Homilía del Jueves Santo de 2024

Homilía del Jueves Santo de 2024

Homilía del Jueves Santo

Mons. José Ángel Saiz Meneses

28 de marzo de 2024. Catedral de Sevilla

  1. Queridos hermanos y hermanas presentes en esta celebración: Sres. Arzobispos; Sr. Deán y Cabildo catedral; dignísimas autoridades; presbíteros y diáconos, miembros de la vida consagrada y del laicado, queridos todos. Nos reunimos un año más para celebrar el memorial de la Cena del Señor. Dispongámonos a vivir esta celebración con toda la intensidad de nuestra fe. La última cena de Jesús, antes de la Pasión, fue el momento en que instituyó la Eucaristía y el sacerdocio, y también fue un momento de plegaria, de súplica al Padre y de llamamiento a los discípulos.
  2. Jesús instituye la Eucaristía en el marco de la celebración de la pascua judía, una fiesta que conmemoraba la liberación de la esclavitud de Egipto, el acontecimiento fundamental de la historia del pueblo de Israel, que comportaba el sacrificio y la cena del cordero, el paso del Mar Rojo, la alianza en la montaña del Sinaí, la travesía del desierto y la entrada a la tierra prometida. Al instituir la Eucaristía, anticipa el Sacrificio de la cruz y la victoria de la resurrección; al mismo tiempo se revela como el verdadero cordero inmolado, previsto en el designio del Padre desde la creación del mundo. De este modo Jesús incluye una novedad radical dentro de la antigua cena pascual judía. El antiguo rito ya se ha cumplido y ha sido superado definitivamente por el don de amor del Hijo de Dios encarnado.
  3. «Haced esto en memoria mía» (Lc 22,19). Con este mandato pide a los discípulos de todos los tiempos actualizar su sacrificio redentor sacramentalmente y corresponder a su don inmenso. El memorial de su muerte y resurrección no significa una simple repetición de la última Cena. La Eucaristía nos introduce en el acto oblativo de Jesús, nos implica en la dinámica de su entrega, nos arrastra hacia Él, nos renueva en lo más íntimo del ser, transforma nuestra vida.
  4. Por las palabras de la consagración, la presencia del Señor se hace viva y real. Bajo la apariencia del pan y el vino, su sustancia, su realidad es absolutamente nueva y diferente: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo»…. «Bebed todos; porque esta es mi sangre de la alianza». Misterio de fe que sobrepasa nuestros sentidos y nuestro entendimiento. Y el Señor manda a los Apóstoles repetir este acto, -«haced esto en memoria mía»-, y los capacita para realizar este Memorial, instituyendo también el Orden sagrado. Misterio de fe, un misterio muy grande. No es extraño que muchos coetáneos nuestros piensen como aquellos que iban siguiendo a Jesús, pero cuando escuchan el sermón del pan de vida dicen: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» (Jn 6, 60). Pedimos al Señor que cada vez que celebremos la Eucaristía aumente nuestra fe.
  5. Jesús dirige al Padre en la última cena una oración que se centra sobre todo en la unidad: «para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí». (Jn 17, 21-23). La unidad, la comunión eclesial, nace del encuentro con Jesucristo. Él establece una nueva relación entre Dios y el ser humano, nos revela que Dios es amor y nos enseña el mandamiento nuevo del amor, la única fuerza capaz de transformar el mundo, porque antes ha transformado el corazón humano.
  6. La comunión eclesial solo es posible si las personas están íntimamente unidas a Cristo. Una unidad profunda e interior y a la vez visible, porque es condición indispensable para que el mundo crea. Esta unidad tiene su raíz en la Eucaristía: «El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1 Co 10, 16-17). La Iglesia nace con la Eucaristía. Todos nosotros comemos del mismo pan, recibimos el mismo Cuerpo del Señor, y si la Eucaristía es el misterio de la comunión de cada uno con el Señor, lo es también de la unión visible entre todos. La imagen del cuerpo expresa la solidaridad entre los miembros, la necesidad de que cada miembro cumpla su misión específica, la cooperación imprescindible dentro de la unidad del conjunto buscando el bien común. La diversidad de los miembros y la variedad de las funciones no van en perjuicio de la unidad, como tampoco la unidad anula o difumina la multiplicidad y la variedad de los miembros y de sus funciones.
  7. La Eucaristía nos lleva a vivir en unidad y caridad. Es la medicina que cura el egoísmo, la soberbia, la rivalidad, la desconfianza. Nos lleva a vivir como la primera comunidad cristiana de Jerusalén, donde los hermanos tenían «un solo corazón y una sola alma» (Act 4, 32), y vivían el gozo de la unidad. Recordamos el salmo 132: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos… Porque allí manda el Señor la bendición: la vida para siempre».
  8. Hoy celebramos el amor de Dios, que nos salva, que se actualiza en la celebración de la Eucaristía. Solo el amor de Dios puede cambiar el corazón humano y la historia. El mundo necesita encontrar a Cristo y creer en él, recibir, vivir y compartir el amor de Dios. La Eucaristía es fuente y culminación de la vida de la Iglesia, y también es la fuente y el impulso para su misión evangelizadora. Hemos contemplado como en la última Cena Jesús confía a sus discípulos este Sacramento, que actualiza su sacrificio redentor. La Eucaristía nos tiene que llevar a la misión, porque la voluntad de Dios es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Nuestro tiempo es el tiempo de la fe y el testimonio.
  9. Cada vez que celebramos la Eucaristía se actualiza sacramentalmente el don de la propia vida que Jesús hizo en la cruz por nosotros y por todo el mundo. Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión y del amor de Dios por cada ser humano. Es así como nace, desde el misterio de la Eucaristía, el servicio de la caridad hacia el prójimo. Esto solo se puede vivir desde el encuentro íntimo con Dios. Desde este encuentro profundo con Dios, que cambia la vida, que cambia el corazón, podemos mirar los otros con la mirada de Jesucristo (cf. SC 88). En el siglo IV, san Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla, advertía a sus fieles: “¿Queréis honrar de verdad el Cuerpo de Cristo? No consintáis que esté desnudo. No le honréis aquí con vestidos de seda y fuera le dejéis perecer de frío y desnudez. Porque el mismo que ha dicho ‘Esto es mi Cuerpo’ y con su palabra afirmó nuestra fe, Ése ha dicho también: ‘Me visteis enfermo y no me disteis de comer’”. Este Jueves Santo, mientras celebramos la Cena del Señor y conmemoramos la institución de la Eucaristía, recordemos su significado profundo como fuente de caridad y de encuentro con los necesitados.
  10. Damos gracias al Señor por su amor inmenso, porque ha querido estar presente entre nosotros como alimento de nuestra vida de peregrinos y apóstoles. Gracias por el don de la Eucaristía, por el don del sacerdocio, por su ejemplo de servicio hasta dar la vida por nuestra salvación. María santísima, la mujer eucarística por excelencia, nos ayude a seguir su ejemplo. Que así sea.

 


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