JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA
En ella haremos visible nuestra estima por la vida religiosa y daremos gracias a Dios por el don inmenso que constituye para nuestra Iglesia particular los 39 conventos de monjas contemplativas, los cerca de 600 religiosos y más de 2000 religiosas de vida activa que colaboran en el apostolado, la evangelización y el servicio a los pobres, a los que hay que sumar los miembros de las sociedades de vida apostólica, de los institutos seculares y las vírgenes consagradas, todos ellos testigos del amor más grande, testigos de la esperanza y de la misericordia de Dios y anticipo y profecía de lo que será la vida futura.
La Vida Consagrada pertenece de manera indiscutible al núcleo más profundo de la vida de la Iglesia, su santidad (LG 44) y uno de los rasgos más importantes de su ser en la Iglesia es la vivencia gozosa y comprometida de la comunión. Los religiosos y religiosas viven la comunión en el seno de sus comunidades como una verdadera familia y tienen como arquetipo y modelo la unidad de la familia trinitaria (VC 10 y 16). La vida fraterna de los consagrados refleja la hondura y riqueza de este misterio y hace de las comunidades religiosas un espacio humano habitado por la Trinidad (VC 41). La vida fraterna en comunidad es un referente magnífico de unidad y fraternidad para la Iglesia diocesana. Cuando se vive con autenticidad, es reflejo de la vida trinitaria y modelo para la comunidad cristiana, por ser manifestación visible del amor infinito y de la mutua entrega que une a las tres divinas Personas y de la amorosa correspondencia que existe en el seno de la Trinidad (VC 21).
La comunión no es algo accidental en la vida de la Iglesia. Pertenece a su entraña más profunda. La Iglesia es ?una muchedumbre de pueblos reunida por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo? (LG 1). La comunión entre el obispo, los sacerdotes, consagrados y laicos es un rasgo esencial de la Iglesia diocesana, que debe ser también una auténtica familia. Quienes en ella trabajan, aportan sus dones y carismas con un sentido espontáneo de comunión, sin la cual la misión es imposible.
El misterio de la Trinidad que habita en quienes vivimos la vida divina nos alienta a vivir la comunión. El manantial que renueva y refresca nuestra comunión es el encuentro diario con Jesucristo, muerto y resucitado, presente en su Iglesia, pues Él es el centro de la comunión eclesial y nuestro más firme y definitivo punto de convergencia. Sólo unidos a Cristo podrán fortalecerse cada día nuestros lazos familiares y crecerá la colaboración fecunda entre el presbiterio diocesano, los consagrados y los laicos en la común tarea de la edificación de la Iglesia.
En la carta apostólica Novo millennio ineunte nos invitaba el Papa Juan Pablo II a vivir la espiritualidad de comunión, que significa ?capacidad de sentir al hermano de fe? como uno que me pertenece? para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un don para mí, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente… rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad… desconfianza y envidias" (n.43). La espiritualidad de comunión promueve además un modo de pensar, decir y obrar, que hace crecer a la Iglesia en hondura y extensión, facilitando la misión.
En las vísperas de la Jornada de la Vida Consagrada, invito a todos los fieles de la Diócesis a vivir la espiritualidad de comunión con los hermanos consagrados que sirven a nuestra Iglesia particular, a acogerles, valorarles y agradecerles los múltiples y excelentes servicios que nos prestan en los más variados campos de la pastoral.
Encomendemos su fidelidad a la vocación que han recibido y a los carismas que regaló a sus fundadores para el bien de la Iglesia. Pidamos al Señor que les conceda muchas, santas y generosas vocaciones que continúen la historia fecunda de sus institutos. A ellos les pido que ?vivan? la Diócesis, que la consideren como su casa, que se sientan miembros de la familia diocesana, que rechacen cualquier tentación de actuar por libre o como francotiradores, que se impregnen e impliquen en la aplicación de nuestro Plan Diocesano de Pastoral, que remen en la misma barca, con el mismo ritmo, con la misma intensidad y en la misma dirección, y que sintonicen, por fin, con nuestros proyectos, anhelos y esperanzas y también con nuestros dolores y sufrimientos, buscando siempre la comunión y la unidad.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla