Homilía en la misa exequial por don Antonio Burgos (22-12-2023)
Parroquia del Sagrario (Catedral de Sevilla), 22 de diciembre de 2023.
Lecturas: 1ª. Job; Salm 22; Ev. Mc. 15, 33-39; 16,1-6.
Queridos sacerdotes concelebrantes; diáconos; familiares de nuestro hermano Antonio, en especial su esposa Isabel y su hijo Fernando; Excelentísimas autoridades. Hermanos y hermanas presentes. Nos hemos reunido en torno al altar del Señor para elevar nuestra oración por nuestro hermano, que el Señor ha llamado a su presencia el pasado día veinte. Lo hacemos con la celebración del sacrificio eucarístico, actualizando la pasión, muerte y resurrección del Señor.
Las lecturas que hemos escuchado abren nuestro corazón a la esperanza. La fe nos orienta hacia la luz del Señor Resucitado, más allá del dolor y la oscuridad que provoca la muerte. Es difícil prever el modo y el momento en que la enfermedad se hará presente en nuestra vida, y eso nos hace experimentar una gran vulnerabilidad. La primera lectura es un fragmento del libro de Job, que hace una profunda reflexión sobre el misterio del mal y el sufrimiento, que está presente en la existencia del hombre. No es extraño que cuando el dolor nos golpea en lo más profundo del corazón, reaccionemos preguntando el porqué, como le ocurre a Job. No es una cuestión nueva para la humanidad; por el contrario, es una pregunta que siempre ha interpelado el pensamiento humano.
No es fácil encontrar una respuesta plenamente convincente; ahora bien, desde nuestra opción creyente, estamos seguros de que Dios no nos abandona, y que Jesús está a nuestro lado. El salmo que hemos recitado nos ayuda y nos consuela: “El Señor es mi pastor, nada me falta; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo. Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término”.
Pero la respuesta más decisiva y concluyente la encontramos en el Evangelio, en el relato de la muerte de Jesús y de su resurrección. Esta entrega de Cristo en la cruz es el centro de la historia, que precisamente gracias a él es historia de la salvación. Esta es la Buena Nueva, el núcleo de nuestra fe, que nos abre un camino de esperanza. Es bien cierto que la muerte es un misterio y que nuestra vida aquí en la tierra tiene un final; pero Cristo ha resucitado, ha vencido a la muerte y nos abre el camino de la resurrección. Esta es la Buena Nueva que llena de esperanza el corazón de los creyentes, esta es la fe que la Iglesia predica continuando la misión de los apóstoles.
La vida de Cristo, entregada por amor hasta el final, no acaba en la cruz. Resucitado por el Padre, llega hasta nosotros por la fuerza del Espíritu como principio y fundamento de nuestra propia resurrección. El amor redentor de Dios es más fuerte que la muerte. A este Jesús, crucificado por los hombres, Dios lo ha exaltado como Salvador. La contemplación de Cristo resucitado nos revela el futuro que puede esperar el ser humano, el camino que puede llevar a su verdadera plenitud y la garantía última ante el fracaso, la injusticia y la muerte.
Tal como hemos escuchado en la narración de san Marcos, el domingo, muy temprano, María Magdalena, María, madre de Santiago, y Salomé, se encaminan hacia el sepulcro donde habían depositado el cuerpo de Jesús, y se dan cuenta que la piedra que cerraba la puerta ha sido apartada, y ven sentado a la derecha un joven vestido de blanco que les comunica que «ha resucitado». La esperanza brota incontenible en el corazón de los discípulos, como expresión del deseo de un amor más fuerte que la muerte.
Esa misma esperanza brota en nuestro corazón. Por eso nos encontramos esta mañana aquí, para participar en esta celebración eucarística. Hemos perdido un ser querido, y este hecho nos produce dolor, pero tenemos la esperanza firme de que nuestra vida está en manos del Señor y que nuestra muerte no es una separación definitiva, sino una despedida hasta el encuentro en la casa del Padre.
Nuestro hermano Antonio ha sido un referente del mundo de la literatura y del periodismo. Ha sido un hombre muy querido y respetado por todos; un hombre firme en sus principios y, al mismo tiempo dialogante; que creía en el compromiso, en el esfuerzo, en el sacrificio, que trabajó hasta el final. Un ejemplo de superación constante, de carácter firme, de agudeza intelectual, de brillantez literaria, que ha dejado una huella indeleble en Sevilla.
Era un sevillano enamorado de su ciudad hasta los tuétanos y un fiel defensor de la misma en todos los ámbitos: el religioso, el histórico, el cultural, el cofrade, el taurino, el folclórico, el poético y el sentimental. La conocía como la palma de su mano. A ella le escribía diariamente desde su famoso Recuadro de ABC. Sabía los nombres de todas las familias de Sevilla, y leerle cada mañana en el periódico era la costumbre de todos los sevillanos que lo tenían por referente de opinión y de pensamiento. Con un estilo libre y crítico y una ironía fina que sabía captar la voluntad del lector.
Sus padres han sido muy importantes en su vida. Antonio y Pilar, de profesión sastres. Tenían la sastrería en la avenida de la Constitución, frente a la parroquia del Sagrario y de ahí su vinculación con la Parroquia y la Catedral. Su padre siempre quiso que su único hijo varón continuara su profesión pero don Antonio cortaba otros trajes. Alumno brillante del colegio Portaceli, en el que recibió una profunda impronta jesuítica. Sus devociones principales proceden del lugar donde vive: la hermandad de la Carretería, y la del Cristo de Burgos del que su padre fue hermano Mayor.
Era un hombre de profunda devoción a María Santísima. Y son tres imágenes de la Virgen las que marcan su vida. La Virgen de La Antigua de la Catedral: Su principal regalo en los Bautizos y Primeras Comuniones era una réplica de la histórica medalla del Cabildo que tiene su efigie. La Pura y Limpia del Postigo: Era su Hermandad por antonomasia; estaba enamorado de la Inmaculada; le encantaba pasar por la Capilla casi a diario, saludar a la Virgen e ir a los Seises de los que conocía sus bailes y las letras de la música de las octavas desde pequeño. La Esperanza Macarena: A ella le dedicó junto al Gran Poder la mejor literatura de lo que escribía; los párrafos dedicados a ella pasan a la historia de los sevillanos que se los saben y recitan de memoria, porque son de una gran belleza.
Despedimos a un hermano que ha cumplido su etapa en la tierra después de una existencia compartida, fecunda, llena de fe y amor. Ha sido un buen hijo, un buen hermano, un buen esposo, un buen padre, un buen amigo y compañero, un buen hijo de la Iglesia y un buen ciudadano. Era muy religioso y hombre de fe, practicante y piadoso. Sus obras de caridad no son muy conocidas, pero las hacía, con delicadeza y discreción; soy conocedor de ello. Siendo conservador en las formas, era avanzado en las ideas y presumía de ser muy fiel al Santo Padre, fuera el que fuera. Nos queda su recuerdo y su ejemplo como un tesoro, como una motivación constante para vivir con intensidad y aspirar a la excelencia, para amar a Dios, a la Iglesia, a la familia, y a Sevilla. Descanse en paz. Así sea.