QUERIDO SEÑOR CARDENAL (14-09-14)

QUERIDO SEÑOR CARDENAL (14-09-14)

Le acompañaban sus familiares, amigos y paisanos, encabezados por las autoridades locales. Le acompañábamos también un grupo de sevillanos que espontáneamente quisieron sumarse al acontecimiento, precedidos por el primer Teniente de Alcalde del Ayuntamiento de Sevilla, don Javier Landa, el diputado en el Parlamento andaluz, don. Jaime Raynaud, el Vicario General, don Teodoro León, y un servidor.

En nombre del señor Obispo auxiliar, de los sacerdotes, consagrados, seminaristas y fieles de la Archidiócesis felicité al señor Cardenal en su cumpleaños y le aseguré que todos nos uníamos a su acción de gracias a Dios, dispensador de todo bien, quien, por medio de su Espíritu, nos da el querer y el obrar,  por el don de la vida que le concedió ochenta años atrás, por sus padres cristianos, que junto con la vida, le transmitieron la fe, por su familia numerosa, por la gracia del bautismo y los demás sacramentos de la iniciación cristiana que recibió precisamente en la hermosísima parroquia en la que celebrábamos la Eucaristía. Di gracias a Dios por la vocación franciscana que el Señor le regaló y por el don del sacerdocio siempre inmerecido.

Di gracias al Señor también por sus más de cuarenta años de servicio episcopal lleno de frutos, al frente de la Archidiócesis de Tánger y de nuestra Iglesia de Sevilla a lo largo de veintisiete años, vividos con generosidad fecunda. Di gracias a Dios también por las innumerables ocasiones en que el señor Cardenal presidió la Eucaristía en nuestra catedral y en toda la Archidiócesis, haciendo presente el misterio de nuestra redención para el perdón de los pecados y para la salvación de todos los hombres. Recordé las numerosísimas ordenaciones sacerdotales y diaconales, la administración de los distintos sacramentos, especialmente la confirmación a unos cuatro mil jóvenes cada año, la predicación incansable del Evangelio, la enseñanza de las verdades de la fe, alentando la vida cristiana y el crecimiento de nuestras comunidades, edificándonos a todos con el testimonio sereno de su pro­pia vida.

Di gracias a Dios además por las continuas visitas a las parroquias de una Archidiócesis tan dilatada como la nuestra. En esas ocasiones, los sacerdotes y los fieles y, sobre todo, los pobres, los enfermos y los que sufren, pudieron experimentar la sencilla cercanía de su Arzobispo, viendo en él al pastor bueno, que hace presente a Jesucristo Buen Pastor y rabadán del rebaño, que cuida, guía y apacienta a sus ovejas, busca a la oveja perdida, cura y robuste­ce a las más pobres, cansadas o enfermas. También los consagrados, y singularmente las monjas de clausura, pudieron experimentar su cercana paternidad y sus permanentes desvelos por la Vida Consagrada. Los miembros de las Hermandades sintieron también su solicitud de pastor en una parcela verdaderamente decisiva en la vida de esta Iglesia.

Por medio de las numerosísimas coronaciones de imágenes de la Santísima Virgen, el señor Cardenal contribuyó a enraizar todavía más la devoción a Nuestra Señora en esta parcela de la tierra de María Santísima, que se honra en tener como reina y patrona a la Virgen de los Reyes. No olvidé los numerosos congresos celebrados en estos años, las grandes obras materiales, Seminario, Casa de Ejercicios, residencia sacerdotal, restauraciones de templos y construcción de nuevas iglesias.

Sólo Dios, en su sabiduría infinita que todo lo abarca, conoce con perfección y con detalle lo que nosotros simplemente intuimos, los dones cuantiosísimos que Dios ha concedido a la Iglesia de Sevilla a través del servicio episcopal de fray Carlos. Por todo ello, en Medina de Rioseco dimos rendidas gracias a Dios, que ha querido necesitar de los hombres para realizar su plan de salvación. A la Santísima Virgen le pidió una colabora­ción del todo especial, que ella prestó de forma plena e incondicional, y que a cada uno de nosotros se nos pide según la medida del don de Cristo. A los obispos se nos exige de una forma especialmente intensa. El ministerio episcopal vivido en plenitud es siempre una colaboración decisiva con el plan de salvador de Dios. A través del obispo, ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios, llega en primer término a los fieles la gracia salvadora y la palabra de la verdad.

Porque así ha sido el ministerio del señor Cardenal, fecundo en frutos sobrenaturales y apostólicos, le manifesté la gratitud de la Igleisa que peregrina en Sevilla, pidiendo a Dios que le colme de sus dones y premie su entrega incan­sable. Al mismo tiempo que di gracias a Dios por su recuperación de la salud, delicada en los últimos meses, le pedi que le conceda paz, gracia y alegría.

Para él, mi abrazo fraterno, y para todos vosotros mi saludo y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 


CARTA DOMINICAL

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