Sembradores de esperanza y constructores de paz (21-04-24)
Celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, en la que cada año recordamos el don de la vocación, la llamada que el Señor dirige a cada uno de nosotros, sus hijos, para que participemos de su proyecto de amor y podamos encarnar la belleza del Evangelio en los diversos estados de vida. El papa Francisco nos recuerda en su mensaje que los carismas en la vida de la Iglesia son variados y complementarios, y estamos llamados a escucharnos mutuamente y a caminar juntos para descubrirlos y para discernir a qué llama el Espíritu a cada uno, para el bien de todos. Caminamos hacia el Año Jubilar del 2025, como peregrinos de esperanza y constructores de paz.
Esta Jornada está dedicada a la oración por las vocaciones, porque las vocaciones son, ante todo, don de Dios; por eso invocamos al Padre, siguiendo el mandato de Jesús: «Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Lc 10,2). La principal actividad de la pastoral vocacional de la Iglesia es la oración, que reconoce que las vocaciones son don de Dios y como tal lo pide. La Iglesia pide al Dueño de la mies que envíe obreros a los campos. Cuando en 1963 san Pablo VI instituyó la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, subrayó que la Iglesia no es la fuente de las vocaciones, sino que su tarea fundamental es orar por las vocaciones. Oremos con humildad, con confianza, con insistencia.
San Marcos narra en su Evangelio que Jesús llamó a los Doce «para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar» (Mc 3, 14-15). A lo largo de la historia sigue llamando a hombres concretos para que participen de su sagrada misión; también aquí y ahora sigue llamando. Los jóvenes no han de tener miedo a vivir la fe con profundidad, a experimentar un encuentro con Cristo que transforme su vida, a la llamada de Cristo. No tengáis miedo, abrid el corazón, presentadle vuestras inquietudes, vuestros interrogantes y problemas; dadle entrada en vuestra vida sin temor; y si os llama a seguirle a través del sacerdocio o la vida consagrada, no hay que temer, porque recibiréis el ciento por uno.
Vivimos unos tiempos de profundas transformaciones, de falta de sentido, de liquidez y desvinculación; tiempos de subjetivismo y relativismo; tiempos en los que priman los intereses individuales y egoístas; tiempos de descartes, de flujos migratorios incontrolables y de situaciones de pobreza inadmisibles; tiempos de nuevas tecnologías, de enjambres digitales y de soledad; tiempos en que peligran la sostenibilidad y la casa común. En medio de tantos desafíos, y para dar respuesta a tantos de ellos, Dios sigue llamando. Y más allá de las apariencias, tenemos una certeza clara: la iniciativa es suya. Él continúa llamando y la Iglesia tiene capacidad de suscitar, acompañar y ayudar a discernir en la respuesta.
Nuestros tiempos son tan difíciles como apasionantes para vivir el sacerdocio y para trabajar en la promoción de las vocaciones sacerdotales. Para ello es necesario mantener clara y definida la identidad sacerdotal y ofrecer a nuestros contemporáneos el testimonio de que somos hombres de Dios, amigos del Señor Jesús; personas que aman a la Iglesia, que se entregan hasta dar la vida por la salvación de los hombres. Maestros de oración que dan respuesta a los interrogantes del hombre de hoy, aspirando siempre a la santidad y ofreciendo un testimonio de alegría y esperanza.
Es la hora de la confianza en el Señor que nos envía mar adentro a seguir echando las redes en la pastoral vocacional. Pidamos que los jóvenes estén abiertos al proyecto que Dios tiene para ellos y sean receptivos a su llamada. María Santísima, Madre de amor y de misericordia, Madre de los sacerdotes, nos guía en el camino. Ella es nuestro consuelo y la causa de nuestra alegría. Ella nos enseña a ser peregrinos de esperanza y constructores de paz.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla