DOMUND 2011

DOMUND 2011

Como nos recuerda el Papa en la exhortación apostólica Verbum Domini, la vocación misionera nace del mismo corazón de Dios. Toda misión en la Iglesia nace del amor de Dios nuestro Padre, que en la plenitud de los tiempos envía a su Hijo al mundo para salvar a los hombres alejados de Dios por el pecado. La misión del Hijo es, pues, fruto del amor del Padre por la humanidad. Así lo entiende San Juan: ?En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él? (1 Jn 4,9).

Jesús, unido estrechamente al Padre y al Espíritu por el lazo del amor trinitario, nos revela y anuncia el amor de Dios por todos sus hijos. Por ello, es el primer misionero y el modelo de toda misión. Jesús nos manifiesta el amor y la misericordia del Padre singularmente en su inmolación pascual. Después de su resurrección, encomienda a los Apóstoles el anuncio de este amor inaudito hasta los confines del mundo. A partir de Pentecostés, transformados por la fuerza del Espíritu Santo, comienzan a dar testimonio de Jesucristo, muerto y resucitado para nuestra salvación. Desde entonces, la Iglesia continúa esa misma misión, que constituye para todos los cristianos un compromiso irrenunciable y permanente.

En la base de la misión está, pues, el amor a Dios. Es imposible ser misionero sin vivir en Dios y para Dios. Ser misionero significa amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, hasta dar, si fuera necesario, la vida por Él. A lo largo de la historia de la Iglesia miles de misioneros han sellado el supremo testimonio de ese amor con el martirio. Ser misionero es amar a los hermanos, especialmente a los más pobres y necesitados, con el corazón de Cristo, para salir al paso de sus necesidades, procurando su desarrollo integral, paliando sus carencias materiales y culturales y, sobre todo, compartiendo con ellos nuestro mayor tesoro, Jesucristo, pues no hay mayor pobreza que la de aquellos que no le conocen ni le aman.

Un año más tenemos a las puertas la Jornada Misionera Mundial, una fecha para acompañar en la oración y el afecto a nuestros misioneros, el grupo más generoso y admirable de nuestras Iglesias diocesanas. Recordamos y encomendemos especialmente a los más de doscientos misioneros sevillanos esparcidos por todo el mundo. Son el orgullo de nuestra Archidiócesis. Ellos, dejándolo todo, anuncian a Jesucristo hasta los confines del mundo. Al mismo tiempo, procuran la promoción humana y el desarrollo integral de los pueblos a los que sirven, sobre todo, cuando está en juego la dignidad de la persona.

La Jornada Mundial de la Propagación de la Fe nos compromete a todos, a los laicos, sobre todo a los catequistas y profesores de Religión, a los consagrados y muy especialmente a los sacerdotes, a los que ruego que consideren como algo prioritario la campaña del DOMUND. Les sugiero que programen actos de oración por los misioneros, pues la oración es el primer camino de la misión. Les pido también que pongan todo su interés en la colecta e inviten a los fieles a la generosidad, que tantas veces ha demostrado nuestra Archidiócesis cuando se trata de ayudar a las misiones. Les invito por último a concienciar a los fieles sobre su responsabilidad en la misión y en el anuncio de Jesucristo, pues la fe se robustece dándola. Ni la Diócesis ni la parroquia terminan donde se acaban sus límites físicos. Ni la Diócesis ni la parroquia son plenamente católicas si no son misioneras, si no se abren al amplio horizonte de la universalidad y de la misión, como pone de relieve el reciente documento de nuestra Conferencia Episcopal ?Orientaciones sobre la cooperación misionera entre las iglesias para las diócesis de España?.

Agradezco al Delegado Diocesano de Misiones y a sus numerosos colaboradores su entusiasmo y entrega. Desde hace algunos meses tenéis en vuestra casa una capilla y en ella al Señor sacramentado, verdadero manantial de vuestro compromiso misionero. Visitadlo y acompañadlo. Él os ayudará a no desfallecer en vuestro servicio a la misión ad gentes y en el anuncio de Jesucristo en nuestros ambientes, que en buena medida son también tierra de misión.

A vosotros y a los misioneros os encomiendo vivamente a la Santísima Virgen, Reina de las Misiones. Que ella y la intercesión de San Francisco Javier y Santa Teresita del Niño Jesús, nos ayude a todos a anunciar el Evangelio por doquier.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla


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