JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA, Carta del 30-01-11.
Queridos hermanos y hermanas:
El próximo miércoles, día 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, la Iglesia universal celebrará la Jornada de la Vida Consagrada, instituida por Juan Pablo II en el año 1997 para hacer patente la estima de toda la Iglesia por este género de vida y dar gracias a Dios por el don inmenso y el signo extraordinario de la presencia amorosa de Dios en el mundo que son los consagrados, testigos de la esperanza y de la misericordia de Dios, testigos del amor más grande y anticipo y profecía de lo que será la vida futura.
Para facilitar la asistencia de los religiosos de toda la Archidiócesis, nosotros celebraremos esa jornada el domingo día 6, con una solemne Eucaristía en la Catedral, presidida por mí. En ella, los propios consagrados darán gracias a Dios por el don de la vocación, por la predilección singular que el Señor ha tenido con ellos al elegirles como amigos, al llamarles a su intimidad y al enviarles como mensajeros y testigos. Con ellos dará gracias a Dios nuestra Iglesia diocesana, que tanto debe al trabajo pastoral de los más de 1.500 religiosos y religiosas de vida activa y a la oración constante de las cerca de 450 monjas contemplativas, que viven en 39 monasterios, y a las que también tendremos muy presentes en la oración y el afecto en esa jornada. A lo largo de los dos años que llevo sirviendo a la Archidiócesis he pensado muchas veces y, en ocasiones, he comentado en voz alta qué sería de nosotros si no contáramos con la colaboración generosa de los religiosos sacerdotes en las tareas parroquiales, con el compromiso evangelizador de los consagrados que trabajan en la escuela católica y sin la entrega abnegada de quienes sirven a sus hermanos en la Pastoral de la Salud, en la Pastoral Penitenciaria, en la Catequesis y en la cercanía a los pobres, conscientes de que el Hijo de Dios se ha encarnado en la persona de cada hombre y de cada mujer, especialmente en los más débiles, los marginados, los enfermos, los ancianos y los niños, en los que sufren y nos necesitan.
Sin los consagrados nuestra Archidiócesis sería más pobre en iniciativas pastorales y evangelizadoras, su radio de acción sería más corto y, desde luego, no contaría con el testimonio profético y la santidad de tantos religiosos y religiosas que enriquecen con su presencia, con su oración y con sus obras apostólicas a nuestra Iglesia diocesana. Así lo reconozco en su nombre con gozo y gratitud.
En la fiesta de la Presentación y ofrecimiento del Señor al Padre celestial, fiesta también del encuentro de Dios con su pueblo, representado por los ancianos Simeón y Ana, os convoco a todos, queridos consagrados, a renovar vuestro ofrecimiento y consagración al Señor, que tuvo su inicio en aquel primer encuentro con Jesús, fraguado en la intimidad personal de cada uno, en el que os sentisteis seducidos, conquistados y ganados por Él y os decidisteis a seguirle y entregarle la vida; encuentro que después se selló en vuestra profesión religiosa.
Pero no basta con que vosotros os hayáis encontrado con el Señor, que es con mucho lo mejor que os ha podido suceder. Habéis de ser mediadores para que otros muchos hermanos nuestros experimenten el gozo del encuentro. El anciano Simeón, lleno de alegría por haber visto al Señor, alaba y da gracias a Dios para que los demás descubran al Salvador, crean y esperen en Él. Ana, después de conocer al Señor, glorifica a Dios y habla del Niño a todos los que esperan la salvación de Israel. María entrega al Niño a Simeón en un gesto de gran hondura apostólica.
Los que hemos recibido la gracia inmensa de ser llamados por el Señor, como María hemos recibido también la misión de entregarlo a nuestros hermanos. Somos mensajeros de la salvación, testigos de su presencia y de la acción salvadora de Dios en el mundo. Y todo ello no desde el poder y la gloria, sino desde la sencillez y el ocultamiento, desde el servicio humilde, desde el testimonio aparentemente irrelevante, pero profundamente eficaz por la acción del Espíritu.
Por ello, quiero terminar alentándoos a vivir vuestra consagración y misión. Una guía segura, en comunión con toda la Archidiócesis, es el Plan Diocesano de Pastoral vigente, que estoy seguro que también vosotros estáis aplicando. Que María, la Virgen fiel y madre de los consagrados, que en la fiesta de la Presentación del Señor, popularmente conocida como la fiesta de las Candelas, lleva a su Hijo en brazos para que todos descubran en Él al Salvador, nos aliente a ser portadores de luz, lámparas vivientes en nuestras obras, en nuestras vidas, en nuestras tareas pastorales y en la vida de nuestras comunidades.
Para todos vosotros, queridos consagrados, y para todos los fieles de la Archidiócesis, mi saludo fraterno y mi bendición.
? Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla