Año de la Oración: Virgen de la Pera, Ermita de la Virgen de la Oliva, Salteras
Comenzamos un nuevo curso que vendrá cargado de acontecimientos muy importantes tanto en nuestra Archidiócesis como en la Iglesia universal. Lo hacemos poniéndonos en las manos de la Virgen, nuestra Madre, de la que presentamos esta interesante pintura que se halla en la Ermita de la Virgen de la Oliva, Patrona de Salteras.
Fechable en la primera mitad del siglo XVII, el autor de esta pintura anónima pudo inspirarse en el grabado de Alberto Durero de igual título, que data del año 1511 y que representa a la Virgen sentada al pie de un árbol, ofreciendo al Niño una pera. La pintura de Salteras por su parte muestra igualmente a la Virgen sedente sosteniendo en su regazo al Niño Jesús, el cual aparece dormido, apoyando su cabeza en su brazo derecho, con gesto de gran ternura y naturalidad. Su Madre parece dirigir su mirada hacia el Niño, mientras sostiene en su mano derecha una pera, uno de los frutos del paraíso, presentando así a María como la nueva Eva. Según algunos autores, esta fruta simboliza por su color la virtud teologal de la esperanza, si bien en la Edad Media era símbolo de la fecundidad, sin olvidar que las frutas en general aluden iconográficamente a los frutos del Espíritu Santo.
María aparece vestida con los colores concepcionistas primigenios, túnica roja y manto azul, el cual presenta en su borde una filacteria con las palabras tomadas del Cantar de los Cantares 4,7: “Tota pulchra es Maria et macula originales non est in te”, que significa, toda bella eres, amada mía, no hay defecto en ti, y que San Bernardo de Claraval hace referir a la Inmaculada Concepción. En el otro extremo del manto se adivinan las palabras “Gloria Ierus(alem)”, del libro de Judit 15,9, que también se dirigen a la Madre de Dios.
La Virgen se muestra portando una corona de gran porte, quedando circundada su cabeza por un halo y seis cabezas de angelitos. La composición aparece delimitada en los laterales por unas cortinas, mientras que en los ángulos inferiores se distinguen sendas jarras de flores, alusivas a la pureza de la Madre de Dios.
En este Año de la Oración en que nos encontramos, la contemplación de la Virgen María nos la presenta como mujer orante, en palabras del Papa Francisco, “en continuo diálogo con Dios”. De esta manera, nos enseña a vivir también nosotros en esa relación de cercanía e intimidad que Ella tenía con el Señor.
La Virgen se convierte así en modelo de oración para todos nosotros y como nos recuerda el Papa Francisco, “María está siempre rezando por nosotros y rezando con nosotros, porque Ella es nuestra Madre”. Que nosotros también sepamos corresponderle con nuestra oración y nuestro amor, reflejado en nuestra vida cotidiana por medio de la caridad hacia nuestros hermanos que más nos necesitan.
Antonio Rodríguez Babío, delegado diocesano de Patrimonio Cultural
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