JMJ: Encuentro con Cristo, con la iglesia y con uno mismo (II)
La JMJ también propicia una experiencia de la Iglesia, de su catolicidad, de su universalidad. Se experimenta la unidad, la pertenencia a una gran familia, a través de la oración, de la mano del único Señor Jesucristo. Se experimenta, que a pesar de las dificultades de la vida, es hermoso formar parte de la Iglesia universal. Las JMJ, además de ser una pedagogía de la fe, constituyen una pedagogía de la comunión. Son una iniciativa que permite a los jóvenes sentirse miembros de la Iglesia, en plena comunión con sus pastores y con el sucesor de Pedro. A la vez son una manifestación privilegiada de la confianza que la Iglesia deposita en los jóvenes, de la importancia y la atención que toda la Iglesia otorga a las jóvenes generaciones. Por eso se convierte en la Jornada de la Iglesia para los jóvenes y con los jóvenes.
La JMJ es un acontecimiento de toda la Iglesia, que es siempre joven. Este proyecto pastoral no sólo implica a los jóvenes sino a todo el pueblo de Dios que es fortalecido por el entusiasmo y el impulso de su fe joven. Se trata de hacer protagonistas a los jóvenes. Los jóvenes cristianos, corresponsables con toda la Iglesia de su misión evangelizadora, han de participar activamente en la vida de la Iglesia, celebrar su fe y asumir sus responsabilidades siendo protagonistas de la evangelización y artífices de la renovación de la sociedad. La experiencia de las JMJ nos enseña que los jóvenes están dispuestos a comprometerse en la Iglesia y en el mundo, y es preciso otorgarles responsabilidades y confiar en ellos.
La dimensión eclesial se manifiesta especialmente por la presencia del Santo Padre, que asegura la comunión con la Iglesia universal. También es importante la participación de los obispos en medio de los jóvenes y en su trabajo de catequistas. Asimismo, la presencia de los sacerdotes y su disponibilidad para los sacramentos y el diálogo personal y también la participación de personas de diferentes estados de vida que hace crecer el deseo de santidad y ayuda a los jóvenes a descubrir su vocación específica. También es importante la integración de movimientos eclesiales y de todas las realidades de Iglesia, especialmente las delegaciones de pastoral juvenil. Todos en camino, participando de la misión común, de la común llamada a la santidad, viviendo la comunión eclesial y el enriquecimiento y complementariedad de carismas.
La JMJ también facilita el encuentro con uno mismo, para revisar la propia realidad, para confrontar la propia vida con la luz de Cristo, sin tapujos, sin disimulos, abriendo el corazón a una conversión sincera. En la vigilia de oración de Tor Vergata, el año 2000, san Juan Pablo II describió con precisión el inconformismo del corazón joven, su insatisfacción ante la mediocridad, la inquietud por un ideal de altura y el deseo de cambiar el mundo y cómo el encuentro con Cristo transforma la vida, transforma el corazón, y desde ese encuentro viene el seguimiento y el compromiso: «En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna».
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla