HOMILÍA EN LA MISA DE LA SGDA. FAMILIA (28 de diciembre de 2008)

HOMILÍA EN LA MISA DE LA SGDA. FAMILIA (28 de diciembre de 2008)

 

EXTRACTO DE LA HOMILÍA DEL CARDENAL ARZOBISPO DE SEVILLA EN LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA (Catedral de Sevilla, 28 de diciembre de 2008)

 

1. El que se deja acompañar de Dios no conocerá ni la amargura ni la tristeza (Sab 8,16.). Buen consejo es éste que nos lleva a pensar, aquí, ahora y ante Dios, de algo tan querido, importante y deseado, como es el regalo de la familia.

Se nos había dicho, que el futuro habría de ser para aquellos que tuvieran serias razones para vivir y para esperar. Hemos ido buscando los afortunados que han de conseguir ese futuro. No hemos encontrado nada que tenga mayor despensa de estos alimentos, de vida y de esperanza, que la familia.

2. José y María estaban admirados de lo que veían y de aquello que escuchaban acerca de su hijo Jesús (Cf. Lc 2, 22-40).

¿Habremos encontrado el secreto para comprender, para vivir, para hacer de la familia ese espacio privilegiado para una existencia rebosante de felicidad? ¡Estaban admirados! Es decir, se dejaban seducir por aquello que estaba más allá de lo que ellos mismos podrían pensar. Había una mano, junto a la de María y José, con su hijo Jesús, que iba llevando por caminos insospechados a esta santa familia.

En la familia se dan cita acontecimientos, situaciones y actitudes increíblemente admirables y buenos. Aunque, también, no son pocas las trabas y barreras que hay que aprender a saltar, para no sucumbir ante una incomprensible avalancha de seducciones, tan falsas como portadoras de unas consecuencias increíblemente malsanas.

3. La familia es escuela donde se aprenden las mejores lecciones de un amor limpio, sacrificado, feliz. Es catequesis donde resuenan las verdades más profundas que la Palabra de Dios ha dejado a los hombres. La familia es santuario donde se puede encontrar el culto más auténtico del honor a los mayores, de afecto a los padres, del respeto mutuo, de la gratitud, de la alabanza sincera Dios por bienes tan valiosos.

Pero la familia también es un peso grande de problemas, de lágrimas y de disgustos, de incomprensiones y malos tratos, de humillación de las personas, de lágrimas sin fundamento. Dura cruz que soportar, teniendo que trabajar todos los días para llevar el pan a la mesa de los hijos, y carecer de ese trabajo que se necesita. La familia no acaba de encontrar la protección de unos derechos que aseguren una verdadera estabilidad en la misma estructura familiar, en la libre educación de los hijos, en la asistencia social. La familia tiene que soportar muchas pobrezas: la de tantos huérfanos de padres vivos; la de tantos padres que han perdido a sus hijos, porque se los ha matado la desesperanza, la violencia, el alejamiento de su casa.

Ante esta realidad, queremos defender unas virtudes, unos valores, una dignidad incuestionable de la familia. Si la familia es un peso, que no sea otro que el del amor. El amor es mi peso, decía San Agustín, tomando como ejemplo a esas masas de hierro a las que estaban encadenados los pies de los esclavos, y que les hacía rodar arrastrados por el peso que les aprisionaba. El amor a la familia debe ser el peso más llevadero, más deseado. El que más arrastre a la hora de tener que decidir.

Si la familia es una cruz, que sea la del sacrificio, la de no reparar en el esfuerzo por olvidarse de uno mismo y tratar de servir a los temas. Si es balanza de justicia, que procure defender las leyes más justas. Si es una pobreza, que lo sea para enriquecer a los demás, sacando todas las posibilidades de bien que se puedan tener, sin claudicar nunca de ese proyecto de felicidad que es la misma familia.

4. ¿En qué manantiales se ha de beber para saciar el deseo de contar con una familia auténticamente bien asentada y feliz? ¡Haz ésto y vivirás! (Prob 4, 4). Es consejo de la Escritura que nos llevan a la fuente más fecunda de cualquier proyecto cristiano: la Palabra de Dios, que es más estable que el cielo, que es lámpara que alumbra nuestros pasos, que es fuego ardiente para un amor inmenso.

Después, habrá que acudir a esa fuente íntima de las posibilidades que tiene el hombre para amar, para superar dificultades, para emplear su inteligencia y su capacidad para defender la familia. Pero, también, habrá que dejarse ayudar por las mediaciones humanas. De personas e instituciones que son un gran apoyo a la familia: la parroquia, la escuela, las asociaciones familiares, las agrupaciones cívicas comprometidas en la defensa de los derechos que asisten a la familia.

Se nos recuerda, en muchas ocasiones, la obligación que tenemos los cristianos de defender la naturaleza, de guardar bien lo que Dios ha creado. También se nos habla de una metaecología, es decir de un exquisito cuidado de lo más valioso que hay en la creación: la persona. A la que se debe proteger, con incuestionable deber moral y responsabilidad política y social, desde la concepción hasta la muerte. Cuando se olvida el valor fundamental de la familia, de la persona, se ha claudicado de lo más grande que tiene el hombre: la capacidad de defender el honor de su propia vida.

5. María y José, con su hijo Jesús, son el mejor ejemplo en el que podemos mirarnos. La Sagrada Familia proyecta una luz que no se extingue. Es que la mano de Dios estaba con esta familia. Y lo sigue estando con todas las familias del mundo.

En la fiesta de la Sagrada Familia, no tenemos mejor manera de celebrarlo que reuniéndonos junto a esta mesa santa de la Eucaristía. La mesa que Dios ha dispuesto para que en ella tenga el Pan de vida la familia cristiana.

+ Carlos Amigo Vallejo
Cardenal Arzobispo de Sevilla

 


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