En camino hacia la Pascua
El 9 de julio del pasado año, unos 200 peregrinos procedentes de Sevilla pudimos disfrutar de una visita tranquila y un tiempo largo de oración en la Basílica de la Transfiguración, en el monte Tabor. La comunidad de Franciscanos nos atendió con gran amabilidad y leímos y meditamos, en silencio, sin prisas, el relato de la Transfiguración del Señor. El monte Tabor se localiza en la Baja Galilea, diecisiete kilómetros al oeste del Mar de Galilea; su altura es de 575 metros. En aquel lugar, de profunda significación para los discípulos de Jesús, dirigí unas palabras a los peregrinos y les insistí en la importancia que tiene en el camino de la vida cristiana experimentar “momentos Tabor”, es decir, momentos de luz, de una fuerte vivencia de Dios, de especial encuentro con el Señor, en los que se intensifica la fe, el corazón queda transformado, y se refuerzan los propósitos de vivir el Evangelio. Son experiencias breves, intensas y luminosas, gracias actuales que Dios concede con vistas a las pruebas que se presentan a lo largo de la vida.
No podemos olvidar que la existencia humana es una peregrinación a la Casa del Padre, un camino de fe no exento de dificultades, que transcurre más en la penumbra que en la plena luz, en el que se hacen presentes también momentos de oscuridad. Mientras estamos aquí, en la tierra, nuestra relación con Dios se realiza más en la escucha que en la visión, y la contemplación se lleva a cabo gracias a la luz interior que nos llega por la Palabra de Dios y los sacramentos. La Transfiguración tiene lugar en un momento decisivo de la vida de Jesús, unos días después del primer anuncio de su Pasión y Muerte, que había provocado una fuerte crisis entre los apóstoles, sumiéndolos en el desconcierto, y después de la instrucción posterior en la que les declara que, si quieren ser discípulos suyos, tendrán que seguir el mismo camino de abnegación y sufrimiento, y cargar con la propia cruz.
Jesús sube a lo alto de la montaña con los tres discípulos más cercanos. En su encuentro con el Padre se produce la Transfiguración, la manifestación de la gloria divina a través de su humanidad, como una luz que anticipa la gloria de su Resurrección. La finalidad es, en primer lugar, preparar a los discípulos para que pudiesen afrontar los acontecimientos de la Pasión y Muerte; también confirmarles su divinidad, y, por último, fortalecer su ánimo para afrontar el camino de seguimiento del Maestro, evocando la gloria que seguirá a la cruz y anticipando el Misterio Pascual.
En Jesús transfigurado brilla la luz que resplandecerá especialmente en la Resurrección. El misterio de la Transfiguración nos invita a contemplar la luz de Dios, que ha estado presente a lo largo de la historia de la salvación y que culmina en Cristo. El Padre hace una invitación a los tres apóstoles presentes: «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo». Escuchar a Jesús significa escuchar su palabra, interiorizarla y ponerla en práctica; significa dejar que su luz ilumine enteramente la vida; significa recibir de Él la fuerza para ser sus testigos ante los hombres.
Nosotros, cristianos del tercer milenio, también pasamos por crisis y desconciertos, y sentimos el peso del escándalo de la cruz en la sociedad actual, que difícilmente puede entender este misterio. Por eso, para ser discípulos fieles del Señor, para ser sus testigos ante los hombres, necesitamos los momentos de Tabor. La Cuaresma es un tiempo propicio para vivir la unión con Cristo a través de la oración, siendo auténticos oyentes de la Palabra, centrando la vida en la Eucaristía, transmitiendo a nuestros coetáneos la alegría y la belleza de la vida cristiana, y ofreciendo, con sencillez y humildad, un testimonio que les ayude a encontrarse con Dios.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla