Una Iglesia servidora
El apóstol San Juan nos dice en su evangelio que: “Dios amo tanto al mundo que envió a su hijo al mundo, no para juzgar y condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Juan-3). Esto es también lo que creemos:…que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de Maria Virgen, murió y resucitó para nuestra salvación.
Jesús aparece en el primer capítulo del evangelio de San Marcos anunciando el Reino de Dios con estas palabras: “el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios esta cerca, creed en la buena noticia” (Marcos 1,14-15). Y en otra ocasión nos dirá que: “el Reino de Dios esta en medio de vosotros”.
Pero Jesús quiso dejar claro desde el principio que el Reino de Dios que Él anuncia es completamente distinto de todos los reinos de la tierra.
Escuchemos a Jesús: “no será así entre vosotros, por el contrario, el que aspire a ser más que vosotros se hará servidor vuestro y el que quiera ser el primero se hará esclavo de los demás, a imitación del Hijo del hombre que no vino a la tierra para que le sirvieran, sino para servir y dar su vida en rescate por la salvación de todos” (Mateo 20, 25-28).
Esta misma idea de que Él ha venido a servir la repetirá Jesús muchas veces a través de su vida publica y lo hará hasta la última noche de su vida con el lavatorio de los pies de sus apóstoles: “Os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis lo que yo he hecho con vosotros” (Juan 13). Es decir, SERVIR.
Pero Jesús ya resucitado, dijo a sus discípulos, a su iglesia: “como el Padre me envió al mundo, así también yo os envío al mundo” (Juan 20). Pero ¿para que? ¿Solamente para estar en el mundo? No. Escuchemos a Jesús: “Id y haced discípulos míos de todos los pueblos” (Mateo 28, 19); “Id al mundo entero y anunciad la Buena Nueva a toda la creación”; “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos en Jerusalén, Judea, Samaría y hasta los confines de la tierra” (Hechos 1, 8).
Después de escuchar las palabras de Jesús, vemos con toda claridad que Jesús envía a su iglesia al mundo, no para juzgar y condenar al mundo, sino exactamente lo contrario: para que anuncie a todos los hombres la buena noticia, la gran novedad: que el Padre Dios, movido por su amor y su misericordia, envió a su Hijo al mundo que se hizo hombre en María, por obra del Espíritu Santo y entregó su vida y resucitó para nuestra salvación. Además, el mismo Jesús nos dijo que su Padre era también nuestro Padre y por lo tanto también hijos de Dios.
Como vemos, la Iglesia recibió de Jesús el encargo de continuar la obra de la salvación en el mundo. Jesús Salvador, el gran Servidor de la humanidad, envía a su Iglesia al mundo para que ella sea la servidora del mundo. Como vemos, la Iglesia no es un fin en sí misma, sino un instrumento de salvación nacido del corazón de Dios Padre y enviada al mundo por Jesús para servir a los hombres la salvación.
“Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” como dice San Pablo. Por eso todos los hombres tienen el derecho de conocer a Jesús, el Salvador, y la Iglesia tiene el deber de dárselo a conocer. Pero la Iglesia tiene hoy el encargo gozoso de evangelizar a los hombres y mujeres del siglo XXI, no a los del siglo XIX ni a los de hace sesenta años; jóvenes y adultos de hoy con sus problemas concretos, sus inquietudes, sus interrogantes, con sus valores, carencias y vacíos que los evangelizadores debiéramos conocer. Pero para conocerlos es completamente necesario que la Iglesia, todos los cristianos, pastores y no pastores tenemos que estar cerca de ellos, dialogar más, escuchar más, para conocerles mas y para servirles mejor el mensaje de Jesús.
Porque tenemos el peligro de dar respuestas prefabricadas a preguntas que no nos hacen y dejar sin respuesta a los problemas e interrogantes que ellos tienen, que les inquietan y necesitan una iluminación.
Estas suelen ser algunas de las quejas de muchos: “esa predicación a mi no me interesa”, “no me dice nada para mi vida”, “no responde a los problemas de la vida de hoy”.
El alejamiento de la Iglesia y la falta de dialogo con el mundo moderno fue una de las grandes preocupaciones del Papa Juan XXIII, que explicitó en su discurso de la inauguración del Concilio Vaticano II y que después manifestó también el Papa Pablo VI en sus intervenciones en las tres sesiones del Concilio que él presidió y sobre todo en su Encíclica Programática “Eclesiam Suam”, en la que dedica casi la mitad del documento a hablar de la necesidad y urgencia de cambio de actitud de la Iglesia en su relación con el mundo moderno, haciendo hincapié sobre todo en la necesidad del dialogo para mutuo conocimiento y colaboración.
Y el Papa Francisco nos está diciendo, un día si y el otro también, que quiere una Iglesia cercana, dialogante, que sale al encuentro de los alejados, una Iglesia sencilla y servidora sobre todo con los más pobres.
Y esto lo hace, no solo con sus palabras, con su estilo informal, directo, incisivo e interpelante, sino que también con sus hechos: dialogando con dos grandes directores de la prensa italiana increyentes, con varios grandes científicos de distintas ideologías y últimamente con la invitación suya al Presidente de la República Popular de China, para verse y dialogar. Empezando por ahí………..
Tu y yo somos Iglesia servidora, siguiendo a Jesús el Salvador de la humanidad (el Gran Servidor) que vino a la tierra no para ser servido sino para servir.
Seguiremos reflexionando.
Con el cariño de PUBLIO ESCUDERO
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