estar presidido por una imagen de la Virgen de las Nieves. Así, el retablo mayor, obra de José Guisado y José de Escobar de 1690, aparece presidido por la magnífica escultura de la Virgen de las Nieves que tallara en 1697 María Roldán, hija primogénita del insigne Pedro Roldán y hermana de Luisa Roldán, la Roldana. Junto con su marido Matías de Bruneque, María Roldán se ocupará del programa escultórico de este retablo, así como de la hechura de la imagen titular que aparece en el camarín en el que fue entronizada el 21 de noviembre de 1700. De igual manera, como señala el historiador Francisco Amores, hay que tener en cuenta la importante intervención que el escultor sevillano Ángel Iglesias efectuará sobre la escultura en 1798.
La imagen de la Virgen aparece sentada y sobre una nube en la que aparecen cinco ángeles de cuerpo entero que dotan al conjunto de gran viveza y emotividad; viste una túnica color jacinto y manto azul, bordeados ambos por una cenefa estofada en oro, cubriendo su cabeza una toca blanca. Sostiene en su brazo derecho al Niño Jesús, vestido con una túnica dorada, el cual dirige la mirada a su Madre a la vez que le acerca su mano, como queriendo llamar su atención, ya que la Virgen mira al frente, al fiel que se coloca ante Ella, al que dirige una leve sonrisa que expresa el cariño y la ternura de la que es nuestra Madre.
Destacan en la imagen los pliegues y vuelos del manto de la Virgen, que dotan al conjunto de movimiento, contrarrestando cierta rigidez compositiva, si bien sobresale por encima de todo su elegancia y su monumentalidad.
Completando su iconografía, la Virgen porta en su cabeza la corona y a sus pies una media luna, ambas de plata, mismo material de la corona del Niño, quien sostiene además con su mano derecha un cetro.
Antonio R. Babío
Delegado diocesano de Patrimonio Cultural
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