FIESTA CRISTIANA DEL TRABAJO, Carta del 1 de mayo de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
Aunque la memoria de San José Obrero coincide este año con el II domingo de Pascua, siento el deber de dedicar mi carta semanal a la fiesta cristiana del trabajo, algo que importa mucho a la Iglesia por ser consustancial al ser humano, camino de realización de la persona y condición inexcusable para el bienestar y la felicidad de las familias y de la sociedad. Muchos son los retos a los que deben hacer frente hoy los trabajadores: el desempleo que no cesa, los salarios insuficientes, la explotación de los inmigrantes, los horarios excesivos, la dificultad para compatibilizar la vida laboral y familiar, etc.; problemas que ellan la dignidad de la persona y generan exclusión social y pobreza.
En la encíclica Laborem exercens nos decía nuestro querido y recordado Papa Juan Pablo II, que en este día será beatificado, que «la Iglesia considera deber suyo recordar siempre la dignidad y los derechos de los trabajadores, denunciar las situaciones en las que se violan dichos derechos y contribuir a orientar los cambios sociales para que se realice un auténtico progreso del hombre y de la sociedad» (n. 1d). En los albores de la historia, Dios piensa en el trabajo cuando dice a Adán y Eva: «Creced y multiplicaos, llenad la Tierra y sometedla» (Gn1,28). Antes. Incluso, del pecado original, Dios los sitúa en el jardín del Edén «para que lo trabajen» (Gn 2,15). Deja la Creación voluntariamente inconclusa para que nosotros la desarrollemos y perfeccionemos.
De ahí la enorme dignidad de todo trabajo: del que realiza el catedrático, el ingeniero, el artesano, el agricultor o el barrendero, que merecen el mismo respeto y aprecio. En nuestro trabajo nos convertimos en imagen del Dios creador. Trabajar no es, pues, una maldición, consecuencia del pecado de Adán y Eva. Aunque no hubiesen pecado hubiéramos tenido que trabajar igualmente, porque el trabajo responde al plan de Dios. La consecuencia del pecado es la fatiga y el sudor: «con fatiga sacarás del suelo el alimento todos los días de tu vida [?] Con el sudor de tu rostro comerás el pan» (Gn 3,17.19).
Jesús, el Hijo de Dios, dignifica también el trabajo. En el taller de Nazaret trabaja con sus manos y es conocido por sus paisanos como el «hijo del carpintero ». Desde aquel humilde taller predica el «Evangelio el trabajo», camino de santificación, fuente de energía sobrenatural para nosotros y para la Iglesia si lo ofrecemos al Señor como hostia viva (Rom 12,1). El trabajo tiene también un profundo sentido humanizador, es camino de realización personal, de autoestima y de experiencias humanas que nos enriquecen; es, además, camino de servicio a la sociedad, escuela de valores como la colaboración y la ayuda utua y la participación, que no pueden disfrutar aquéllos que carecen de trabajo o lo realizan en condiciones incompatibles con la dignidad de la persona. El Papa Juan Pablo II, que trabajó como obrero en las canteras de Zakrzówek durante la ocupación nazi de su patria, picando rocas, cargando carretillas y empujando vagonetas, nos ha dejado escrito que «si bien es verdad que debo mucho a un solo año de estudios en la Universidad más antigua de Polonia, puedo afirmar que los cuatro años siguientes, vividos entre obreros, fueron para mí un don de la Providencia. La experiencia que adquirí durante aquel período de mi vida no tiene precio. He dicho muchas veces que le concedo, tal vez, más valor que a un doctorado».
En esta jornada, envío un saludo afectuoso a todos los trabajadores de la Diócesis y, muy especialmente, a cuantos no tienen trabajo o lo realizan en condiciones precarias o que degradan su dignidad, a quienes expreso mi solidaridad y cercanía. Pienso también con afecto en cuantos vivís vuestro compromiso cristiano cerca del mundo de los trabajadores: la HOAC, la JOC, Hermandades del Trabajo y la Delegación Diocesana de Pastoral Obrera, servicio de la Iglesia diocesana para el anuncio de Jesucristo en el mundo obrero.
Queridos hermanos y hermanas: desde la comunión profunda con Cristo, desde la comunión inequívoca con la Iglesia, desde nuestro propio lenguaje, desde el original y vivificador patrimonio de la Doctrina social de la Iglesia, sed testigos de Jesucristo en el mundo obrero. Seguid recordándonos a todos la dignidad suprema de la persona, imagen de Dios, y sus derechos inalienables, y la primacía del trabajo sobre el capital, el lucro o el beneficio. No os canséis de proclamar que la paz es fruto de la justicia y que es posible un mundo más justo y fraterno, de acuerdo con los planes de Dios. Anunciad en el mundo del trabajo el valor de la comunión frente al individualismo, de la solidaridad frente a la competencia, del ser frente al tener y que el tesoro de la fe en Jesucristo y su Evangelio es la clave para la reconstrucción de la persona y de la sociedad.
Para todos, mi afecto fraterno y mi bendición.
? Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla