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XIIII Domingo del tiempo ordinario

Como ya se acercaba el tiempo en que sería llevado al cielo, Jesús emprendió resueltamente el camino a Jerusalén.
 
Envió mensajeros delante de él, que fueron y entraron en un pueblo samaritano para prepararle alojamiento.
 
Pero los samaritanos no lo quisieron recibir porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto sus discípulos Santiago y Juan, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que los consuma?»
 
Pero Jesús se volvió y los reprendió.Y continuaron el camino hacia otra aldea.
 
Mientras iban de camino, alguien le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.»
 
Jesús le contestó: «Los zorros tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre ni siquiera tiene donde recostar la cabeza.»
 
Jesús dijo a otro: «Sígueme». El contestó: «Señor, deja que me vaya y pueda primero enterrar a mi padre.»
 
Jesús le dijo: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú vé a anunciar el Reino de Dios.»
 
Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero antes déjame despedirme de mi familia.»
 
Jesús le contestó: «El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios.»
 
 
Comentario de Antonio Guerra
 
Con el pasaje de este domingo comienza una nueva sección en el evangelio de Lucas. Jesús decide firmemente encaminarse hacia Jerusalén para consumar allí su misterio pascual. Este viaje será, además, la ocasión para instruir a sus seguidores sobre las exigencias del discipulado. El viaje de Jesús hacia Jerusalén ocupa en Lucas un espacio narrativo mucho mayor que en Marcos y en Mateo (Lc 9,51-19,28); este hecho muestra ya de por sí la importancia que el evangelista concede a esta etapa. Con todo, su intención no es describir los pormenores de una ruta geográfica, sino profundizar en el significado que este viaje tiene en el itinerario personal de Jesús.
 
 
El primer versículo enmarca toda esta sección del evangelio y es fundamental para entender su sentido. Ha llegado el momento en el que Jesús ha de consumar su propia Pascua, es decir, su "partida" de este mundo, su "paso" hacia el Padre. Y él, totalmente consciente de ello, decide libremente plantar cara a la situación e ir hacia Jerusalén, donde este "éxodo" tendrá lugar. No se trata, por tanto, de un desplazamiento más, sino de un viaje que tiene como destino final al Padre, viaje que mostrará las exigencias necesarias para llegar a la meta, y todo bajo la perspectiva del misterio de la muerte y resurrección.
 
No es casual que empiece este itinerario en territorio samaritano: la misión de Jesús está acompañada del rechazo del mundo. Ante la falta de hospitalidad de los samaritanos, Santiago y Juan tratan de que Jesús provoque un castigo divino contra sus enemigos, como hizo en su tiempo el profeta Elías (2Re 1,9-16). Sin embargo, Jesús desaprueba los métodos violentos y deja bien claro que quien quiera seguirle tiene que renunciar a la violencia y asumir su estilo de vida.
 
Es así como comienza el camino hacia Jerusalén donde los discípulos, paso a paso, aprenderán del Maestro a cómo encaminarse hacia Dios, pero a la manera del Mesías de Dios. Contarán con la ayuda de alguien que es más que los profetas: Elías no fue tan exigente como lo es Jesús con sus discípulos. Jesús es tan exigente porque es consciente de la importancia radical de su propia misión, por eso no admite ninguna duda; éstos deben mostrarse prontos a seguirles, renunciando a todo. Contamos con la fuerza de Jesús que con su muerte nos ha liberado del pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios, capaces de renunciar a todo para amar como él nos amó (2ª lectura).
 

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