Cuidar la creación (5-10-14)
Su amor a la naturaleza queda plasmado con gran belleza literaria en el Cántico de las Criaturas, escrito en 1226, del que transcribo estas dos estrofas: “Loado seas por toda criatura, mi Señor, y en especial loado por el hermano sol que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor y lleva por los cielos noticia de su autor. Y por la hermana luna, de blanca luz menor, y las estrellas claras que tu poder creó, tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son y brillan en los cielos, ¡loado, mi Señor!”.
San Francisco llamaba a los animales, al fuego y al agua, hermanos y hermanas, porque ellos y nosotros, hombres y mujeres, tenemos el mismo origen, Dios creador. Nos ofrece así a cristianos y no cristianos el ejemplo de un respeto auténtico y pleno por la integridad de la creación, algo que hoy se ha convertido, gracias a Dios, en un verdadero signo de los tiempos.
Para los cristianos, el cuidado de la creación es un deber religioso. El libro del Génesis, con una gran profusión de imágenes, nos dice que al final del día sexto, Dios quedó satisfecho de su obra (Gen 1,31). En el día séptimo situó al hombre en el jardín del Edén y le encargó de su cultivo y perfeccionamiento. Podríamos decir que Dios deja la creación voluntariamente inconclusa, para que el hombre mediante su trabajo la complete, lo cual quiere decir que nos confía la responsabilidad de cuidar la creación y tutelar su armonía y desarrollo (Gn 1,26-30).
Desde hace décadas la humanidad se enfrenta a la llamada crisis medioambiental. Su origen es la pretensión del hombre de ejercer un dominio absoluto sobre las cosas, despreciando los criterios morales que deben caracterizar toda actividad humana. Los poderosos medios que pone en manos del hombre la civilización tecnológica favorecen la explotación abusiva de los recursos de la creación, que amenaza el equilibrio de la naturaleza.
La Doctrina Social de la Iglesia afirma que no se puede reducir la naturaleza a un mero objeto de manipulación y explotación, pero al mismo tiempo sostiene que tampoco podemos absolutizarla y colocarla por encima de la persona, pues en este caso llegaríamos a divinizarla, como puede fácilmente advertirse en algunos movimientos ecologistas tremendamente dogmáticos y casi cercanos al panteísmo. La Iglesia nos encarece la responsabilidad de asegurar un ambiente íntegro y sano para todos. Esto quiere decir que es preciso conjugar las nuevas capacidades técnicas y científicas con una fuerte exigencia ética.
Se trata en definitiva de promover el medio ambiente como casa del hombre, eliminando la contaminación, asegurando las necesarias condiciones de higiene y salud para todos y haciendo que prevalezca la ética del respeto a la vida, a la dignidad del hombre y a los derechos de las generaciones actuales y futuras.
En el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1 de enero del año 1990, Juan Pablo II pedía a los responsables de las naciones favorecer la conciencia ecológica, plasmada en programas e iniciativas concretas. Decía también el Papa que en el origen de la crisis ecológica está la falta de respeto a la vida, como es el caso de quienes contaminan la atmósfera, que siempre significa un verdadero desprecio del hombre.
Todo ello revela la necesidad moral de una nueva solidaridad, especialmente en las relaciones entre los países en vías de desarrollo y los altamente industrializados. Revela también la urgencia de revisar nuestro estilo de vida hedonista y consumista, que olvida el valor de la persona y de la vida humana y acrecienta el desinterés por los demás y por la tierra. “La austeridad, la templanza, la autodisciplina y el espíritu de sacrificio -escribía el Papa- deben conformar la vida de cada día a fin de que la mayoría no tenga que sufrir las consecuencias negativas de la negligencia de unos pocos”. Por ello, es necesario educar a las nuevas generaciones en la responsabilidad ecológica y en el respeto al medio ambiente, pensando en la humanidad del mañana.
Otro tanto han enseñado repetidamente los papas Benedicto XVI y Francisco, que prepara una encíclica sobre esta materia y que en una audiencia general de julio de 2013 se preguntaba: “¿Estamos verdaderamente cultivando y custodiando la creación? ¿O bien la estamos explotando y descuidando? Cultivar y custodiar la creación es una indicación de Dios dada no sólo al inicio de la historia, sino a cada uno de nosotros; es parte de su proyecto; quiere decir hacer crecer el mundo con responsabilidad, transformándolo para que sea un jardín, un lugar habitable para todos”.
Al mismo tiempo que hago mías estas palabras del Papa, a todos os envío mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla