INTERVENCIÓN EN LA VIGILIA DE LA INMACULADA 2013

INTERVENCIÓN EN LA VIGILIA DE LA INMACULADA 2013

Dios se complace en su obra. Se deleita en la creación y la colma de hermosura y de belleza;  de manera especial, se extasía a la hora de crear al ser humano. “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó” (Gn 1, 26-27).

A pesar del comportamiento rebelde de los primeros padres, Dios no se arrepintió de su obra, y anunció una belleza mayor. Dirigiéndose a la serpiente tentadora, dijo: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar” (Gn 3, 15).

Y Dios hizo alianza con Adán, con Noé, con Abraham, con Moisés, con Israel, porque los amaba. Le dijo a nuestro padre en la fe: “De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Gn 12, 2-3). Y al profeta Isaías: «Es poco que seas mi siervo. Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra». (Is 49, 5-6)

Si Dios fue espléndido y generoso en tantos momentos de la historia, si cuenta la Biblia en relación con Judit: «De un cabo al otro del mundo, no hay mujer como ésta, de tanta hermosura en el rostro y tanta sensatez en las palabras» (Jd 11, 21), ¡cuánto más habrá sido el deleite y el derroche del Creador en su obre maestra!

Canta el libro de la Sabiduría, y los Padres de la Iglesia lo aplican a la bienaventurada Mujer escogida para ser madre del Verbo hecho carne: “Me crié entre pañales y cuidados. Pues no hay rey que haya tenido otro comienzo de su existencia; una es la entrada en la vida para todos y una misma la salida. Por eso pedí y se me concedió la prudencia; supliqué y me vino el espíritu de Sabiduría. Y la preferí a cetros y tronos y en nada tuve a la riqueza en comparación de ella. Ni a la piedra más preciosa la equiparé, porque todo el oro a su lado es un puñado de arena y barro parece la plata en su presencia. La amé más que la salud y la hermosura y preferí tenerla a ella más que a la luz, porque la claridad que de ella nace no conoce noche” (Sb 7, 4-10).

En la plenitud del tiempo, el ángel del Señor se dirigió a la joven María con un saludo único: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Has hallado gracia ante Dios”. Y la Virgen Nazarena cantará: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. El Poderoso ha hecho obras grandes en mi”.

San Pablo resume en su cántico la obra bien hecha: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor;  eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado” (Ef 1, 3-6). 

Y, contemplando a María Inmaculada, me viene a la memoria la profecía: “Por amor de Sión no he de callar, por amor de Jerusalén no he de estar quedo, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación brille como antorcha. Verán las naciones tu justicia, todos los reyes tu gloria, y te llamarán con un nombre nuevo que la boca del Señor declarará. Serás corona de adorno en la mano del Señor, y tiara real en la palma de tu Dios. No se dirá de ti jamás «Abandonada», ni de tu tierra se dirá jamás «Desolada», sino que a ti se te llamará «Mi Complacencia», y a tu tierra, «Desposada». Porque el Señor se complacerá en ti, y tu tierra será desposada. Porque como se casa joven con doncella, se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios” (Is 62, 1-5).

Bienamada, Virgen María, remecida de gracia: «Tú eres la exaltación de Jerusalén, tú el gran orgullo de Israel, tú la suprema gloria de nuestra raza” (Jd 15, 9). Déjanos participar del don de tu hermosura por intercesión del fruto bendito de tu vientre, Jesús.


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