EN LA FIESTA CRISTIANA DEL TRABAJO
A pesar de que los expertos advierten síntomas de superación de la crisis, todavía tenemos entre nosotros casi seis millones de parados, muchos de los cuales viven situaciones límite como consecuencia de la pérdida del subsidio de desempleo, de la casa en ocasiones, y en tantos casos la pérdida de la esperanza, que ha llevado a algunas personas a la desesperación y al suicidio, y en otros casos a depresiones y graves trastornos psicológicos. Quienes tienen trabajo, a menudo sufren contratos intermitentes o a tiempo parcial, o han sufrido un recorte en sus retribuciones. En consecuencia, entre nosotros abundan familias con dificultades de subsistencia y grandes penurias. Particularmente sangrante es el caso de los jóvenes, en ocasiones muy bien preparados, sin esperanza de obtener un primer empleo, o si lo tienen, sometidos a una continua movilidad, con salarios bajos, inseguridad en el trabajo y la amenaza siempre latente del despido, que les impide programar su futuro y fundar una familia.
Por otra parte, la organización actual del trabajo parece entender que el hombre y la mujer viven sólo para trabajar, ignorando las demás dimensiones de la vida personal, familiar o social, que han de subordinarse al trabajo y en definitiva al lucro y a la cuenta de resultados de la empresa. Por ello, se penaliza la maternidad y se despide a las mujeres que quieren ejercer su más sagrado derecho; y se abusa de los inmigrantes, a los que acogemos porque sirven a nuestros ancianos, pero sin reconocerles la plenitud de sus derechos. A todo ello hay que añadir la flexibilidad laboral, la movilidad geográfica y las dificultades de los padres para conciliar la vida laboral con la vida familiar y la educación de los hijos.
La Doctrina Social de la Iglesia nos dice que este modo de concebir el trabajo, que deshumaniza a los trabajadores, no responde al plan de Dios, que en los orígenes del mundo crea al hombre y a la mujer y los sitúa en el jardín del Edén para que trabajen, para que sean felices y alcancen su plena realización personal completando la obra de la Creación. De ahí la enorme dignidad del trabajo, que nos hace imágenes de Dios.
En la fiesta cristiana del trabajo tengo muy presentes a todos los trabajadores de la Archidiócesis y, muy especialmente, a cuantos no tienen trabajo o lo realizan en condiciones incompatibles con su dignidad, a quienes expreso mi solidaridad, cercanía y afecto, el mismo que quiero manifestar a los militantes de los movimientos obreros cristianos, a quienes agradezco su compromiso militante. Les animo a seguir anunciando a Jesucristo al mundo obrero y a seguir recordándonos a todos la dignidad inalienable de la persona humana, imagen de Dios, y sus derechos inviolables. Anunciad muy alto en los lugares de trabajo que la fe en Jesucristo y su Evangelio es el único camino para la construcción de un mundo más justo y fraterno, de acuerdo con los planes de Dios.
Seguid cuidando la formación y también las bases sobrenaturales de vuestro compromiso militante: la oración, la participación en los sacramentos, especialmente la penitencia y la eucaristía. Sólo así pervivirá vuestro ardor apostólico y vuestro compromiso por la justicia.
Contad todos con mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla