HOMILÍA en la solemnidad del Corpus Christi (03-06-10)

HOMILÍA en la solemnidad del Corpus Christi (03-06-10)

 

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

Catedral de Sevilla

 

1. «Glorifica al Señor Jerusalén, alaba a tu Dios Sión». Con estas palabras del salmo 147, con que el pueblo de Israel bendecía a Dios después de librarle del hambre en tiempo de sequía, nos señala la liturgia las actitudes con que la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, celebra hoy la solemnidad del Corpus Christi: proclamando públicamente en nuestras calles la verdad salvadora de la Eucaristía, bendiciendo, adorando y aclamando al Señor que sacia nuestra hambre espiritual con flor de harina, con el sacramento santísimo de su cuerpo y de su sangre. ¡Solemnidad del Corpus Christi! ¡Día para la veneración pública del Santísimo Sacramento en la Iglesia extendida por todo el orbe! ¡Día para agradecer a Dios uno y trino este don inconmensurable! ¡Día para confesar sin rubor nuestra fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía y fomentar la piedad y veneración de los fieles ante el Cristo ofrecido, glorificado e intercesor, hecho presencia y cercanía!

 

2. ¡Eucaristía, misterio del amor inaudito de Cristo, que antes de volver al Padre, se queda con nosotros en su Palabra, en la Iglesia, sacramento de Jesucristo, en nuestros hermanos, en los sacramentos y, sobre todo y por antonomasia, en las especies eucarísticas! (SC 7). ¡Eucaristía, misterio de la suprema condescendencia de Cristo que no nos deja huérfanos, obra grandiosa del poder de Dios, que cada día permite que el pan y el vino, fruto preciado de nuestros campos, por la palabra del sacerdote, se transformen en el cuerpo y en la sangre del Señor!

 

3. Gracias al prodigio de la transustanciación, queridos hermanos y hermanas, en los dones eucarísticos está el Señor con una presencia real y verdadera. Esta presencia del todo singular eleva a la Eucaristía por encima de los demás sacramentos y hace de ella el sacramento por excelencia, el «don por excelencia» (EE 11). La Eucaristía es el don del mismo Cristo, de su persona, de su cuerpo, sangre, alma y divinidad. La suya no es una presencia simbólica sino real. Las palabras de Jesús en el momento de la institución (Mt 26,26-28), nos están diciendo que su intención no es dejarnos sólo un símbolo que nos recuerde su entrega redentora, sino quedarse con nosotros con una presencia misteriosa, pero real, verdadera y sustancial, hasta su vuelta. Por ello, la Eucaristía es el misterio de nuestra fe. Los sentidos no pueden percibirlo, pero la fe, como nos dice Santo Tomás en sus himnos eucarísticos, está segura de las palabras del Señor.

 

4. «Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros». «Esta es mi sangre, derramada para el perdón de los pecados». San Pablo nos acaba de recordar estas palabras del Señor en el momento cumbre de la piedad y del amor de Cristo por la humanidad, anticipo sacramental de su amor desbordante en la Cruz. Cumpliendo su mandato, el sacerdote repite estas palabras en la Santa Misa y entonces el tiempo retrocede y los cristianos del siglo XXI nos hacemos comensales de la cena santa de Jesús y sus Apóstoles en el Cenáculo. En la Santa Misa, el cuerpo y la sangre de Cristo, su vida y su persona, se hacen presentes ante nosotros con el mismo realismo y verdad que en aquella noche, con la misma fuerza, con la misma intensidad. A partir de la consagración, sobre el altar resplandece el cuerpo resucitado y glorioso de Jesús. Desde allí nos llama y nos sostiene. Hacia él nos encamina y nos atrae.

 

5. Los miles y miles de sagrarios del mundo entero mantienen presente la ofrenda de Jesús. Revestido de un cuerpo como el nuestro es nuestro vecino, compañero de peregrinación, apoyo de nuestra debilidad y alimento de nuestras almas. En el sagrario, tenemos la sorprendente presencia sacramental de Jesucristo. Por ello, la exposición del Santísimo Sacramento, la visita diaria al Sagrario y, sobre todo, la participación en la Santa Misa, es acercarnos a la ternura de Belén, es contemplarle con María y José en la intimidad del hogar de Nazaret; es sentarnos entre los oyentes del Sermón de la Montaña; es cruzar la mirada con el Señor de la misericordia y del amor que cura a los enfermos y perdona a los pecadores; es abrazarnos a sus pies como María Magdalena; descansar como Juan en el pecho del Señor; estar con María junto al cuerpo destrozado de Cristo al pie de la Cruz; es comer y conversar amigablemente con el Resucitado a orillas del lago y postrarnos ante Él como Tomás para gritarle «Señor mío y Dios mío». Es, por fin, recibirlo en nuestro corazón como alimento de vida y santificación. Por ello, la Santa Misa es fuente de vida. Cuántos cristianos la dejan con cualquier excusa. Dicen que se aburren, que no la necesitan. ¿Seria igual la vida de los matrimonios y de las familias, sería igual la vida de nuestros jóvenes, sería igual la relación de unos con otros, si todos viviéramos intensamente cada semana la maravilla que es la Eucaristía?

 

6. La presencia del Señor en la Eucaristía, queridos hermanos y hermanas, no es estática, sino profundamente dinámica. Desde la Eucaristía el Señor nos fortalece, nos diviniza, nos aferra para hacernos suyos, para transformarnos y asimilarnos a Él. Por ello, es el auténtico camino de renovación de nuestras comunidades cristianas. ¡Cuánto consuelo, cuánta fortaleza, cuánta fidelidad, cuántas virtudes han crecido en la íntima comunicación de los fieles cristianos con el Señor, en la visita al Santísimo y en la adoración silenciosa del Santísimo Sacramento! Junto a la Eucaristía crecerá el anhelo de santidad, el amor a Jesucristo y la caridad pastoral de nuestros sacerdotes y seminaristas. De la cercanía a la Eucaristía han de salir los jóvenes cristianos, limpios, alegres y generosos, capaces de vivir una vida nueva y de construir la nueva civilización del amor. Junto a la Eucaristía surgirán vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. En el amor a la Eucaristía crecerán las familias cristianas unidas, fecundas y evangelizadoras. En el amor a la Eucaristía nos ha de venir la renovación de nuestras parroquias, el vigor espiritual y apostólico de nuestra Iglesia diocesana, el crecimiento en la fe y la victoria sobre el pecado que oprime nuestras vidas y desgarra nuestra sociedad. Jesús sigue siendo el Pan vivo bajado del cielo que alimenta nuestros corazones mientras peregrinamos hacia la casa del Padre, «la Cena que recrea y enamora», «fuente que mana y corre», como escribiera con gran belleza literaria San Juan de la Cruz.

 

7. En esta mañana, mientras acompañamos al Señor por nuestras calles, pidámosle que fortalezca nuestra fe y que perdone nuestras omisiones y deficiencias con este divino sacramento. Demasiadas veces nos hemos olvidado de El, demasiadas horas, queridos hermanos sacerdotes, están cerrados nuestros templos, demasiadas veces quedan abandonados los sagrarios, demasiadas veces los cristianos despreciamos este alimento celestial o lo dejamos por cualquier excusa inconsistente. Seguro que a su paso por nuestra ciudad, Jesús va a encontrar muchas personas que viven una existencia anodina y sin sentido, anclada en el nihilismo y el hastío. Pidámosle que haga brillar sobre ellos la luz eterna de Dios, que ilumina el corazón del hombre, disipa las tinieblas del pecado y abre ante nuestros ojos caminos de vida y de santificación. Pidámosle que nos haga heraldos y misioneros de su presencia, que despertemos en nuestros hermanos el deseo de encontrarse con Él; que a través nuestro, como Pedro y Andrés, puedan decir «Hemos encontrado a Jesús» (Jn 1,41), «hemos visto al salvador».

 

8. Queridos hermanos y hermanas: Con la guía segura de la exhortación apostólica Sacramentum caritatis del Papa Benedicto XVI, todos estamos invitados a profesar la fe en la Eucaristía en toda su integridad. No es tiempo de más vacilaciones teológicas y pastorales en torno al misterio de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, ni sobre su carácter de sacrificio y oblación sacerdotal, ni de interpretaciones que vacían la fe de la Iglesia. Es tiempo más bien de profundización interior en toda la belleza y armonía de este sacramento, «Amor de los Amores». El misterio adorable de la Eucaristía ha de ser celebrado con toda dignidad, como la Iglesia nos pide y desea, como el Papa nos señala en su exhortación, cuidando su celebración con toda delicadeza interior y exterior, guardándolo y venerándolo en el Sagrario con piedad creciente, recreando nuestra oración personal y comunitaria ante la santísima Eucaristía y recuperando las actitudes externas de veneración y respeto allí donde, por desgracia, se han perdido.

 

9. No olvido que el día del Corpus Christi es también el Día de la Caridad, en el que se nos pide una mirada atenta y compasiva, como la de Jesús, a los pobres y marginados de los pueblos y ciudades de nuestra Diócesis. Jesús en la Eucaristía reúne a los hijos de Dios dispersos. Por ello, la Eucaristía es fermento de unidad y reconciliación, de amor fraterno, que no es simple solidaridad humana, sino el amor sincero, generoso y regenerador que nace del Corazón de Cristo, el amor que se aprende al pie de la Cruz, un amor que los cristianos aprendemos también en la mesa de la Eucaristía y junto al sagrario; un amor que tiene que regenerar nuestra sociedad, purificarla de todos los pecados, de todas las injusticias, de la violencia contra las mujeres, de todas las agresiones contra la vida de los más débiles; un amor que tiene que hacer de nosotros una comunidad abierta a las necesidades de los inmigrantes, de los ancianos y enfermos, de todos los que se sientan solos y angustiados en estos momentos de tanto dolor para los pobres, los parados y los que han dejado de percibir el subsidio de desempleo. En este Día de la Caridad, seamos generosos en la colecta que hoy tiene como destinatarios a los más pobres de nuestra Diócesis, a los que Caritas sirve.

 

10. Termino ya destacando el nexo profundo que existe entre la Eucaristía y la Santísima Virgen. Ella concibió en sus purísimas entrañas el precioso cuerpo y la preciosa sangre de su Hijo. Ella fue el sagrario más limpio y santo que jamás ha existido. De su seno bendito nació hace dos mil años el cuerpo santísimo que veneramos en la Eucaristía. Que ella, mujer eucarística, nos ayude a todos a crecer en amor, respeto y veneración por este augusto sacramento y nos aliente a servir también a los pobres y necesitados, a ponernos de su parte y en su lugar, pues también ellos son hijos suyos y hermanos nuestros. Así sea.

 

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 


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