NUESTROS ÁNGELES CUSTODIOS (28-09-14)

NUESTROS ÁNGELES CUSTODIOS (28-09-14)

Pocas experiencias nos son tan cercanas como la constatación diaria de nuestra fragilidad y de nuestras limitaciones, a las que se añade la experiencia del dolor, la enfermedad y el sufrimiento. Al mismo tiempo, los cristianos profesamos gozosamente nuestra fe en Dios, padre providente y bueno, que nos regaló el don de la vida y que después no se ha olvidado de nosotros, pues cuida y dirige nuestra vida con su providencia amorosa. Dios nuestro Señor ejerce esta tutela por medio de las personas que nos quieren, nuestros padres, hermanos, amigos y quienes tienen alguna responsabilidad sobre nosotros. Pero, sobre todo, ejerce su solicitud providente sobre nuestras vidas a través de los santos ángeles.

¿Quiénes son los ángeles, y concretamente los Ángeles Custodios? En el Credo confesamos nuestra fe en un sólo Dios, padre todopoderoso, creador de todo lo visible e invisible. La fe en Dios y en lo que Dios nos ha revelado incluye la aceptación de la existencia de los ángeles, espíritus puros, incorpóreos e inmortales, invisibles a nuestros ojos, pero seres personales, dotados de inteligencia y voluntad y, por lo tanto, capaces de tener una relación con nosotros. Los ángeles son como el lujo de la creación, la obra más perfecta de Dios creador, expresión de su gloria y partícipes de su felicidad. Ellos están a su servicio, para alabarle y para manifestar su providencia en favor de los hombres.

La existencia de los ángeles es una verdad de fe, fundada en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia. Desde la creación están presentes en los momentos estelares de la Historia Santa. Ellos conducen al Pueblo de Dios en su peregrinación por el desierto. Toda la vida de Jesús, desde la Encarnación a la Ascensión, «está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles» (CIC, 333). El ángel Gabriel anuncia a María su maternidad; el cántico de los ángeles anuncia a los pastores el nacimiento de Jesús; ellos protegen su infancia, le sirven en el desierto, lo reconfortan en su agonía y anuncian su resurrección. Por otra parte, la predicación de Jesús contiene continuas alusiones a los ángeles.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que «toda la vida de la Iglesia se beneficia de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles» (334). «Desde la infancia a la muerte, la vida humana se beneficia de su custodia y de su intercesión». Por ello, pudo escribir san Basilio el Grande que «nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida» (336). Es nuestro ángel custodio, que nos acompaña, ayuda, protege, defiende, orienta en el camino de la vida, sugiriéndonos el bien que debemos hacer y precaviéndonos del mal que debemos evitar. El salmo 90 describe este servicio de los ángeles con un lenguaje de gran belleza literaria y plagado de metáforas: por medio de los ángeles, el Dios amigo de los hombres nos libra de la red del cazador y de la peste funesta; nos refugia bajo sus alas y su brazo es nuestro escudo y armadura. Por ello, no tememos el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que se desliza en las tinieblas, ni la epidemia que devasta al mediodía.

Este lenguaje metafórico no nos debe inducir a pensar que la existencia de los ángeles custodios sea una mera metáfora o una bella imaginación infantil o como el dulce sueño con que cerrábamos los ojos después de invocarlos en nuestra infancia. La cercanía bienhechora de los ángeles, su tutela y custodia en favor nuestro es una gozosa realidad.

Os invito, queridos hermanos y hermanas, a alabar a Dios que manifiesta su omnipotencia en la creación de los ángeles, nuestros hermanos. Démosle gracias porque por medio de ellos vela amorosamente sobre nosotros. Os invito a robustecer nuestra devoción a nuestro ángel custodio y a intensificar la familiaridad, la amistad y el trato con él, pues de ello sólo se derivarán muchos bienes espirituales. En efecto, nuestro ángel amigo nos ayuda cada día a ser fieles al Señor y a vivir con gozo nuestra vocación cristiana.

Os invito, por fin, a imitar a los ángeles custodios. Frente a la tentación cainita e insolidaria de desentendernos de los dolores, los sufrimientos y las carencias de nuestros hermanos, quienes cada día experimentamos la bondad, la misericordia y la providencia de Dios que nos llega a través de los ángeles, estamos más obligados que nadie a ser custodios de nuestros hermanos, especialmente de los más humildes y sencillos, a ayudarles, defenderles y servirles.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla


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