Padre, envíanos pastores (17/03/2024)

Padre, envíanos pastores (17/03/2024)

Celebramos el Día del Seminario. El lema de este año, “Padre, envíanos pastores”, es una oración de súplica a Dios por las vocaciones. No hemos de olvidar que la principal actividad de la pastoral vocacional de la Iglesia es la oración, con la que reconocemos que las vocaciones son don de Dios y como tal se lo pedimos. La Iglesia pide al Dueño de la mies que envíe obreros a los campos. Cuando en 1963 san Pablo VI instituyó la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, y no simplemente la «Jornada de las Vocaciones», subrayó, precisamente, que la Iglesia no es la fuente de las vocaciones, sino que su tarea fundamental es orar por las vocaciones, como don de Dios que son. En la oración se manifiesta fundamentalmente la solicitud del Pueblo de Dios por las vocaciones. Todos los miembros de la familia diocesana hemos de tener la humildad, la confianza, la valentía de rezar incesantemente por las vocaciones.

El Evangelio de este V Domingo de Cuaresma narra que algunos peregrinos de cultura griega, que habían subido a Jerusalén, manifiestan interés por ver a Jesús, desean conocerlo personalmente. En la petición de estos griegos percibimos la sed de ver y conocer a Cristo, el anhelo interior de salvación que experimenta todo ser humano en lo profundo del corazón. La respuesta del Señor se orienta al misterio de la Pascua; en primer lugar, refiriéndose a sí mismo, les dirá que ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre, lo cual significa la hora de su Pasión, Muerte y Resurrección; seguidamente, explicita ese camino pascual con tres elementos conectados entre sí: el grano de trigo, el seguimiento del discípulo y la obediencia al Padre.

El Señor utiliza una imagen de la vida diaria que es a la vez muy sugerente para  explicar su muerte, ya cercana, su Misterio Pascual: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Se compara a sí mismo con un grano de trigo que muere y da un fruto abundante. Mediante la muerte en cruz, dará un fruto de salvación universal. Cristo muere para resucitar; desde la cruz alcanza una vida nueva y abundante para todos los hombres; desde la cruz, que en apariencia es un fracaso, escándalo para los judíos y necedad para los griegos, Cristo se convertirá en el centro de la Historia, en el salvador de la Humanidad. Su Muerte y Resurrección son la victoria definitiva del amor sobre el egoísmo, del bien sobre el mal.

Jesús señala este camino exigente de la cruz para todos sus discípulos, y lo describe con la imagen del grano de trigo que muere para propiciar una nueva vida. Esta es la paradoja de la cruz de la que nos habla el Evangelio de hoy: «El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna» (Jn 12,25). Es la radicalidad y totalidad que caracteriza a los discípulos de Cristo, que, por amor a él, se entregan al servicio de los hermanos, que pierden la vida y, de ese modo, la encuentran. Dar la vida, este es el camino de la verdadera alegría y de la fecundidad más grande, en la entrega desinteresada a los demás, sobre todo a los más pobres y pequeños.

Pedimos hoy especialmente por las vocaciones sacerdotales, y por todos nuestros sacerdotes, para que sigan haciendo de su existencia una ofrenda agradable al Padre, un don total de sí mismos a Dios y a los hermanos, siguiendo el ejemplo de Jesús, que cumple la voluntad del Padre dando su vida en la cruz para la salvación del mundo, que «no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por la multitud» (Mc 10, 45).

+ José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla


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