Lecturas del Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (Ciclo B)
Primera lectura
Sabiduría 7, 4-11
Al lado de la sabiduría en nada tuve la riqueza
Supliqué y me fue dada la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría.
La preferí a cetros y tronos y a su lado en nada tuve la riqueza.
No la equiparé a la piedra más preciosa, porque todo el oro ante ella es un poco de arena y junto a ella la plata es como el barro.
La quise más que a la salud y la belleza y la preferí a la misma luz, porque su resplandor no tiene ocaso.
Con ella me vinieron todos los bienes juntos, tiene en sus manos riquezas incontables.
Salmo
Sal 89, 12-13. 14-15. 16-17
R: Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres
- Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos.
- Por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Danos alegría, por los días en que nos afligiste, por los años en que sufrimos desdichas.
- Que tus siervos vean tu acción, y sus hijos tu gloria. Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos. Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos.
Segunda lectura
Hebreos 4, 12-13
La palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del corazón
Hermanos: La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón. Nada se le oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.
Evangelio
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 10, 17-30
Vende lo que tienes y sígueme
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».
Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».
Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme».
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!».
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».
Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».
Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
Jesús dijo: «En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna».
Comentario bíblico de Antonio J. Guerra
El evangelio de hoy nos presenta a “uno” que se acerca a Jesús para preguntarle lo que debe hacer para heredar la vida eterna. No es baladí el detalle que “se le acercó uno corriendo”. En Marcos encontramos sólo dos personajes que corren hacia Jesús: el endemoniado de Gerasa (Mc 5) y este hombre. El correr indica una urgencia, seguramente movido por una presión interior a ser liberado, sabiendo que la persona hacia la que corre puede procurar el cambio de su dramática situación.
Ahora bien, preguntar qué se debe hacer para tener en herencia la vida eterna, es decir la vida del Dios vivo, revela un punto de partida erróneo, ya que para heredar no debes hacer otra cosa que ser hijo. Jesús le señala los mandamientos: quien no sucumbe a vivir en conformidad con los propios gustos, sino que como “buen hijo” quiere respetar incondicionalmente la voluntad de Dios, se encuentra ya en el camino que conduce a la vida eterna.
Este hombre que pregunta a Jesús se encuentra en el camino correcto, pues desde joven ha observado los mandamientos. Lo extraño es que Jesús ahora no le despida aprobando sencillamente su comportamiento, sino que le invita a liberarse de todos sus bienes, y de modo definitivo, con un desprendimiento total y sin posibilidad de recobrar lo que da, para así permanecer siempre con Jesús, compartiendo su modo de vivir. La respuesta mejor y más contundente a la pregunta inicial es: “Ven y sígueme” (10,21). El seguimiento de Jesús es el camino directo a la vida eterna.
Pero el hombre rico no entiende la invitación de Jesús como Buena Noticia. Jesús nos invita a renunciar a los bienes voluntariamente, no para quedarnos con las manos vacías, sino para llegar a ser libres y estar en condiciones de unirnos verdaderamente a él. Jesús hace valer esta afirmación: vivir conmigo es el inicio de la vida eterna. La negativa del rico demuestra que él ve sólo lo que debe dejar, no llegando a comprender las posibilidades que se le abren al ser su discípulo.