LA IGLESIA QUE QUISO EL CONCILIO VATICANO II
El gran acontecimiento en la Iglesia católica en el siglo XX fue, sin duda alguna, el Concilio Vaticano II.
Este Concilio fue convocado de una manera inesperada, no premeditada, por el Papa Juan XXIII pero no sin cierta inspiración del Espíritu. El mismo Papa dijo varias veces que él mismo había sido el primer sorprendido. Fue anunciado y convocado en enero de 1959 y después de tres años de preparación tuvo lugar la primera sesión del Concilio en septiembre de 1962.
El Papa Juan XXIII, en su discurso de inauguración, expuso a grandes líneas la finalidad de ese Concilio. No se trataba de grandes declaraciones teológicas ni de reafirmar lo ya conocido, sino que su intención era presentar a la Iglesia de tal manera que Ella fuera una verdadera respuesta a las profundas exigencias de la humanidad y del mundo moderno, ya que, la situación y distanciamiento de la Iglesia y del mundo moderno era muy preocupante.
La primera sesión empezó reflexionando sobre el esquema preparado sobre la Iglesia y elaborado principalmente por teólogos y obispos afines a la congregación del Santo Oficio de entonces y el Cardenal Octaviano. Los temas a tratar en el primer esquema eran: la Iglesia, sociedad perfecta, la Jerarquía como elemento preponderante de la Iglesia y el Pueblo de Dios constituido por los seglares.
Antes de terminar la primera sesión un grupo de cardenales y obispos minoritario pero muy influyente afirmaba que el esquema presentado no respondía a la finalidad del Concilio expresada por el mismo Papa Juan XXIII y que se preparase otro esquema completamente distinto.
Cuatro días antes de terminar la primera sesión el Cardenal Suenes, belga, lanzó en el aula conciliar unas preguntas que iban a hacer cambiar los contenidos y los acentos en la marcha de las posteriores sesiones del Concilio. Fueron estas: “Tu Iglesia, ¿Quién eres?, ¿Qué dices de ti misma?”.
Desde ese momento se despertó en el aula conciliar una actitud de busca de toda la verdad de la Iglesia. Actitud que impulsó el nuevo Papa Pablo VI en el discurso de la segunda sesión del Concilio, invitando a la Iglesia a reflexionar sobre si misma, su naturaleza, su misión y sus relaciones con el mundo.
El nuevo esquema, su desarrollo y los acentos cambiaron totalmente en el documento definitivo después de seis redacciones sucesivas que fue aprobado por 2151 votos y solamente tres en contra. Todo un milagro de la presencia y actuación del Espíritu Santo.
En el primer capítulo no se habla para nada de la Iglesia como “Sociedad Perfecta” sino que se hace hincapié en que la Iglesia es un misterio de comunión enraizado en el Misterio Trinitario y en el Misterio de la Encarnación. En el capítulo segundo se habla de la Iglesia como nuevo Pueblo de Dios, nacido de la Nueva Alianza, sellada con la sangre de Cristo. Y ¿Quiénes forman ese nuevo Pueblo de Dios? Todos los bautizados, jerarquía y laicos. Todos participan de la gran común Dignidad de hijos de Dios en el Hijo, todos Cuerpo de Cristo que es la Iglesia; luego tu y yo somos Iglesia.
Todos Pueblo de Dios. Entonces ¿tenemos una Iglesia uniforme? No, todo lo contrario, una gran variedad según los distintos ministerios, distintas funciones y distintos carismas, dentro de la unidad de la única Iglesia de Jesucristo. Luego todos los bautizados, hijos de Dios en el Hijo, Cuerpo de Cristo, Templos del Espíritu Santo, todos discípulos y esencialmente misioneros según el don recibido. Todos Pueblo de Dios.
La Iglesia es la continuadora de la presencia y de la misión de Jesús en el mundo. “Ella lo prolonga y lo continua” como decía Pablo VI.
Escuchemos a Jesús: “como el Padre me envió a mí, me envió al mundo, así Yo también os envío al mundo” (Juan 17, 20). “Id por todo el mundo proclamando la Buena Noticia a toda la creación” (Marcos 16; Mateo 28).
Y además afirma el Concilio en la Constitución Pastoral que: “la Iglesia debe de hacer presente y como visible a Dios Padre y a su Hijo encarnado mediante una renovación y una purificación permanente”. Reproduciendo en su vida la imagen de Jesús como dice San Pablo en la carta a los romanos. Y el Papa Pablo VI afirmaba que la Iglesia permanece en el mundo como un signo opaco y luminoso de la nueva presencia y permanencia de Jesús en el mundo hoy.
Pero para que la Iglesia deje transparentar la presencia y la actuación de Jesús en el mundo hoy, Ella por fidelidad a Jesucristo que es su referente, debe contrastar permanentemente sus pensamientos, sus sentimientos, sus actitudes y comportamientos con los criterios, sentimientos, actitudes y comportamientos de Jesús y así ir reproduciendo en su vida la imagen de Jesús, como dice San Pablo en la Carta a los Romanos.
El Padre amó tanto al mundo que nos envió a su Hijo al mundo, Jesús, el Hijo de Dios, amó tanto al mundo, al hombre que El mismo se hizo hombre y murió y resucitó para salvarnos a todos. Y ya resucitado envió a su Iglesia para que continuase su obra salvadora con la acción del Espíritu Santo para anunciar al mundo la Buena Noticia de la salvación para todos los hombres.
Pero atención, una Iglesia apegada al dinero, al poder y a sus privilegios, encerrada en sus problemas y en sus intereses, una Iglesia alejada, aislada del mundo al que tiene que salvar, que habla más del temor que del gran amor de Dios, esa Iglesia no puede transparentar ni hacer presente y visible a Jesús, pobre, cercano, sencillo, comprometido hasta la muerte.
En cambio, la Iglesia que sale del Concilio, que quiere imitar a Jesús, que quiere ser pobre y solidaria sobre todo con los pobres como nos ha dicho mil veces el Papa Francisco y el nuevo Presidente de la nueva Conferencia Episcopal española en sus declaraciones ayer y hoy por la mañana.
Una Iglesia que debe salir de su comodidad y de su letargo para ir al encuentro sobre todo de los alejados. El Concilio quiso subrayar que quería una Iglesia abierta y cercana como Jesús, esencialmente misionera y evangelizadora en todos sus miembros como Jesús, el primer evangelizador como decía Pablo VI; jerarquía y laicos, cada uno según su propio carisma.
El Concilio hizo mucho hincapié en una Iglesia dialogante, no solamente con el mundo moderno, sino con las otras confesiones cristianas, con las grandes religiones monoteístas y con todas las demás religiones. Una Iglesia que dialoga, escucha y aprende.
Desde el Papa Juan XXIII que convocó el Concilio hasta el Papa Francisco, todos han vivido y nos han presentado esta Iglesia del Concilio. El Papa Francisco, con sus gestos y actitudes y con su lenguaje sencillo y recogido de la calle y con su estilo directo e interpelante, desde hace un año justo nos esta transparentando y presentando esa Iglesia del Concilio.
Tu y yo somos Iglesia misionera de puertas y brazos abiertos. Todos, jerarquía y laicos corresponsables en esa gran tarea alegre y gozosa de la evangelización.
¿Cómo lo estamos viviendo tú y yo?
Seguiremos reflexionando.
Con el cariño de PUBLIO ESCUDERO
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