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Domingo de la Stma. Trinidad (ciclo C)

 
Aún tengo muchas cosas que decirles, pero es demasiado para ustedes por ahora.
 
 
Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad. El no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de venir.
 
 
El tomará de lo mío para revelárselo a ustedes, y yo seré glorificado por él.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío para revelárselo a ustedes.»
 
 
Comentario de Álvaro Pereira
 
 
La Iglesia no presenta en este domingo de la Stma. Trinidad lecturas abstrusas sobre metafísicas divinas, sino que ofrece unos textos celebrativos que animan al fiel a cantar la grandeza de Dios, lo mueven a reconocer sus designios de amor y lo invitan a admirarse por su ser trinitario.
 
 
En la primera lectura (Prov 8,22-31), la Sabiduría personificada se presenta ante los hombres. Ella fue el encanto de Dios durante la creación. Ella «jugaba con la bola de la tierra y gozaba con los hijos de los hombres». Armonía, juego y gozo se entrelazan en una preciosa página bíblica acerca del origen. Los Santos Padres atisbaron en esta personificación de la Sabiduría al Hijo, la segunda persona trinitaria. Si los sabios de Israel acertaron a describir la Sabiduría jugando en la presencia de Dios y gozándose de los hijos de los hombres, cuánto más podremos decir tras la Pascua de Jesucristo que el Hijo es el sublime encanto del Padre, el orden armonioso de la realidad, y el gozo ansiado de la humanidad. 
La contemplación admirable de la creación también lleva al salmista a cantar: «Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!». El lector interesado podría releer el Salmo 8 a partir de Hebreos 2,5-18. Según su autor, Cristo es aquel hecho por un poco inferior a los ángeles y que, sin embargo, ha sido coronado de gloria y dignidad en la resurrección.
 
 
En la segunda lectura, el lector creyente puede entrever a las personas divinas confabuladas en favor del hombre. El ser humano, pecador e indigno, ha alcanzado la paz con Dios gracias a la justificación recibida por la fe en Jesucristo, y al amor derramado por el Espíritu Santo. La impresión divina que deja la lectura de Romanos apunta a un Dios dinámico y personal, Padre, Hijo y Espíritu, buscador constante de la salvación de su criatura díscola.
 
 
Por último, Jesús promete a sus discípulos durante el discurso joánico de despedida que el Espíritu los guiará hasta la verdad plena. Notemos en este domingo de la Stma. Trinidad la conexión que Jesús establece entre su relación íntima con el Espíritu («Él me glorificará…») y con el Padre («todo lo que tiene el Padre es mío…»), y el bien de los creyentes: «recibirá de mí lo que os irá comunicando»; «tomará de lo mío y os lo anunciará». Podríamos decir que la intimidad divina es el gozo de los hombres. Y es que solo el Dios Trinitario responde al profundo deseo humano de comunión, conocimiento, generosidad y totalidad.
 

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