Una iglesia sin fronteras madre de todos (18-01-2015)
Nos recuerda también que entre los seguidores de Jesús nadie puede sentirse extranjero, y que nuestro testimonio de acogida y cercanía con quienes llegan de otras tierras debe ser signo del Evangelio que queremos anunciar. En esta Jornada todos estamos llamados a reflexionar, orar juntos y actuar para que el Reino de Dios se haga presente entre nosotros.
Vivimos en un mundo desigual y lleno de conflictos, en el que muchas personas se ven obligadas a abandonar su patria buscando su supervivencia y la de sus familias, o huyendo de la violencia, la guerra y la persecución. En muchos casos, sus viajes están llenos de penalidades y sus protagonistas con frecuencia acaban en las redes de la esclavitud o en mafias de indeseables que trafican con la desesperación. En demasiadas ocasiones acaban muriendo trágicamente en el mar. Nos sentimos especialmente sobrecogidos por la suerte de nuestros hermanos y hermanas de África, en su intento desesperado por atravesar la frontera sur de Europa, cada vez más dura e inexpugnable, cada vez más peligrosa e inhumana. Nada justifica que se ponga en riesgo el don sagrado de la vida, nada justifica que abandonemos a su suerte a los más pobres de entre los pobres.
Como cristianos debemos declarar que ese no es camino de humanidad. Como nos recuerda el Papa Francisco en su mensaje para esta Jornada, “A la globalización del fenómeno migratorio hay que responder con la globalización de la caridad y de la cooperación, para que se humanicen las condiciones de los emigrantes. Al mismo tiempo, es necesario intensificar los esfuerzos para crear las condiciones adecuadas para garantizar una progresiva disminución de las razones que llevan a pueblos enteros a dejar su patria a causa de guerras y carestías, que a menudo se concatenan unas a otras”.
En el lema de este año hay una invitación especial a contemplar con la mirada del Señor la realidad de las personas que llegan a nuestra Archidiócesis desde otros países, se instalan en nuestros barrios y llaman a la puerta de nuestras iglesias. Hace unos días conocí el caso de un joven nigeriano que llegó a Sevilla hace algo más de un año. El Señor le salió al encuentro durante su viaje y se bautizó. Pese a que su situación era muy difícil, sin un techo ni lo necesario para vivir, participaba todos los domingos en la Eucaristía de una de nuestras parroquias, porque sentía la necesidad de celebrar y compartir su fe. A lo largo de este tiempo pudo sí conversar con el párroco. Tuvo menos oportunidades de tratar a otros miembros de la comunidad. Pocos hablaron con él y apenas le invitaron a participar en alguna actividad parroquial. Un buen día desapareció, y con él, el regalo que el Señor nos estaba ofreciendo.
La presencia de personas de otras nacionalidades y culturas en nuestras comunidades cristianas nos desinstala de nuestras rutinas y nos invita a abrir nuestros corazones al mensaje universal del amor de Dios. Es una oportunidad para renovar nuestra fe, nuestro compromiso preferencial por los pobres y para vivir la fraternidad y la comunión. Por otra parte, la fe sencilla y fervorosa de muchos inmigrantes latinoamericanos o africanos, y su apego a los valores auténticos que se están perdiendo entre nosotros, renueva y refresca nuestras parroquias, tal vez demasiado envejecidas y acomodadas. Son muchos los campos en los que podemos ayudarles y es grande la riqueza que pueden aportar a nuestras celebraciones litúrgicas, a la catequesis, el apostolado y la acción social, como he podido comprobar con gozo en mis visitas a las parroquias de la Archidiócesis.
Una Iglesia sin fronteras, Madre de todos. Ojalá sepamos aprovechar esta Jornada para desterrar de nuestro corazón y de nuestras actitudes todos aquellos mensajes que van calando en nosotros y que no son compatibles con nuestra condición de cristianos, mensajes que llaman al rechazo y la exclusión, que enfrentan y dividen, que nos atemorizan e inundan de prejuicios. Que seamos sal, luz y testimonio vivo del amor de Dios.
Nuestros hermanos inmigrantes nos interpelan sobre cómo vivimos y comunicamos la Buena Noticia del amor de Dios; cómo abrimos las puertas de nuestras comunidades a personas de otras culturas; qué estamos dispuestos a aprender y a recibir de ellas; cuántas se han sentido invitadas a participar en nuestros grupos y actividades litúrgicas y pastorales; cómo nos implicamos en su acogida e integración social, en la denuncia de las situaciones injustas que padecen, en darles consuelo cuando se sienten solos y esperanza en medio de las dificultades.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina Arzobispo de Sevilla