Carta pastoral con motivo de la jornada del Domund (19 de octubre de 2008)

Carta pastoral con motivo de la jornada del Domund (19 de octubre de 2008)

            La obra evangelizadora de San Pablo siempre ha sido considerada como ejemplo de la acción misionera de la Iglesia. Ahora que se cumplen los dos mil años de su nacimiento, se han abierto, con este motivo, las puertas de un Año Paulino para recuerdo del gran apóstol, cuyo ejemplo ha de servir para convertir sinceramente el corazón a Dios y seguir fielmente a Jesucristo. 

Apóstoles misioneros

             Me he hecho todo para todos para ganarlos a todos y llevarlos al conocimiento y la vida del Evangelio. Ese es el deseo y el ardiente empeño de San Pablo.

             En aquel que ha conocido a Jesucristo no cabe otra disposición sino la de esta actitud universal y generosa. Todos los pueblos han sido llamados en Cristo. A todos, por tanto, ha de llegar cuanto los discípulos han visto y oído decir a su Señor.

             San Pablo lo expresa con palabras tan profundas como llenas de responsable emoción: «Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Cor. 9, 16). San Pablo no tiene otra ilusión ni otro motivo para vivir si no es el de hacer que se conozca y se ame a Cristo. 

             Dentro de la doctrina de San Pablo podemos sacar el perfil adecuado del auténtico misionero: llevar el amor de Cristo en el corazón y el Evangelio en los labios; soportar, si es necesario, sufrimiento y persecución, permaneciendo siempre fieles al Señor.

 

 Cristo, nuestro Señor y misionero  

            Predicamos un Cristo crucificado, escándalo para unos y necedad para otros, mas para los que han sido llamados, sabiduría de Dios (1Cor 1, 23-24).

             He sido llamado por Cristo para anunciar su Evangelio, puede decir el misionero y la misionera, que ha sido enviado, como Cristo, para que el mundo conozca a Dios y a su Hijo, el Salvador. 

            Id, pues, a todos los pueblos. Nadie queda excluido de recibir la Buena Noticia. A cada uno le corresponde, según su vocación a llevarla a todas las gentes.

  

De la mano de la Iglesia

             Cristo había prometido a los suyos que no les iba a dejar solos. Que les enviaría el Consolador, el Espíritu de la verdad, el Espíritu Santo, y que llegarían hasta los confines de la tierra.

             Cristo fundó la Iglesia para que fuera sacramento, señal y prenda de salvación. Así se ha recibido por los cristianos, como una preciosa herencia que agradecer, guardar y compartir.

             Nuestra diócesis, a lo largo de su historia, ha sido incuestionablemente misionera. Bastaría leer tantas páginas modélicas e imborrables, escritas por la Iglesia hispalense. Los hijos e hijas que se bautizaron y que aquí aprendieron a ser apóstoles del Señor.

             Desde las riberas del Guadalquivir llegaron a los pueblos más lejanos para anunciar el nombre de Cristo y ayudar, en formas muy variadas, a los a los hermanos necesitados de otros países.

             La historia misionera de Sevilla no es algo pasado, ni mucho menos. Actualmente son muchos los misioneros y misioneras repartidos por diversos países del mundo. Por otra parte, tanto la Delegación Diocesana de las Obras Misionales Pontificias como la Delegación Diocesana de Misiones, trabajan constantemente en esta pastoral imprescindible de la cooperación misionera, buscan recursos económicos, sostienen el espíritu misionero de nuestros fieles, están en conexión con los misioneros y misioneras, promueven eficaces programas de animación misionera…

 

Seguimos avanzando

             De todo cuanto venimos reflexionando, se desprende que la acción evangelizadora y misionera no es una actividad más de la Iglesia, sino que constituye la esencia de su misión. Que cuanto se ha recibido del Señor, hay que llevarlo y compartirlo con los demás; que el cristiano ha de hacerse todo para todos; que Cristo envió a los suyos a predicar el Evangelio; que el Espíritu Santo es la garantía de la presencia de la voluntad salvadora de Dios para todos los hombres y mujeres del mundo.

             La forma y el modo de llevar a cabo esa acción misionera, única en el contenido de la fe, se realiza en acciones diferentes, que van desde el anuncio explícito del evangelio, a la promoción humana, al diálogo interreligioso, a la promoción y desarrollo de los pueblos. Y, en la implantación de nuevas iglesias, la contribución para la paz y el entendimiento entre los pueblos… Nuestra diócesis, como ya lo viene haciendo generosamente, contribuirá con distintas ayudas económicas a las misiones.

             No puedo olvidar a todos los misioneros y misioneras de Sevilla, que llevan el espíritu de nuestra Iglesia allí donde se encuentran. Que Dios les premie tan buenas acciones y la ejemplaridad que su misma vida supone. Que el Señor haga surgir, en el corazón de muchos jóvenes, una entusiasmada vocación misionera.

             Benedicto XVI nos ha regalado unas hermosas palabras en el mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones: «Contemplando la experiencia de San Pablo, comprendemos que la actividad misionera es respuesta al amor con el que Dios nos ama. Su amor nos redime y nos impulsa a la missio ad gentes; es la energía espiritual capaz de hacer crecer en la familia humana la armonía, la justicia, la comunión entre las personas, las razas y los pueblos, a la que todos aspiran (cf. Deus caritas est, 12). Por tanto, Dios, que es Amor, es quien conduce a la Iglesia hacia las fronteras de la humanidad, quien llama a los evangelizadores a beber «de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios» (Deus caritas est, 7). Solamente de esta fuente se pueden sacar la atención, la ternura, la compasión, la acogida, la disponibilidad, el interés por los problemas de la gente y las demás virtudes que necesitan los mensajeros del Evangelio para dejarlo todo y dedicarse completa e incondicionalmente a difundir por el mundo el perfume de la caridad de Cristo».

 

            Con mi bendición. 

+ Carlos, Cardenal Amigo Vallejo

Arzobispo de Sevilla


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