Carta pastoral con motivo del Día de la Iglesia Diocesana (16 de noviembre de 2008)

Carta pastoral con motivo del Día de la Iglesia Diocesana (16 de noviembre de 2008)

            Ser cristiano y en Sevilla, es decir en este lugar en el que se vive la fe y en el que se realiza una actividad religiosa dentro de nuestra comunidad cristiana. Es nuestra Iglesia diocesana.

             Escuchar la Palabra de Dios y seguir a Jesucristo, celebrar la Eucaristía y los sacramentos, cumplir el mandamiento de la caridad, dar testimonio de Jesucristo en obras y palabras en medio de la sociedad. Esto es ser cristiano.

             Ahora bien, como la Iglesia está en medio del mundo y en un ambiente social concreto, es lógico que participe de la cultura y modos de ser en ese ámbito en el que se vive. Lo cual, supone la ventaja de tener una historia en la que apoyarse, una riqueza cultural de costumbres ejemplares, un referente de personas que son modelo a imitar, una riqueza espiritual que emana de toda la acción que el Espíritu Santo ha realizado entre nosotros a lo largo del tiempo.

             Todo ello es motivo de satisfacción y para dar gracias a Dios, pero también de no poca responsabilidad y compromiso. Uno de los primeros es el de conocer nuestra Iglesia diocesana y la labor que realiza. Cuando ofrecemos algunos números sobre las acciones pastorales y sociales que realiza y el de las personas directamente comprometidas con ello, surge enseguida la admiración y la pregunta: ¿Por qué no se conoce toda esta maravillosa y ejemplar labor?

             En nuestras distintas publicaciones se recogen todos los datos. Pero el ejemplar espíritu con el que se hace es más importante, y que se manifiesta en las obras buenas que se realiza.

             Hay obligación de ser leales a los principios del Evangelio, con una conducta moral, tanto individual como social, que de ellos dimana. Un criterio imprescindible, para saber cuál debe ser nuestra postura ante la sociedad, es la doctrina social de la Iglesia, de la que tenemos espléndidos ejemplos.

             Necesitamos cuidar nuestra Iglesia diocesana, nuestra comunidad cristiana. Tiene que llegar a ella el pan de la Eucaristía, y necesitamos sacerdotes. Se ha de recibir el pan de la Palabra, y se requiere un buen número de catequistas bien formados. Queremos vivir y practicar el amor fraterno, y necesitaremos generosos ministros de la caridad.

            Todos hemos sido llamados en el bautismo a formar un solo pueblo: el que naciera de la cena pascual y de la acción redentora de Cristo, es decir, que necesitamos de la Iglesia. Una Iglesia diocesana siempre fiel y en renovación constante. Lealtad a Jesucristo, a su doctrina y ejemplo, y coherencia de conducta en relación con el Evangelio. Y renovación, que es responder a las cuestiones y necesidades que presenta cada época, cada tiempo, cada cultura y lugar, pero siempre teniendo en cuenta el invariable y fecundo depósito de la fe cristiana, de nuestro Evangelio y de nuestro Credo.

            Si de verdad queremos a esta Iglesia diocesana y nos sentimos unidos a ella y a cuanto realiza, tendremos que contribuir económicamente a su sostenimiento. Se han dado pasos importantes en cuanto a la financiación de la Iglesia, pero insuficientes. No basta ni con marcar la cruz en el impreso de la declaración de la renta, ni dejar algún dinero en la colecta de la misa dominical. Tenemos que organizarnos mejor. Una de las formas más viables y eficaces es la de la cuota parroquial. En este sentido tendremos que avanzar mucho más.

            A la Iglesia diocesana se le ayuda, ante todo, con el afecto y el reconocimiento a una labor que realizamos entre todos. Es el sentido de comunidad de hermanos que han recibido el mismo bautismo, que celebran la misma Eucaristía, que viven el mismo mandamiento del amor fraterno.

            Como decía una de las figuras más admirables de nuestra Iglesia, el Beato Marcelo Spínola, «El amor de Jesucristo a nosotros no ha permanecido escondido en su pecho, sino que se ha manifestado en actos, en obras, y uno de éstos ha sido y es la Iglesia».

 

            Con mi bendición,

 

+ Carlos Amigo Vallejo

Cardenal Arzobispo de Sevilla

 


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