José Manuel Martínez Guisasola: “Es importante dar la batalla cultural para que el impacto de la descomposición de nuestra civilización se pueda minimizar”
Hace poco más de un mes se presentaba en la Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla la nueva obra del profesor José Manuel Martínez Guisasola, sacerdote diocesano de Sevilla, titulada “Neomarxismo. Feminismo, marxismo y género. De la batalla económica a la batalla cultural” y editada por Sekotia.
En este texto el autor pretende dar una explicación de la situación de convulsión social y política que se está viviendo en Occidente, a partir de la integración de la ideología de género en nuestra cultura. Para ello, Martínez Guisasola desarrolla un estudio pormenorizado del desarrollo histórico de esta tendencia y desemboca en las consecuencias contemporáneas de la aplicación de estos postulados.
¿Cómo surge la idea de escribir este libro?
El libro surge ante la necesidad de dar una respuesta a los interrogantes que muchas personas me hacían acerca de la situación de convulsión social y política en la que nos encontramos. Y más concretamente el poder explicar el proceso de descomposición del sistema axiológico de Occidente. Un sistema axiológico es el conjunto de normas, de principios y de valores que regulan el comportamiento de las personas. Cuando este sistema va vinculado a una cosmovisión, es decir, a una manera específica de entender el mundo, el hombre y la realidad entonces surge lo que llamamos una civilización. Cuando esto ocurre, Occidente deja de ser una simple demarcación geográfica para convertirse en una cultura. Tanto el sistema axiológico como la cosmovisión a la que antes hemos aludido tienen su fundamento teórico en el judeocristianismo. Pues bien, es precisamente esta corriente religiosa la que se está atacando por cuestiones ideológicas y de geopolítica. En este sentido, la obra busca dar razones de este proceso de demolición de los valores y de la antropología cristiana.
El estudio se centra en el proceso histórico de cómo se han fusionado el movimiento feminista, la filosofía marxista y lo que denomina minorías sexuales (colectivo LGTBI+). Al respecto, ¿cuáles diría que son los principales acontecimientos que han dado lugar a esta convergencia?
La fusión de los dos primeros movimientos se dio a partir de la segunda mitad del siglo XIX sobre todo a raíz de las aportaciones intelectuales llevadas a cabo por Friedrich Engels y Karl Marx. El feminismo surgió como movimiento social en el contexto de la Ilustración, pero un siglo después los iniciadores del socialismo científico entendieron que sería útil unir la lucha femenina a la del obrero, ya que ambos colectivos compartían un mismo objetivo. Pero con el transcurrir del tiempo, el obrero dejó de ser sujeto revolucionario entre otras cosas porque el sistema que debía demoler era precisamente el que le había otorgado la mejora en sus condiciones de vida. Ya no son agentes del cambio, sino que prefieren conservar lo que han entendido que funciona. También el feminismo, en las últimas décadas de la pasada centuria, había llegado a un cierto relajamiento, no porque renunciara a las reivindicaciones que dieron origen al movimiento, sino porque muchas de ellas ya se habían conseguido. En el período citado, en las democracias liberales, las mujeres gozaban ya del derecho al voto, podían presentarse a la actividad política, tenían plena participación en los estudios universitarios, desempeñaban trabajos remunerados fuera del hogar y gozaban, al menos en el plano teórico, de los mismos derechos jurídicos que los varones. Es cierto que quedaban algunas cuestiones todavía por resolver para una plena igualdad entre hombres y mujeres, pero eran temas de menor importancia, en comparación con los anteriormente reseñados. Y es así como a finales del siglo XX nos encontramos con que, por un lado, el marxismo clásico había perdido a la clase obrera como sujeto revolucionario y había perdido también al feminismo porque ya éste había logrado sus grandes objetivos y, por otro lado, la caída del muro de Berlín en 1989 así como la desintegración de la antigua URSS llevaron a los intelectuales marxistas a reorientar los postulados y las estrategias de esta ideología. Y así, se decidió reactivar a la corriente feminista articulándola ahora no con la clase proletaria (dada inexorablemente por perdida) sino con otros colectivos sociales que tuvieran fuerza revolucionaria. De este modo a partir de la IV Conferencia de la mujer en Pekín de 1995 el feminismo dejó abiertamente de ser un movimiento autónomo para quedar vinculado a otros grupos sociales integrados en lo que se ha denominado “minorías sexuales” militando en el lobby LGTBI+.
Se trata de un tema políticamente incorrecto, ¿ha tenido problemas para su publicación? Imagino que no tendrá pocos detractores en el ámbito académico.
Sí, sin duda es un tema de los denominados políticamente incorrecto. Ahora, nótese bien la expresión porque en sí misma contiene lo que venimos denunciando. Desde las instancias de poder no sólo se nos dice lo que tenemos o no que pensar, sino también el cómo hacerlo. Por eso cuando alguien transita intelectualmente fuera de los parámetros permitidos por los ideólogos se descalifica de antemano su postura denominándola política incorrecta. En este sentido sí, hay muchos detractores, pero la inmensa mayoría de ellos por no decir todos, se encuentran fuera del ámbito académico. En la obra que presentamos no hay ideas preconcebidas, sino datos y argumentos que provienen de la investigación rigurosa.
Con respecto a la publicación, quisiera aprovechar la oportunidad de agradecer a la editorial Sekotia su compromiso por sacar a la luz libros con un contenido que se encuentra vetado en no pocos círculos intelectuales.
¿Podría señalar las consecuencias o repercusiones más inmediatas o palpables de la ideología de género en la sociedad occidental?
La aplicación de los postulados de la ideología de género a nuestras sociedades occidentales está provocando serias y profundas consecuencias que en la obra las hemos clasificado en tres grandes bloques: sociales, antropológicas y culturales.
Dentro del primer bloque destaca, en primer lugar, la destrucción de la familia. En efecto, si lo que esta ideología pretende es acabar con los valores de raíz cristiana entonces se hace perentorio acabar previamente con la institución encargada de la transmisión de esos mismos valores, ya que es dentro de la institución familiar donde éstos son transmitidos a la próxima generación. Y es que no se puede perder de vista que nos encontramos inmersos dentro de una batalla cultural donde se ha desatado una auténtica revolución para transformar el modo de pensar y de comportarse de la población. En este sentido conviene tener presente que el enemigo de toda revolución cultural es la tradición de esa misma cultura. Y, en segundo lugar, se encuentra también el estancamiento demográfico y la promoción del aborto. La implantación de los postulados de la ideología de género ha traído consigo la promulgación de leyes orientadas a la legalización del aborto como un elemento útil para desestabilizar la unidad familiar y, sobre todo, como un mecanismo de control demográfico. A este respecto, no debe ser ignorado que entre los teóricos que mueven entre bambalinas los hilos de estas consignas ideológicas se encuentran no pocos neomaltusianos.
En cuanto al bloque antropológico tenemos que las consecuencias más notorias son la eliminación del binarismo sexual, por un lado, y, la estigmatización y pérdida de la masculinidad, por otro.
Y en cuanto al último bloque, vemos que de entre las consecuencias culturales más destacables está el ataque al cristianismo intentando presentar a esta religión como la culpable del sometimiento y subyugación de la mujer y de otros grupos sociales. El estudio serio y pausado permite llegar a conclusiones contrarias. Por eso, en esa sección se irá desmontando un conjunto de mitos anticristianos inoculados en la población.
En su libro habla de la difusión de esta ideología a través primero de la educación, luego de los medios de comunicación y, finalmente, desde el poder, con la creación de derechos y leyes. ¿Podría dar algunos ejemplos de ello?
Toda ideología parte siempre de premisas que son falsas. En este sentido, un ideólogo no busca convencer sino vencer, es decir, que la ciudadanía inocule una serie de consignas espurias. Para hacer esto se hace necesario controlar, en primer lugar, el sistema educativo formal. En efecto, siempre que un Estado totalitario o un gobierno ideológico ha querido imponer sus premisas no ha dudado en modificar el sistema educativo para hacer que la escuela se convierta en un centro adoctrinador. Con esto lo que se pretende es la construcción de la conciencia moral. Uno de los postulados marxistas sostenía que con el cambio de las estructuras económicas se produciría de manera casi automática el cambio de la conciencia moral. En este sentido no sería la conciencia la que determinaría la realidad, sino que ésta se vería determinada por aquélla. Este es el modelo que Lenin implantó en la antigua URSS. Sin embargo, el modelo que Mao instauró en China con su revolución cultural de 1966 fue distinto. Él invirtió el planteamiento ruso considerando que no era la realidad la que determinaría la conciencia, sino que sería el cambio de la conciencia moral el que traería consigo la modificación de la realidad y con ella, el de las estructuras. Pues bien, después del movimiento contracultural del Mayo francés los ideólogos se hicieron maoístas. Esto es lo que explica las constantes modificaciones educativas y adaptaciones curriculares para que la enseñanza esté orientada no al aprendizaje de conocimientos humanísticos y científicos, sino a la inoculación de las consignas ideológicas previamente establecidas por los dirigentes políticos.
Por otro lado, para que la modificación del modo de pensar de una población sea efectiva, el poder necesita a su vez contar con los medios de comunicación ya que éstos tienen la capacidad de no sólo de informar, sino de crear opinión, es decir, que la gente piense en la dirección a la que previamente han sido conducidos.
Y finalmente, para completar con éxito esta mutación, desde las instancias de gobierno se legisla con la finalidad de que las leyes promulgadas queden orientadas no en la búsqueda de la verdad y del bien común, sino en la creación de nuevos derechos que recojan las directrices de la ideología hegemónica. Un claro ejemplo de esto lo tenemos con el tema del aborto presentado como un derecho humano.
Teniendo en cuenta que estos movimientos e ideologías han calado tan profundamente en nuestro mundo, ¿cree que defienden algunas reivindicaciones que son positivas o que, de algún modo, responden a algún anhelo profundo del ser humano?
En su origen, estos movimientos trabajaban por reivindicar derechos que les eran negados. En este sentido se puede decir que tales reivindicaciones eran justas. Sin embargo, en un momento determinado de su discurrir histórico los integrantes de estos movimientos fueron cooptados por hábiles ideólogos que han sabido articularlos en un todo hegemónico para integrarlos en una batalla cultural contra la tradición y el sistema axiológico occidental haciendo que actúen, en no pocas ocasiones, incluso en contra de principios que antes defendían.
¿Quién diría que está detrás de la politización de estas ideologías y con qué objetivo?
Detrás de la politización de estas ideologías se encuentra, sin ningún tipo de dudas, la plutocracia globalista. De hecho, a lo que llamamos neomarxismo en nuestra obra es al conjunto de todos los grupos sociales de corte revolucionario (entiéndase minorías sexuales, ecologismo, feminismo, multiculturalismo, indigenismo, etc), teledirigidos por el metacapitalismo apátrida. En última instancia lo que se persigue es la instauración de un Nuevo Orden Mundial con un Gobierno único. Para ello se hace necesario desdibujar las fronteras; vaciar de poder a las naciones pasando de una democracia representativa a una democracia participativa; incidir e intervenir en las decisiones legislativas de los países creando el marco jurídico sobre el que habría que legislar, etc. En definitiva, se trata de una élite que permanece oculta pero que tras la sombra del anonimato manejan hábilmente los hilos de la geopolítica planetaria. Nadie los conoce, nadie los ha votado, pero se han autoerigido en dirigentes mundiales convencidos de que no sólo son los amos del mundo, sino también sus salvadores.
Con respecto al futuro, ¿es pesimista o considera que es posible una “desideologización” de nuestra cultura? ¿Qué propuesta hace en su estudio para lograrlo?
El futuro no es muy halagüeño. No falta quienes sostienen que la civilización occidental está avocada a desaparecer. Y tal vez no les falte razón a quienes así opinan. No obstante, considero que es importante dar la batalla cultural para que el impacto de la descomposición de nuestra civilización se pueda minimizar. En el libro planteo cuatro acciones a implementar en esta lucha:
La primera es tomar conciencia de que estamos inmersos en una batalla cultural. Son muchas las personas que viven todavía ajenas a esta cuestión, ignorando que estamos inmiscuidos en una lucha sin cuartel por el control de la cultura. Esto es debido al hecho de que los teóricos del neomarxismo llevan años adueñándose de todos los estamentos culturales, inoculando en ellos sus consignas para que desde ellos puedan ser, a su vez, transmitidas al conjunto de la sociedad. Pero, aunque llevan tiempo trabajando en esta dirección no han conseguido conquistar ideológicamente a toda la ciudadanía. En ella se encuentra un nutrido grupo de personas que sigue haciendo resistencia. Se trata de una actitud a fomentar y a extender a los demás.
La segunda versa sobre la preparación política. Nadie puede acudir a un campo de batalla si no se encuentra debidamente adiestrado para ello. Dentro del pueblo católico se ha incursionado una mentalidad de apatía hacia las cuestiones políticas como si éstas nada tuvieran que ver con la vivencia de la fe. Pero no podemos olvidar que el cristiano no vive su fe metafísicamente colgado de la nada, sino que lo hace dentro de la historia, en unas coordenadas espacio-temporales concretas. En este sentido, el creyente se encuentra inmerso en una comunidad política de la que no debe desentenderse.
Como tercera medida para afrontar una batalla cultural está el empleo y uso de todos los medios disponibles para hacer extensible una propuesta intelectual diversa a la mantenida como oficial por el sistema. Si las consignas de la ideología dominante han conseguido barrer los valores que hicieron fuerte a Occidente, ha sido porque sus líderes han sabido adueñarse de los grandes medios de comunicación y de los centros de producción de cultura. Si lo han conseguido con relativa facilidad se ha debido a que apenas han encontrado resistencia. No obstante, aunque son lugares copados por pensadores neomarxistas no se debe renunciar a ellos. En este sentido considero que la prensa, la radio, el mundo editorial y televisivo, así como el universitario siguen siendo un desafío.
Y como cuarta medida para poder afrontar con éxito una batalla cultural está el apostar por el sincretismo político. Este sincretismo estaría orientado a confeccionar una especie de articulación para que sectores diversos, pero que comparten valores similares, puedan unir sus fuerzas para contrarrestar el ataque del enemigo común. En nuestras sociedades occidentales coexisten grupos, asociaciones, plataformas, partidos políticos, religiones, etc, que, más allá de sus diferencias específicas, comparten unos mismos valores y principios: están a favor de la vida, defienden el matrimonio entre hombre y mujer como fundamento de la familia, defienden la patria potestad de los padres con respecto a sus hijos, consideran que la libertad religiosa debe ser respetada por el Estado, defienden el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus valores y convicciones, etc. Aunque estas personas no militen en el mismo partido político ni compartan el mismo credo religioso convergen, sin embargo, en una axiología que les permite unir sus esfuerzos en la consecución de fines comunes.