Homilía en la Misa de apertura del curso académico 2024-2025 en la Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla

Homilía en la Misa de apertura del curso académico 2024-2025 en la Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla

Lecturas de la solemnidad de Pentecostés, ciclo B

3 de octubre de 2024

 

Queridos hermanos y hermanas presentes en esta celebración: Señor Cardenal, hermanos en el Episcopado; sacerdotes concelebrantes, diáconos; autoridades civiles, militares y académicas; representantes de instituciones; Decano y Claustro de Profesores; personal de administración y servicios; alumnos y alumnas de la Facultad; queridos todos en el Señor.

En la Sagrada Escritura, aparece la figura del Espíritu Santo como la fuente inagotable de sabiduría y entendimiento. San Pablo nos recuerda que “el Espíritu todo lo escudriña, aun las profundidades de Dios” (1Cor 2,10); san Juan señala que nos conduce a la verdad plena (cf. Jn 16,13), nos abre la mente y el corazón para comprender los misterios divinos que trascienden el alcance de la razón humana. Al comenzar un nuevo curso académico es preciso recordar la misión fundamental de nuestra Facultad de Teología, llamada al “estudio profundo de las verdades reveladas, a la investigación de la doctrina y a la reflexión sobre la vida cristiana”. En esta actividad académica el Espíritu nos impulsa a acoger el kerigma y a anunciarlo con la palabra y la propia vida, dispone nuestra existencia en comunión con el Misterio de Dios que tratamos de comprender, y es el mismo Espíritu quien crea la comunión, al servicio de la cual se pone nuestro trabajo, para que los muchos lleguemos a ser un solo Cuerpo.

En la primera lectura de hoy, del libro de los Hechos de los Apóstoles, hemos escuchado cómo los discípulos estaban reunidos en un mismo lugar, unidos en oración, cuando de repente “vino del cielo un ruido como de un viento impetuoso que llenó toda la casa” (Hch 2,2). Lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo. Este acontecimiento, que marca el comienzo de la misión de la Iglesia, es el cumplimiento de la promesa de Jesús de que no los dejaría solos, que enviaría al Paráclito, al Consolador (cf. Jn 14,16). El Espíritu Santo es la fuente de todo Consuelo, ilumina nuestra inteligencia, purifica nuestras intenciones y nos conduce hacia la verdadera sabiduría que nace del encuentro personal con Cristo.

El kerigma es el anuncio primordial del Evangelio, que constituye el centro mismo del mensaje cristiano; no es únicamente una doctrina o un conjunto de enseñanzas, sino el anuncio vivo y lleno de parresía de la muerte y resurrección de Jesucristo, que llama a la conversión y a la vida nueva en Él. San Pablo lo expresó con claridad: “porque os entregué en primer lugar lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado y que resucitó al tercer día según las Escrituras” (1Cor 15,3-4). Este anuncio fundamental es el que debe impregnar nuestra vida y nuestro estudio teológico.

Como miembros de la comunidad académica de nuestra Facultad de Teología, todos estamos llamados a ser auténticos mensajeros de este kerigma, a vivirlo y a comunicarlo con pasión, a transmitir la experiencia viva del amor de Dios manifestado en Cristo, que transforma nuestras vidas y nos impulsa a ser testigos fieles y valientes de su Evangelio. Como subraya el papa Francisco: “el Espíritu nos da la fuerza para ir adelante e invitar a todos con amabilidad, Él nos da la delicadeza de acoger a todos” (Homilía en la Solemnidad de Pentecostés, 19 de mayo de 2024). La fidelidad al kerigma debe ser la brújula que vaya orientando el itinerario de formación y de investigación. La teología que se estudia, se enseña y se aprende en nuestra Facultad está llamada a ponerse siempre al servicio de este anuncio central, para ayudar a profundizar en su comprensión, a vivirlo con mayor intensidad y a comunicarlo con mayor eficacia.

Esta misión es posible sólo gracias a la presencia y la acción del Espíritu Santo, ya que es Él quien da vida a la Iglesia: inspirando su misión evangelizadora, nos impulsa a salir de nosotros mismos para llevar la Buena Nueva a los confines de la tierra. Como miembros de la Iglesia, los cristianos hemos sido “ungidos” para ser testigos de Cristo en el mundo. El Espíritu Santo nos capacita con sus dones —sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios— para que podamos cumplir esta misión con alegría y valentía.

No llegaremos a ser buenos teólogos si no somos, al mismo tiempo, personas de oración, a la escucha de la Palabra de Dios, y dispuestas a dejarnos interpelar y transformar por ella. Es el Espíritu Santo quien nos renueva, quien nos libera de los miedos, quien enciende en nosotros el fuego del amor divino. Donde hay desesperanza, el Espíritu trae consuelo; donde hay división, Él construye la unidad; donde hay pecado, Él ofrece el perdón y la misericordia. Como afirma el papa Francisco: “el actuar del Paráclito en nosotros es amable, es fuerte y delicado. El viento y el fuego no destruyen ni incineran lo que tocan: el primero resuena en la casa donde se encuentran los discípulos y el segundo se posa suavemente, en forma de llamas, sobre la cabeza de cada uno” (Homilía en la Solemnidad de Pentecostés, 19 de mayo de 2024).

San Agustín nos recuerda que “nadie aprende nada si no es enseñado por el Espíritu Santo” (Sermón 151,6). Esta afirmación nos impulsa a reconocer que, aunque en nuestra Facultad de Teología tenemos excelentes profesores, importantes recursos académicos y adecuadas metodologías docentes, el verdadero Maestro es el Espíritu Santo. Él es quien actúa en lo más profundo del corazón de cada estudiante, guiando sus pensamientos y moviendo su voluntad para que busque la verdad con humildad y amor. La misión de nuestra Facultad no se reduce a la transmisión de conocimientos, sino que consiste en facilitar un encuentro interior con este Maestro, el Dulce huésped del alma, acompañando el camino de crecimiento espiritual e intelectual. Para ello, es fundamental crear un ambiente en nuestras aulas y en nuestra comunidad en el que se fomenten la escucha atenta, la oración y la apertura a su acción transformadora.

El Espíritu Santo, además, no actúa solo en el corazón individual, sino que es el alma de la comunidad cristiana. En Pentecostés, vemos cómo el Espíritu desciende sobre los apóstoles reunidos en oración, transformando a un grupo de hombres temerosos en valientes testigos de Cristo. Esta misma dinámica es la que debe animar nuestra comunidad académica, dado que es el Espíritu Santo quien nos une en un solo Cuerpo; ayudándonos a superar nuestras diferencias, nos impulsa a colaborar y a vivir en comunión. En la Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla, estamos llamados a ser un testimonio vivo de esta comunión en el Espíritu. Debemos trabajar juntos, no sólo por la excelencia académica, sino también por el crecimiento espiritual y la unidad en la diversidad de los carismas y dones que cada uno aporta.

La teología se hace en comunidad. La tarea del teólogo no es un trabajo solitario, sino una misión comunitaria de búsqueda y estudio, en la que todos estamos llamados a contribuir. Este año académico que iniciamos es una nueva oportunidad para profundizar en nuestra vida comunitaria, para crecer juntos en la fe y en el conocimiento, y para apoyarnos en nuestro camino hacia Cristo. Vivimos en un mundo que a menudo se muestra indiferente o incluso hostil al mensaje del Evangelio. En este contexto, nuestra misión teológica es aún más urgente. El Señor nos llama a ser luz del mundo y sal de la tierra, y para ello necesitamos un corazón firme en la caridad, una fe profunda y una inquebrantable esperanza, dispuesta al testimonio, también cuando ello implique sacrificios o dificultades.

Al iniciar este nuevo curso académico, os invito a renovar la apertura a la acción del Espíritu Santo para que sea el verdadero protagonista en nuestras clases, en nuestra investigación, en nuestras conversaciones y en nuestra oración. Pidámosle que nos guíe en este camino de formación, que nos dé un corazón dócil y humilde, y que nos conceda la gracia de vivir este tiempo con la certeza de que somos colaboradores en la obra que Él mismo ha comenzado en cada uno de nosotros. Que María Santísima, Esposa del Espíritu Santo, y San Isidoro de Sevilla intercedan por nosotros y nos acompañen en el año académico que hoy inauguramos.


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