UNA SOLA FAMILIA HUMANA, Carta del 16-01-11.

UNA SOLA FAMILIA HUMANA, Carta del 16-01-11.

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos en este domingo el «Día de las Migraciones» con el lema Una sola familia humana. Es una buena ocasión para que tomemos conciencia de las múltiples necesidades que tienen nuestros hermanos inmigrantes, ante las que no podemos permanecer indiferentes. En los últimos años, nuestra Iglesia diocesana ha ido creando servicios a favor de los inmigrantes y de su integración: casas de acogida, centros de orientación y asesoramiento, espacios de encuentro, etc. Igualmente ha crecido el número de personas que, urgidas por la caridad de Cristo, dedican parte de su tiempo a ayudarles.

Alabo los esfuerzos de las comunidades parroquiales, que salen al encuentro de estos hermanos, los acogen e invitan a recorrer juntos el camino de la fe vivida y celebrada comunitariamente en la parroquia, a la que los inmigrantes también enriquecen con savia nueva. Doy gracias a Dios por lo que entre todos vamos logrando. Hemos iniciado un camino de encuentro fraterno, acogida evangélica e integración de los inmigrantes en nuestras parroquias, ciudades, pueblos y barrios. Queda, sin embargo, mucho por hacer. Por ello, os invito a fortalecer nuestro compromiso cristiano en este sector pastoral, pues el inmigrante es alguien que nos pertenece, alguien de nuestra propia familia, la familia de los hijos de Dios. Este es justamente el tema de la jornada de este año. El Santo Padre Benedicto XVI, en su mensaje para esta jornada, nos invita a reflexionar sobre el vínculo profundo que existe entre todos los seres humanos, que formamos una sola familia de hermanos y hermanas, a pesar de que nuestras sociedades son cada vez más multiétnicas, interculturales e interreligiosas. Somos una única familia humana; pero, sin embargo, no todos tenemos la misma suerte.

Muchos hermanos nuestros deben afrontar la dura experiencia de la emigración, forzada en muchos casos por motivos políticos o económicos, la persecución religiosa o ideológica, la pobreza, el hambre o el subdesarrollo, consecuencia, como nos advierte la doctrina social de la Iglesia, de la falta de fraternidad entre los hombres y los pueblos. Siendo esto así, es necesario insistir, como hace Benedicto XVI en su mensaje, en que tanto los inmigrantes como quienes les acogemos formamos parte de una sola familia, teniendo todos el mismo derecho a gozar de los bienes de la Tierra, pues Dios los ha creado y destinado para todos. Ello nos obliga a ser solidarios y compartir, pues los vínculos que nos unen con los inmigrantes son muy estrechos. Pueden ser distintos de nosotros, pero son personas con las que debemos vivir estrechamente la comunión, la acogida, la entrega de nosotros mismos y el servicio fraterno.

El Papa Juan Pablo II nos dejó dicho en 1993 que los emigrantes «deben tener la posibilidad de encontrar siempre en la Iglesia su patria». En la Iglesia, efectivamente, nadie debe sentirse extranjero. Por ello, en nuestras parroquias, comunidades religiosas, asociaciones, movimientos, hermandades y cofradías y grupos cristianos, no debemos escatimar esfuerzos para ayudar a estos hermanos y sus familias a insertarse en la vida social, favoreciendo su participación y su desarrollo armónico, procurando que sean respetados siempre sus derechos, el trato humano que exige su dignidad de personas e hijos de Dios, atendiendo con especial interés a los inmigrantes que sufren, más incluso que nosotros, las consecuencias del paro y de la crisis económica, agravadas por el desarraigo y la lejanía de sus familias.

Hemos de ayudarles también a incorporarse a nuestras parroquias. La fe sencilla y fervorosa de muchas familias inmigrantes latinoamericanas y su apego a valores auténticos que se están perdiendo entre nosotros, es un revulsivo para nuestras comunidades cristianas, a menudo envejecidas y aburguesadas espiritualmente. Es grande la riqueza y dinamismo que pueden aportar a nuestra vida comunitaria, a nuestras celebraciones, a la catequesis y al apostolado, como he tenido ocasión de comprobar con gozo en mis visitas a las parroquias. En el caso de familias de otros credos, especialmente los de religión musulmana, también hemos de acogerles con respeto y ayudarles en la medida de nuestras posibilidades como hijos de Dios que son, con el mismo respeto que hemos de exigirles a ellos por nuestras raíces cristianas y nuestra historia.

Al mismo tiempo que alabo el buen trabajo del delegado diocesano de Migraciones y de su equipo, invito a todas las parroquias a celebrar esta jornada con los inmigrantes y sus familias. Dios quiera que las  comunidades cristianas de nuestra Archidiócesis crezcan cada día en acogida y servicio a los inmigrantes, para que también ellos participen de la mesa familiar, larga y cálida, de nuestra Iglesia diocesana.

Que la Familia de Nazaret, que conoció también los rigores de la migración, aliente y bendiga el servicio de la Delegación Diocesana de Migraciones y de las parroquias a favor de nuestros hermanos inmigrantes y sus familias.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

? Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla


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