El reto de la pastoral vocacional
Toda vida es una vocación, y cada persona recibe desde el nacimiento un conjunto de virtudes y cualidades que debe hacer fructificar. Para quien está discerniendo su vocación, la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) es una experiencia intensa e iluminadora de búsqueda, de hacerse preguntas y encontrar respuestas, de llamada y seguimiento, de luz para descubrir la propia vocación y generosidad para la respuesta. Por eso, antes del inicio de esta JMJ de Lisboa convoqué a la familia diocesana a una cadena de oración por las vocaciones, que ha tenido una repuesta muy positiva, sobre todo en las comunidades de vida contemplativa. El fruto no es automático, pero lo iremos viendo en los próximos años. Tarea nuestra es seguir dinamizando la pastoral juvenil ordinaria y la pastoral vocacional.
Tal y como está planteada la vida de las personas en nuestra sociedad, parece casi imposible que pueda brotar y madurar una vocación al sacerdocio o a la vida consagrada; por eso, desde hace años, acostumbro a afirmar que hoy día cada vocación sacerdotal es como un pequeño milagro, y lo mismo cada vocación a la vida consagrada; por eso es tan necesario un ambiente, un clima de fe, de amor a Dios, de disponibilidad y entrega, de docilidad a la voluntad de Dios y apertura a su llamada.
Los momentos esenciales de la pastoral vocacional se encuentran en la oración y en la celebración de la liturgia. La oración, la meditación de la Palabra de Dios y la celebración de los sacramentos constituyen el espacio ideal para que cada uno pueda descubrir la verdad de su ser y la voluntad de Dios en su vida; del mismo modo, el servicio desinteresado a los demás a través del voluntariado, motivado evangélicamente y alimentado desde la oración, ofrece enormes posibilidades para que el joven descubra el servicio de la caridad y se abra a un compromiso de especial consagración. A la vez, toda la Iglesia diocesana ha de rezar por las vocaciones; esa es la primera y fundamental actividad de la pastoral vocacional.
Los educadores y especialmente los sacerdotes, no deben temer el hecho de proponer la vocación al sacerdocio a aquellos jóvenes en los que aprecien los dones y las cualidades necesarios para ello. La figura del sacerdote es un elemento transversal de la pastoral vocacional. El interés por la vocación en los jóvenes depende, en gran medida, del testimonio de sacerdotes felices de su condición, que viven su ministerio con alegría. La mejor catequesis vocacional que un sacerdote puede hacer es mostrar su propia vocación con la vida y con la palabra.
También es necesario cuidar el ámbito familiar, con el fin de recuperarlo como el primer lugar de educación en la fe. El trabajo por las familias y con las familias favorece el nacimiento y la consolidación de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Desde el ámbito de la pastoral familiar es preciso potenciar una cultura de la vida, que ayude a que los matrimonios acojan generosamente el don de la vida y valoren la vocación sacerdotal de un hijo como el mayor regalo de Dios. Es necesario, además, en el ámbito de la pastoral juvenil y vocacional, recuperar la gran tradición del acompañamiento espiritual, que ha dado siempre tantos y tan preciosos frutos en la vida de la Iglesia.
Como resumen final, destacaría tres elementos clave de la pastoral juvenil: el primero, confiar en los jóvenes y plantearles un ideal de altura, de perfección; en segundo lugar, conocer y acompañar a los jóvenes, guiarlos, responder a sus inquietudes, dialogar con ellos; por último, propiciar el encuentro con Cristo, la Persona que llenará de plenitud sus vidas. A partir de ahí serán capaces de comprometerse a través del camino que Dios les indique, ya sea el sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio. Pidamos que sean generosos a la llamada del Señor, como lo fue María Santísima.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla