EMIGRANTES Y REFUGIADOS: HACIA UN MUNDO MEJOR (19-01-2014)

EMIGRANTES Y REFUGIADOS: HACIA UN MUNDO MEJOR (19-01-2014)

El fenómeno migratorio tiene como causa la huida de la pobreza extrema, de la discriminación por cualquier causa, de la violencia o de amenazas para la vida. Con frecuencia es una experiencia dolorosa en nuestro mundo globalizado, que abre las fronteras a los mercados, los capitales o las personas con recursos económicos, pero que las custodia sin piedad cuando se trata de seres humanos pobres o perseguidos en busca de un futuro mejor para ellos y sus familias.

 

En Europa, y también en otras partes del mundo, estamos comprobando cómo las políticas migratorias son causa de sufrimiento y de muerte. Se cuentan por miles en la última década las víctimas de la impermeabilidad de nuestras fronteras. El Papa Francisco nos recuerda que, como Caín, hoy nadie se siente responsable de las muertes de los inmigrantes, mientras Dios nuestro Señor nos pregunta a cada uno ‘¿dónde está tu hermano?’. En el pasado mes de octubre casi trescientos inmigrantes, mujeres, hombres y niños, que en gran parte huían de la guerra, murieron ahogados frente a las costas de Lampedusa. El Papa calificó aquel acontecimiento como una vergüenza.

 

Entonces se produjo una sacudida momentánea en la conciencia europea. Transcurridos tres meses no ha habido ninguna actuación tendente a evitar que la tragedia se repita. A pesar de las primeras declaraciones ante los féretros, no ha habido cambios en la política europea de inmigración. Sigue habiendo personas que mueren cada día a escasos kilómetros de nuestras casas, en el Estrecho, en Ceuta y Melilla, en el intento de atravesar el desierto… Como discípulos y seguidores de Jesús, podemos y debemos exigir a quienes diseñan estas políticas que pongan como centro al ser humano, por encima de cualquier requisito administrativo, intereses económicos o miedos a la diferencia.

 

En el momento de crisis económica que padecemos, los inmigrantes sufren de forma muy severa las consecuencias del paro y los recortes en los recursos sociales. Muchas de estas personas han estado trabajando junto a nosotros, cotizando a la Seguridad Social, contribuyendo a fortalecer nuestro sistema de pensiones, pagando sus impuestos y enriqueciendo nuestro tejido económico, social, cultural y religioso. La tentación es pensar que ya no los necesitamos y que deben marchar porque son fuerza de trabajo en la abundancia, pero estorbo en la escasez, pensamiento éste muy alejado del Evangelio de Jesús.

 

En nuestras parroquias hay familias inmigrantes arraigadas, vecinos y amigos nuestros, cuya situación administrativa es hoy muy comprometida: la falta de empleo les impide renovar sus permisos de residencia y ello desencadena múltiples situaciones de discriminación: no poder acceder a un puesto en una guardería, perder la ayuda para el comedor de sus hijos, dificultades para el empadronamiento, vulnerabilidad en la negociación de las condiciones laborales, especialmente en el empleo doméstico, y padecer abusos e incumplimientos de la ley por parte de los empleadores, sin mencionar la presión psicológica de no sentirse seguros, con el temor de ser enviados a un Centro de Internamiento de Extranjeros o repatriados forzosamente. Estas circunstancias, a las que se une la falta de recursos económicos para atender a las necesidades básicas, están desencadenando procesos de empobrecimiento y deterioro personal y familiar que no pueden dejarnos indiferentes.

 

La Jornada del emigrante de este año es una invitación a fortalecer nuestra fraternidad, a buscar el bien para cada hermano, hijo de Dios, alguien de mi familia, alguien que me pertenece. No habrá un mundo mejor si solo esta garantizada la prosperidad económica de unos pocos, si no trabajamos codo con codo con los inmigrantes para construir una sociedad justa en la que existan oportunidades de desarrollo integral para todos.

 

La crisis no nos enfrenta; más bien nos debe ayudar a buscar juntos soluciones. En las parroquias no nos debemos limitar a atender las necesidades materiales de los inmigrantes. Hemos de construir espacios de diálogo y encuentro, en la liturgia y en la celebración, en el crecimiento en la fe, en el testimonio y la caridad, apoyándonos unos a otros para ser sal de la tierra y luz del mundo. Construyamos comunidades donde se vive la lógica evangélica, el respeto a la diferencia, la riqueza de la diversidad intercultural, el compartir los bienes, en comunidades en las que se vive la fraternidad y se testimonia la Buena Noticia del amor de Dios.

 

Con mi gratitud al Delegado Diocesano de Migraciones y a su equipo por su compromiso con estos hermanos nuestros, para todos mi saludo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 


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