Domingo XI tiempo Ordinario (ciclo C)
Comenatario de Miguel Ángel Garzón
Las lecturas de este domingo nos hablan del arrepentimiento y el perdón. La primera lectura presenta la denuncia de Dios al rey David por medio del profeta Natán. El rey ha hecho lo que desagrada a Dios, “despreciando su palabra” y todos los beneficios que recibió. Esta situación lo pone bajo la amenaza de muerte. Entonces, reconoce su pecado y recibe el perdón de Dios que lo libra de la muerte.
El Salmo canta la dicha del que siente la liberación de su culpa como fruto del arrepentimiento. El pecado es una carga que ahoga la existencia. Dios es quien “levanta”, “entierra” y “olvida” este pecado, llenando de gozo al perdonado.
El evangelio narra la escena acontecida en casa del fariseo Simón que invita a Jesús a comer. Allí entra una pecadora pública. El relato contrapone la actitud de la mujer y la del fariseo. La mujer, rompiendo todas las normas sociales y legales, muestra amor y arrepentimiento en la dulzura, calidez y ternura de sus gestos para con Jesús. Estos gestos (el tacto, las lágrimas, la cabellera suelta, los besos, el perfume…) y la actitud de Jesús, que se deja tocar por la pecadora, escandalizan al fariseo que juzga desde la ley y desde la dureza de corazón. Paradójicamente, Simón cree que Jesús carece de conocimiento, pues no sabe quién es ella, sin embargo, es Jesús quien conoce la verdad de cada corazón: el amor desbordado de la mujer y la falta de hospitalidad de Simón. Con la parábola sobre los deudores hace ver a Simón cómo el perdón y el amor se implican mutuamente, e, irónicamente, le hace pronunciar el justo juicio. La mujer recibe de labios de Jesús el perdón y la salvación por su gran amor, y ama porque se siente perdonada. De este modo, ha sido ella la que ha acogido a Jesús en “su casa”, en lo íntimo del corazón, para hacerle partícipe de su vida, su fe y su amor y recibir así la “paz” de una vida nueva.
El apóstol Pablo experimentó esta verdad, como refleja la segunda lectura, donde también responde a la pregunta de los convidados al banquete del fariseo (“¿Quién es este?”). Pablo se siente salvado gratuitamente por el amor del Padre manifestado en su Hijo Jesús, y no por la ley. Como Pablo, somos invitados a vivir de la fe en Jesucristo que se entregó por nosotros.