A través de nosotros, sacerdotes y consagrados, el Señor sigue predicando, enseñando, santificando, perdonando los pecados, sanando las heridas físicas y morales, consolando a los tristes y acompañando a los que sufren. Son las distintas vocaciones que el Espíritu suscita en su Iglesia para seguir cumpliendo la misión del Buen Pastor al servicio del Pueblo de Dios.
Muy consciente de que en el campo de las vocaciones la iniciativa parte de Dios, que espera la respuesta humana, os invito en primer lugar a pedir Dueño de la mies, con mucha fe y de forma ininterrumpida, que envíe obreros a su mies (Mt 9,38). La vocación es un don divino. Es Él quien llama, escogiendo a algunos para que le sigan más de cerca y sean sus ministros y testigos. A pesar de que en estos momentos en muchos países la crisis vocacional es profunda, el Señor sigue llamando. Por ello, nuestra primera obligación, desde las familias, las parroquias, los movimientos, grupos apostólicos y comunidades religiosas, es orar incesantemente para que la iniciativa divina encuentre acogida en el corazón de nuestros jóvenes, de forma que sean muchos los que se decidan a entregar su vida al Señor para colaborar con Él en su obra de salvación.
El mejor modelo de docilidad y adhesión generosa al plan divino es Jesucristo, que se ofrece al Padre y se inmola por nosotros en el árbol de la Cruz, y que continúa cada día ofreciendo su vida en la Eucaristía por la salvación de la humanidad. En Él tienen nuestros jóvenes el modelo más eximio de diálogo vocacional entre la libre iniciativa del Padre y la respuesta confiada de Cristo, un diálogo que en nuestro caso debe estar impregnado de gratitud y confianza, que despeje todos los temores ante la propia flaqueza o ante la incomprensión de los demás. Por ello, la Eucaristía, contemplada, recibida y adorada es el ambiente más propicio para descubrir la llamada, abandonarse a la voluntad de Dios, fiarse de Él y responder con prontitud.
Mirando a Cristo y atraídos por Él, a la largo de la historia de la Iglesia, muchos hombres y mujeres dejaron familia, posesiones y proyectos vitales para seguir a Cristo y vivir sin ataduras su Evangelio en la vida contemplativa, en los institutos de vida consagrada y en el ministerio sacerdotal. Todos ellos han vivido la experiencia que entraña toda vocación, un diálogo fecundo entre Dios y el hombre, un misterioso encuentro entre la predilección del Señor que llama y la libertad del hombre que responde con amor, escuchando al mismo tiempo estas palabras alentadoras: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto” (Jn 15, 16).
En el camino del discernimiento vocacional es natural que afloren los miedos, considerando lo insólito de la llamada y al mismo tiempo la propia flaqueza. En realidad, ninguno de nosotros podemos considerarnos dignos de la elección. Ninguno de nosotros puede considerarse merecedor de acceder al ministerio sacerdotal o de abrazar la vida consagrada. Es al Señor a quien corresponde llevar a término su proyecto de salvación. Por ello, la respuesta nunca puede parecerse al cálculo miedoso del siervo indolente que esconde el talento recibido en la tierra (Mt 25, 14-30). Más bien debe ser análoga a la respuesta de Pedro que, confiando en el Señor, no duda en echar de nuevo las redes pese a haber estado toda la noche faenando sin éxito (Lc 5,5). Semejante fue también la respuesta de la Santísima Virgen en la Anunciación, en la que se abandona a los designios del Altísimo y pronuncia su sí, que le convierte en Madre de Dios.
Concluyo mi carta dirigiéndome a los jóvenes que ahora mismo se plantean su futuro vocacional y sienten en su corazón la caricia del Señor y su propuesta de futuro. ¡Sed valientes! ¡No os desaniméis ante las dificultades y las dudas; confiad en Dios y seguidle con fidelidad! ¡Contad siempre con su gracia y con la ayuda maternal de la Virgen, que cuidará de vosotros! El premio no es otro que la alegría recrecida y la bienaventuranza de aquellos que escuchan la palabra de Dios y la acogen con gratitud y humildad de corazón.
Pido humilde y encarecidamente a todos los sacerdotes y religiosos que, o en este sábado, o en este domingo, organicen actos especiales de oración por las vocaciones en las parroquias, iglesias y oratorios, que bien pudiera ser ante el Santísimo expuesto.
A todos os envío mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla