Homilía de monseñor Saiz en Solemnidad de Epifanía (06-01-2024)

Homilía de monseñor Saiz en Solemnidad de Epifanía (06-01-2024)

Función Principal de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder

6 de enero de 2024. Basílica del Gran Poder

“¡Levántate y resplandece, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!” (Is 60, 1). Hoy, solemnidad de la Epifanía, la gran luz que irradia desde la cueva de Belén, a través de los Magos procedentes de Oriente inunda a toda la humanidad. El profeta Isaías, después de las humillaciones infligidas al pueblo de Israel por los reinos poderosos de aquella época, ve el momento en el que la gran luz de Dios surgirá sobre toda la tierra, de modo que los reyes de las naciones se inclinarán ante él, vendrán desde todos los confines de la tierra y depositarán a sus pies sus tesoros más preciados. Y el corazón del pueblo se conmoverá de alegría.

En contraste con esa visión, san Mateo nos presenta una estampa pobre y humilde en su evangelio. Ciertamente, a Belén no llegan los reyes más poderosos de la tierra, sino unos Magos, unos sabios, personajes desconocidos, que no despiertan una particular atención. Los habitantes de Jerusalén son informados de lo sucedido, pero no se toman interés, y tampoco los vecinos de Belén están impresionados por el nacimiento de este Niño, al que los Magos llaman Rey de los judíos, ni les impresionan estos hombres venidos de Oriente que van a visitarlo.

En realidad, son perspectivas que se complementan. El profeta Isaías vislumbra y anuncia una realidad que está destinada a transformar toda la historia; por su parte, el acontecimiento que narra san Mateo no es un breve episodio intrascendente y fugaz, sino el comienzo de algo nuevo, porque los Magos de Oriente serán los primeros de una multitud inmensa de personas que a lo largo de la historia han descubierto el signo de la estrella, han peregrinado por los caminos correctos, y han encontrado a Aquel que, aunque aparentemente es débil y frágil, puede proporcionar el sentido y la alegría más grande al corazón del hombre, porque nos manifiesta que Dios está cerca de nosotros, se ha hecho uno de nosotros, que su grandeza y su poder no se manifiestan según la lógica del mundo, sino a través de un niño recién nacido, cuya fuerza es el amor.

Los Magos ofrecieron a Jesús oro, incienso y mirra. Esos dones no respondían a las necesidades primarias y cotidianas que en aquel momento concreto tenían Jesús, María y José, pero tienen un significado mucho más profundo, y lo que representan, en el fondo, es el reconocimiento de aquel Niño como Dios y como Rey. Significa que desde aquel momento los Magos reconocen la autoridad de aquel Niño, que marcará definitivamente sus vidas.

Contemplemos en los Magos un corazón inquieto y buscador, que eleva los ojos a lo alto, que inicia la marcha, se encuentra con Jesús, lo adora, le ofrece lo mejor que tiene, y vuelve. Ellos se pusieron en camino hasta encontrarse con Jesús, y con aquel encuentro comenzó algo nuevo, un camino abierto a todos los hombres, porque ese Niño trae la salvación, una salvación universal; porque este Niño trae la luz para iluminar todos los corazones. En ese Niño se manifiesta la fuerza de Dios, que reúne a los hombres de todos los tiempos y lugares.

Según la antigua tradición de la Iglesia, en el día de la Epifanía del Señor, después del canto del Evangelio, tiene lugar el llamado «Anuncio de la Pascua» en que se anuncian desde el ambón las fiestas movibles del año en curso. El Año litúrgico resume toda la historia de la salvación, en cuyo centro está el Triduo Pascual, la celebración de la pasión, muerte y resurrección del Señor, que en Belén se revela en la humildad de la encarnación, en la condición de siervo, que será crucificado. A través de este ocultamiento ha querido Dios manifestarse, y, por eso, en la sencillez y la pobreza de Belén, y en la humillación y la ignominia de la Pasión y muerte, vamos penetrando en el conocimiento del misterio de Dios.

Celebramos hoy la Función Principal de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. Y, un año más, nos preguntamos en qué consiste el poder de Jesucristo. Ciertamente no es el poder de los reyes y de los grandes de este mundo. Es el poder de dar la vida eterna, de librar de todo mal, de vencer a la muerte. Es el poder del amor, de darlo todo, de entregarse hasta dar la vida; el poder de obtener bienes de nuestros males, de ablandar los corazones más endurecidos; el poder de llevar la paz a los conflictos más violentos; el poder de encender la esperanza cuando la oscuridad más cerrada se cierne sobre nosotros. Es el poder de su gracia, que se ofrece, se propone; que nunca se impone por la fuerza, porque siempre respeta nuestra libertad.

Contemplando la sencillez y pobreza del Niño-Dios que nace en Belén y es adorado por los Magos, y contemplando la humillación de Nuestro Padre Jesús con la Cruz a cuestas camino del calvario, ¿qué podemos hacer?, ¿qué debemos hacer? Desde luego, no podemos permanecer indiferentes ante el misterio de Dios que se ha revelado; no podemos mantenernos equidistantes entre la verdad y la mentira, entre la luz y las tinieblas; no podemos persistir como ciegos y sordos después de lo que hemos visto y oído. Como los pastores y los Magos, abramos el corazón y la mente a Cristo Salvador, y sigamos sus pasos con determinación.

Ser discípulos de Cristo y vivir como tales no significa que no vayamos a tener problemas. En ningún lugar del evangelio está escrito que el discípulo no tendrá dificultades; lo que sí nos garantiza el Señor es su fuerza, su gracia para superar los problemas, para cargar con la cruz y seguir sus pasos. Elegir a Cristo como centro de la vida no garantiza el éxito según los criterios del mundo, los criterios del poder, la riqueza y el placer, pero sí nos asegura la paz del corazón y una alegría profunda que sólo él puede dar. Esta es la experiencia de tantos hombres y mujeres que a lo largo de la historia han seguido a Cristo con todas sus consecuencias.

Esta es la historia de nuestros mártires sevillanos del siglo XX. La tortura que padecieron se convirtió en ocasión de un amor más grande, incluyendo el perdón a sus enemigos. Su ejemplo es una llamada a vivir la fe, la esperanza y la caridad con hondura, con coherencia; una llamada a vivir la dimensión martirial de la vida cristiana, a dar testimonio de Cristo en nuestros ambientes con la palabra, y sobre todo con el ejemplo de vida; una llamada al perdón, tan difícil para el corazón humano. Ellos nos enseñan a vencer al mal con el bien, la venganza con el perdón, a la violencia con la misericordia. Ellos nos enseñan a avanzar por los caminos de reconciliación y de paz.

El Señor tiene el poder de llenarnos de su luz, de redimir nuestra vida entera. Hoy le pedimos la gracia de un corazón sabio y limpio, para poder ver la estrella que nos guía hasta el encuentro con él; hoy le pedimos la fuerza para cargar nuestra propia cruz de cada día, sin quejas y lamentos, y unir nuestros sufrimientos a su Cruz salvadora; hoy pedimos al Niño Dios que ha nacido en Belén, al Jesús del Gran Poder, que nos llene de su amor, para ser sus testigos en el mundo de la mano de María Santísima del mayor Dolor y Traspaso, nuestra Madre y Maestra. Así sea.

 

 

 


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