Una buena noticia sobre el Instituto Superior de Ciencias Religiosas (01-03-2015)
Cuando llegué a la Archidiócesis hace ya más de cinco años, me sorprendió el hecho de que una Iglesia como la de Sevilla, tan rica en historia y con tantas posibilidades de todo género, no tuviera un Instituto Superior de Ciencias Religiosas de rango universitario dedicado a la formación específica del laicado, de la vida consagrada y de los candidatos al diaconado permanente.
Os confieso que asumí este reto como una verdadera prioridad. Hablo de reto porque era totalmente consciente de las dificultades que ello entrañaría. Unos meses antes de mi toma de posesión, la Congregación para la Educación Católica había publicado una Instrucción sobre los Institutos Superiores de Ciencias Religiosas, en la que se endurecían las condiciones que debían cumplir los institutos ya erigidos, cerrando prácticamente las puertas a la creación de otros nuevos.
Aun así, creí que era mi deber intentar su creación, para lo que solicité el patrocinio de la Universidad Eclesiástica San Dámaso de Madrid, a cuya Facultad de Teología pretendíamos adscribirnos. A partir de este momento, don Antonio Bueno, sacerdote diocesano, doctor en Teología patrística, primer y único director del Instituto, y al que tanto debe nuestro centro, trabajó concienzudamente en la redacción de la memoria que habíamos de presentar a la Congregación para la Educación Católica. En ella recogimos nuestro proyecto académico, ofreciendo información detallada sobre el claustro de profesores, biblioteca, instalaciones, medios económicos y planes de estudios.
Toda esta documentación fue aprobada por la Comisión permanente de la Facultad de Teología de San Dámaso, y tras su aprobación, fue enviada a la mencionada Congregación. Tras un estudio detenido, nos fue concedida la erección del Instituto Superior de Ciencias Religiosas San Isidoro y San Leandro, si bien, para tener plena certeza de su buen funcionamiento, se nos impuso la condición de que a los tres años debería ser evaluado el proyecto presentado, con el fin de decidir su continuidad o su clausura.
Por todo ello, la confirmación del decreto de erección canónica de nuestro centro es una noticia muy importante. Supone un respaldo de todo el trabajo que hemos realizado en estos tres años. Significa además un refrendo y una garantía de que el Instituto está cumpliendo escrupulosamente lo que exige la Congregación y que estamos impartiendo una formación filosófica y teológica de calidad.
Por otra parte, en el plano diocesano estamos alcanzando uno de los objetivos fundacionales prioritarios: que el Instituto vertebre y coordine la formación del laicado, tarea imponente en la que están colaborando de forma destacada muchas Delegaciones diocesanas, movimientos y asociaciones. Todo ello, con un claro objetivo: la formación desde la comunión, pues ambas realidades tienen que ir de la mano.
Por ello, quiero agradecer el trabajo de todos, la implicación y el esfuerzo que habéis realizado para que nuestro Instituto sea una gozosa y palpable realidad. Mi agradecimiento en primer lugar a la Universidad San Dámaso, a su Gran Canciller, el cardenal Antonio María Rouco Varela, quien solicitó en primera instancia el decreto de erección y volvió a solicitar hace unos meses el rescripto definitivo. Doy las gracias también a su rector don Javier Prades, al Decano de Teología, don Gerardo del Pozo Abejón, y al Secretario general, don Santiago García Acuña.
Agradezco también la labor y el compromiso del Director, don Antonio Bueno, de los Secretarios, profesores, personal no docente, los colaboradores y las distintas Delegaciones diocesanas. Destaco mi gratitud grande a los alumnos por la confianza que nos han demostrado, haciendo que nuestro Instituto, a pesar de que todavía no está al cien por cien de su funcionamiento, pues aún le falta un curso, está entre los primeros de España por el número de alumnos. Todo ello es signo de que las cosas se están haciendo bien.
Encomiendo esta importante institución diocesana a la intercesión de sus titulares, san Isidoro y san Leandro. Que ellos alienten a las autoridades académicas y a los profesores en la hermosa tarea que la Iglesia les ha encomendado: la formación de laicado, hoy más necesaria que nunca para que puedan dar razón de su fe y de su esperanza en el mundo secular. Encomiendo también a los alumnos para que aprovechen de verdad la gracia no pequeña que el Señor les concede.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla