CREER, CELEBRAR Y VIVIR LA EUCARISTÍA. Carta pastoral con motivo de la Pascua del Enfermo (17-05-09)
Cuando advertían que por allí iba a pasar el apóstol, las gentes sacaban a los enfermos a la puerta de la casa para que, por lo menos, cayera sobre el doliente la sombra del cuerpo del discípulo de Jesús.
Así nos lo recuerda Benedicto XVI: «En los albores de la Iglesia naciente, la gente llevaba a los enfermos a las plazas para que Pedro, al pasar, los cubriera con su sombra: a esta sombra se atribuía una fuerza de curación, pues provenía de la luz de Cristo y por eso encerraba algo del poder de su bondad divina» (Celebración de la Eucaristía 15-4-07).
Antes era la sombra, ahora es la presencia del mismo Cristo en la Eucaristía, la que llega a los enfermos y a cuantos les atienden y curan.
La Eucaristía significa y celebra la íntima y fuerte unidad entre la palabra de Jesucristo y el ofrecimiento de su misma vida para la salvación de todos. La Iglesia une con Cristo, y hace que todos quedemos unidos fuertemente entre nosotros. Es la comunión, la unidad perfecta. La eucarística, con el cuerpo vivo de Cristo. Y la caridad fraterna, que es amor entre todos los hijos de Dios.
Este es el sacramento de nuestra fe
Por eso, decimos que la Eucaristía es una señal, un sacramento de piedad, por que en él reconocemos, por la fe, la presencia de Cristo en el pan consagrado y ofrecido a Dios Padre. Signo de unidad, pues todos, siendo tan diferentes, participamos del mismo pan. Y vínculo de caridad, ya que no se puede por menos que amar a su hermano el que amor tan generoso ha recibido de Cristo.
Cuando Cristo, en la Eucaristía, se ofrece a los enfermos, no es sombra de alguien, sino el mismo Cristo que llega. No es una luz, es el pan vivo. Es Cristo.
¡Éste es el sacramento de nuestra fe! Así tiene que sentirlo el enfermo, pues aquí está la fuente de la verdadera salud. Ésta es la mejor garantía para la vida y la curación de esa enfermedad tan dolorosa que es la del vacío de no tener el consuelo de la fe.
Según la Escritura, al que cuida a los enfermos se le ha de considerar como un hombre de Dios. También ahora lo debemos considerar de la misma manera. De esta alabanza al que cuida y acompaña, nace también la urgencia de la responsabilidad de una adecuada preparación y una formación cualificada y permanente.
Si quieres cuidar de verdad al enfermo, no olvides llevarle el Pan de la Eucaristía. Será el acto más grande de caridad que puedes hacer por él. «Los agentes sanitarios cristianos saben bien que existe un vínculo muy estrecho e indisoluble entre la calidad de su servicio profesional y la virtud de la caridad a la que Cristo los llama: precisamente realizando bien su trabajo llevan a las personas el testimonio del amor de Dios» (Benedicto XVI al Consejo Pontificio para la salud, 22-3-07).
Ayuda al enfermo para que una su vida y su cruz a la vida y la cruz de Cristo. No hay mejor camino para hacerlo que poniéndole cerca de la Eucaristía. Siempre será capaz de participar en la celebración, aunque se lo impidan las limitaciones de su enfermedad. El ofrecimiento con Cristo, la comunión espiritual, la adoración, en lo más íntimo de su corazón dolorido y sólo, de Aquel que quiere meterse en la vida del cristiano para que, fortalecido por la acción de su Espíritu en el hombre interior, y arraigado y cimentado en el amor, comprenda la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo (Ef 3, 16-19).
Hacedlo en memoria mía
En algunos lugares existe todavía la costumbre, cuando se hace alguna comida especial, de mandar parte de ella a los vecinos y familiares. En la fiesta tienen que participar todos. También, en la tradición de la Iglesia, se llevaba la Eucaristía a aquellas comunidades que no habían podido celebrarla, así como a los enfermos y a quienes no habían podido estar en el templo.
Todos los que forman la misma familia de Cristo tienen que participar en la Eucaristía, comulgar con el Pan de Cristo, identificándose con Él, ofrecerse y dar gracias a Dios por Él y en Él.
El enfermo va a celebrar la Eucaristía de una forma particular: poniendo su sacrificio junto al de Cristo. Es un dolor compartido y una ofrenda generosa del peso de la cruz en alivio de los más débiles. Se asume el ofrecimiento de Cristo y se ruega al Señor que admita a su lado el peso de la propia cruz del enfermo que quiere ofrecerse junto al pan de cada día, para que sea comida de salvación.
El amor de Cristo al enfermo y del enfermo a Cristo pueden hacer este milagro, el del ofrecimiento en un solo sacrificio: el de la Eucaristía.
El que come de este pan, vivirá
El cuidado y la atención a los enfermos era una de las señales por las que se reconocería que estaba cerca el reino de Dios. De igual manera, estar cerca de los enfermos, curar sus heridas, atenderles en su cuerpo y en su espíritu es una de las acciones más nobles y valoradas.
Como ocurre en tantos sectores sociales, también hay «clases» entre los enfermos, y no tanto por la situación económica o por las especiales prestaciones que puedan recibir, sino por su mayor debilidad, alejamiento, soledad, tristeza personal y desolación. No tienen la vida de la esperanza.
El alimento que Cristo ofrece en la Eucaristía es el pan de vida. Del que nadie puede prescindir, mucho menos aquellos que sienten el hambre de la salud.
No podemos dejar que ese Pan, tan imprescindible para la salud espiritual, dejé de alimentar al enfermo y fortalezca su espíritu en los momentos de dificultad. ¡Pide, hermano enfermo, que te lo traigan! Y vosotros, queridos hermanos de pastoral de la salud, no dejéis de llevárselo.
Ayudar al enfermo a creer, celebrar y vivir la Eucaristía, no es una acción más de pastoral de la salud, sino la más importante e imprescindible de todas.
El altar y el sagrario de la parroquia y del hospital, tienen que estar siempre cerca de los enfermos, para que se ofrezcan con Cristo, comulguen el cuerpo de Cristo, adoren la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Los agentes de la pastoral de la salud serán los diligentes recaderos que recojan, en el manantial de nuestra fe que es la Eucaristía, el amor de Cristo y se lo lleven a los enfermos. Y que tomen a los enfermos y les pongan cerca de Cristo vivo y presente le Eucaristía.
Cristo es el médico y la medicina, según expresión de San Ignacio de Antioquía. Que este Médico esté siempre cerca del enfermo. Él llevará consigo la mejor medicina: el pan de vida que es la Eucaristía.
+ Carlos, Cardenal Amigo Vallejo
Arzobispo de Sevilla